SOCIEDAD › OPINION

Cárceles y muerte

Por Raúl Salinas *

Otra vez asistimos a un episodio sangriento, previsible y, ante todo, evitable. Es claro para cualquiera que la cárcel posee un contenido de violencia intrínseco que debe estar limitado por la ley. Sin embargo, no es necesario demasiado conocimiento para observar los profundos irrespetos sobre los derechos fundamentales de los presos: hacinamiento, insalubridad, corrupción, tortura, inseguridad y una política de desatención histórica de los problemas carcelarios. La situación de los trabajadores penitenciarios no es mucho mejor.
Los motines también señalan un problema más: ni las autoridades políticas ni los jueces –ausentes– son visualizados por los presos como interlocutores válidos para plantear reclamos y lograr soluciones. El estallido de la violencia no es más que el fracaso del derecho como medio de pacificación y convivencia.
Nuestras prisiones son hoy usinas que reproducen la violencia, la exclusión y perpetúan los círculos de desigualdad. Cuando la Justicia encierra a personas en condiciones inhumanas no hace más que cometer actos ilícitos bajo el argumento de reprimir y prevenir el delito.
Mientras tanto, una buena parte de la sociedad, con un pensamiento tan autoritario como mágico, continúa reclamando que se encierre a más personas durante más tiempo como solución al problema criminal. Desafortunadamente las autoridades políticas aún zigzaguean y no se logran visualizar planes o acciones que generen transformaciones reales, más allá de la promesa de construcción de nuevas cárceles.
Existe hoy un precario pacto de gobernabilidad en las cárceles: las autoridades políticas y judiciales delegan en los servicios penitenciarios la gestión completa a cambio de desentenderse del problema. El sistema utiliza como herramientas violencia, arbitrariedad y delicados acuerdos de subsistencia entre presos, todo ello en un contexto de debilidad cuando no ausencia del Estado hacia el interior de las unidades. Así, las muertes no son más que resultados obvios para dicha ecuación.
Preocupa y duele que el castigo contemporánea no se distinga demasiado del aplicado en la Edad Media, más aún, cuando la única revolución necesaria en nuestras prisiones es, lisa y llanamente, que se cumpla la ley.

* Coordinador del Centro de Estudios Penitenciarios del Inecip.

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