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Que no es lo mismo el invierno que el verano es tan indiscutible que a nadie se le ocurre exceptuar al chocolate del imperio de la temperatura. Y sin embargo, no necesariamente el invierno alienta su consumo y el verano lo restringe. Al menos, no per se. Y claro, la costumbre también depende de la ciudad.

Por caso: asegura Grassi que en su tienda de Bariloche el invierno demanda menos que el verano, como si las temperaturas bajo cero y la vista de la nieve sobre el mundo no alentara a arrojarse sobre tazas de chocolate caliente. “En invierno tenemos sobre todo mucho consumo local; nuestros clientes son la gente que vive acá, no tanto los que vienen a esquiar. No-sotros vendemos más en verano, en realidad.” Pero si hay una diferencia, dice Grassi, está en las ciudades: los públicos de Buenos Aires y Bariloche, por algún motivo, no tienen los mismos apetitos. “Aquí, la gente que es de acá compra para tener en la casa, compra de a mucho. En Buenos Aires para nada, suelen ser compras más chicas, como algo más especial.”

Lo que sí puede aplicarse es la regla de playa: cuando empieza a amagar el clima más amable y el verano parece posible, la tentación es puesta en caja. “Se nota, eh: llegan septiembre, octubre, y vendemos menos porque la mayoría de nuestra clientela, un 65 por ciento, son mujeres y empiezan a cuidarse”, dice Uría. “Por eso sumamos helados: de un modo u otro, vendemos chocolates”, agrega el alma pater de Compañía de Chocolates.

–Pero el helado puede tener más calorías que una tabletita de chocolate.

–Sí, pero no se nota. De todos modos, acá el consumo de chocolate no es muy elevado. En Estados Unidos es de siete kilos por habitante por año. En Europa y Japón, ronda los 14 kilos. Acá andamos por los tres. Es un tema cultural y de temperaturas.