Viernes, 16 de marzo de 2007 | Hoy
SOCIEDAD › EL ULTIMO TESTIMONIO
Inmaculada aceptó una conversación grabada para el diario español El País con una de las personas que más cerca estuvo de ella en los últimos meses de su vida. Aquí, se reproducen los tramos más significativos.
–Si pudieras elegir, ¿hubieras preferido morirte antes?
–Pues sí, mucho antes.
–Hace 10 años.
–Más.
–¿Veinte años?
–Veintisiete.
–Cuando diste en adopción a tu hijo.
–Exactamente.
Durante la charla, que tuvo lugar el pasado 7 de marzo, antes de que la trasladaran de hospital, la enferma repasó su vida (“desde los 11 años, siempre penando”), recordó la muerte de sus padres, el dolor de tener que dar en adopción a su hijo (“aquello me marcó mucho”) e insistió en que su vida dejó de merecer la pena hace casi 30 años. Pidió que se la recuerde como “Inmaculada la guerrera”.
–Ya llevas 10 años, ya eres amiga de la máquina.
–No.
–¿No te llevas bien con la máquina?
–A eso no se acostumbra uno.
–Pero si te habla, te pita de vez en cuando.
–No.
Echevarría recordaba con cierta nostalgia que, incluso después de ponerle el respirador, aún se movía en silla de ruedas. “Salía a la calle a veces. Hay un jardín muy bonito.”
–¿Cuánto hace que no sales?
–No tengo ni idea. Muchos años ya.
–Pero al principio, cuando te pusieron la máquina, más o menos lo llevabas bien, ¿no?
–Qué va. Jamás. Jamás.
–¿Pero no llegaste nunca a pensar que a lo mejor te acostumbrabas?
–Esto es muy duro. A esto no se acostumbra nadie.
La dependencia de la ventilación mecánica fue un escalón más, casi el último, para que a Echevarría no le quedaran dudas de que su vida ya no merecía la pena. “El respirador fue el remate”, dice. Pero la situación se fue fraguando poco a poco, revés tras revés, sin tiempo para recuperarse de uno cuando ya le había caído otro. “Toda la vida, desde los 11 años, penando. Lo noté porque me cansaba al andar, no podía llevar una vida normal”, contaba recordando los inicios de su enfermedad. A partir de ahí, la vida le dio muchos más golpes de los que estadísticamente le deberían corresponder a una persona joven a la que le han diagnosticado una enfermedad degenerativa e incurable. En su conversación recordaba algunos: “Cuando mi padre falleció yo tenía 17 años. Cuando mi madre murió, 25”. “Mi hermana se cayó y se desnucó en el acto. Ahora hace 12 años. Vivía en Lérida. Me llevaba bien con ella.” “Otro hermano se murió antes de que yo naciera. Ahora tendría 52 años.”
Pero hubo una embestida de la que no se recuperó. Un mazazo definitivo que le quitó las ganas de seguir esperando a que su vida diera un giro feliz. El que cifra en 27 los años que ha estado viviendo sin querer. Cuando nació su hijo, Echevarría vivía en Zaragoza porque allí trabajaba su pareja. El murió en un accidente de tránsito cuando el bebé tenía ocho meses. “Yo no podía valerme ya. Eso me marcó mucho.” Madre e hijo se reencontraron hace dos años, volvieron a distanciarse y retomaron el contacto cuando ella hizo público su deseo de morir.
–¿No has vuelto a hablar con él?
–Ayer. Está bien.
Cuatro años después del trance más difícil de su vida, Echevarría llegó a Granada, a una residencia de monjas en la que permaneció 13 años. Ya vivía sin interés, aunque con algo de movilidad el tiempo pasaba más deprisa. Pero un día se cayó, se rompió la pierna derecha, casi a la vez empezaron los problemas respiratorios y el sufrimiento se agravó. “Ahí ya se colmó el vaso. Aunque la gente no lo entiende porque no está en una cama como yo.”
–Pero ahí en el hospital hay otra gente igual que tú. ¿Por qué aguanta? ¿Tú no te lo preguntas?
–Yo no me meto en la vida de nadie.
–¿A lo mejor es porque tienen una familia?
–Yo pienso que sí, pero no me meto.
–Con una familia, ¿aguantarías mejor?
–Yo, no. Yo ya he llegado al colmo.
–Tu hijo sí te ofreció ir a verte más, llevarte a Zaragoza, pero eso no te ha convencido.
–A mí, no.
–¿Ni tus amigos de Granada?
–Nada ni nadie.
–¿Nunca has pensado que las cosas podrían cambiar?
–No, porque la suerte nunca me ha acompañado. Sólo ahora, a última hora, he tenido más suerte y me considero afortunada.
–¿Porque te has rodeado de buenos amigos?
–Desde luego que sí.
–Y te sientes querida.
–Sí.
–Eres una mujer de carácter.
–Uuuuhhhh.
–Probablemente ese carácter te ha ayudado.
–Muchísimo. Para ser libre tienes que luchar. Si no, adiós. Yo no soy como un molinillo, que si el viento va al norte, tira para el norte. Y si va al sur, para el sur. No, yo no me dejo influenciar por los demás. Yo digo blanco y es blanco.
Desde que supo que la Junta de Andalucía respaldaba su petición, Echevarría empezó a preparar su despedida. Escribió algunas cartas y dejó todo listo con sus médicos y sus amigos para que supieran cómo actuar llegado el momento.
–¿Quieres estar acompañada?
–En ese momento, no. Como si me echara a dormir. Para que no me agobie nadie. Más que por ellos, es por mí.
A ellos les pidió que esparcieran sus cenizas, no quería un nicho con su nombre. Y si le recordaban con unas flores, que fueran “margaritas”.
–¿No tienes miedo?
–Yo no.
–¿Te han explicado cómo será?
–Sí, pero no tengo miedo.
–Te dormirán.
–Y se acabó. A Dios gracias.
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