Lunes, 18 de julio de 2016 | Hoy
19:50
Opinión, por Eduardo Aliverti
Es probable que el Gobierno haya encontrado una línea demarcatoria, que sería la primera de alcances sociales extendidos.
Lo anterior no significa necesariamente un problema severo para el macrismo, porque podría asistirlo su capacidad de conducción política (si es que la demuestra) y, sobre todo, la ausencia de una oposición activa, confiable, liderada. Pero habría quedado claro, a tan poco de asumido, que los versos de la herencia recibida no le son suficientes. De hecho, todo oficialismo sabe que reposar en acusaciones contra la gestión anterior es una estratagema con plazos acotados. En algún momento eso se termina y puede estar ocurriendo, justamente, que al macrismo haya comenzado a acabársele tal vez más rápido que lo esperado, luego de la conmoción causada por las escenas de López y la predicción de que eso le daba soga por largo rato. Vale un breve repaso. Durante sus primeros meses, el Gobierno usufructuó dos aspectos. Uno, natural, se correspondió con el crédito o la mansedumbre que, casi siempre, las mayorías le abren a toda administración nueva. El otro fue la necesidad de aparecer como una fuerza no peronista capaz de mostrar que no sería, ni por asomo, la Alianza de radicales y viudas del PJ cuyo limbo desembocó en la catástrofe anunciada de 2001. Fue así que produjeron la megadevaluación desmentida en campaña, a más de quitar retenciones al agro y arreglar con los buitres para desfinanciar al Estado, volver a endeudar el país con el exterior hasta límites desconocidos en un período tan corto y lograr la aceptación social que, en términos reales o simbólicos, se basó en la ficción de liberarse del cepo cambiario y de otros que los medios bien construyeron como imagen de un modelo asfixiante, el kirchnerista. En medio de esa movida estructural, que transfirió ingresos descomunales a los grupos del privilegio, el Gobierno aprovechó, sólo por citar dos ítems, para colar y liquidar de un plumazo la ley de medios audiovisuales que tanto trabajo costó, y para (intentar) meter por la ventana a dos jueces en la Corte Suprema. Lo primero fue logrado sin mayores resistencias y lo segundo sólo despertó lo que se llama “alerta institucional”, que quiere decir llamados de atención por parte de familia judicial y prensa adicta preocupados por guardar ciertas formas. Este último ejemplo es particularmente válido para trasladarlo a lo ocurrido tras la sucesión de tarifazos.
Los referentes gubernamentales dicen que van aprendiendo a prueba de ensayo y error pretendiendo, de paso, una exhibición de humildad republicanista. Sabemos corregir, no tenemos anteojeras, no somos el kirchnerismo. Pero no aprenden, ni les importa: miden, que es muy diferente. El viejo y nunca bien ponderado “si pasa, pasa”, y si no veremos. Es lo que hicieron, precisamente, con la jugada respecto de la Corte. Cuando no pasó la entrada por la ventana articularon con los barones peronistas del Senado, lograron la aprobación y de yapa quedaron como negociadores democráticos que saben retroceder si la República lo exige. En cambio, lo sucedido con las tarifas de servicios públicos no es notable, solamente, por el embrollo en que se metió el Gobierno, solito, sino por otras tres cuestiones que deberían llamar a la reflexión en torno de las verdades dadas por hechas. Una es la comunicacional, por aquello de que los grandes medios pueden tejer la realidad tanto como se les antoje. El tarifazo fue acompañado por el silencio mediático pero también por una lista de acciones movilizadoras y medidas cautelares, que los afectados diversos desplegaron en municipios y provincias hasta generar un clima que derivó en el fallo suspensivo de la Cámara Federal de la Plata. Ese dictamen fue consecuencia, no una bala perdida. Y esa consecuencia provino de un fastidio popular, por abajo y sobre todo por el medio, que podrá tener inorganicidad política porque nadie lo conduce, pero que de ninguna manera era para ignorar. De pronto, los medios y colegas amigos del Gobierno descubrieron que, aparte de López y las monjitas, hay bronca con la marcha de una economía que tiene cero de visos reactivadores, y unas pymes acogotadas, y un discurso oficial que, atento el tarifazo, reside en que Macri pide no andar por la casa invernal ni en patas ni en remera, o solicitando que bajen la calefacción en el festejo por los 150 años de la Sociedad Rural.
Una segunda materia pone en duda la certeza de que el macrismo dispone de grandes cuadros políticos, capaces de afrontar así nomás las adversidades populares inherentes a un gobierno de derechas, de ejecutivos hieráticos, de gerentes que se manejan cual si un país fuese una empresa en la que no hay voz que se levante, ni protesta que no se arregle acomodando al sindicato. ¿Dónde quedó que Aranguren es un eficientista inmejorable, y dónde que Prat Gay era el chico gradualista apto para imponer condiciones sensibles, y dónde que los radicales –o como gusten llamarse hoy, porque ya se perdió de vista qué cosa significan que le importe a quién– no se sientan despechados ni empiecen a reclamar mayor protagonismo (como Moyano, quien ahora avisa que está cerca el tiempo de la pelea una vez que arregló en la AFA)? Lo que importa no son las características morales de los que empiezan a correrse del macrismo, sino lo objetivo de que a menos de siete meses de gobierno parece faltar la tanta muñeca política adjudicada a los neoconservadores que gobiernan. Y tercer asunto: ¿qué cuentas sacaron acerca de que bastaría la voluntad de desnudarse, confiables, frente al mercado financiero internacional? Es que, si es por eso, la rapiña de los “inversores” consiste en exigir más ajustazo todavía; y la de algunos agentes locales también, de acuerdo con lo que se lee y escucha en las notas editoriales de La Nación y en las bocas de expendio de los idealistas más gurkas de las consultoras (Espert, Broda, su ruta). Todo esto sin contar las contradicciones secundarias hacia dentro del bloque dominante. El complejo agroexportador que pretende un dólar cercano a 20, la renovada patria financiera con aspiraciones de tasas de interés elevadas que chocan con el control del dólar y unos sectores industriales –ni hablar de sus pymes satelitales– ya afectados por la avalancha importadora que colisiona a su turno con los dos anteriores. Esa ensalada requiere del manejo político que el kirchnerismo tenía bien o más o menos, y que hoy no existe. Incluso en la faz estrictamente institucional tienen sus desconsuelos, como lo revela la patada para adelante de la Corte en el tema tarifario. Los supremos responden al bloque de poder expresado en el Gobierno, sin dudas, pero de ahí a comer vidrio hay bastante diferencia.
Los tarifazos son una conclusión de lo que el Gobierno pretendía socialmente inocuo. En uno de los artículos sustancialmente más claros que se hayan publicado sobre transferencia de ingresos a las grandes corporaciones, durante apenas lo que va del macrismo, Claudio Scaletta (Página/12, miércoles pasado) escribió sobre números concretos: “Por el gas entregado al sistema de transporte (boca de pozo), las gasíferas pasarán de facturar menos de 4 mil a 7 mil millones de dólares anuales. Luego, si se toma como referencia el costo de producción de YPF, reciben casi 5 dólares por la unidad que les cuesta 1,9 producir. (…) La síntesis de estos números no demanda grandes abstracciones: el tarifazo del gas empezó con una transferencia a las gasíferas por alrededor de 3 mil millones de dólares anuales. Un pase de manos gigantesco que el macrismo ni siquiera consideró necesario justificar más allá de algún balbuceo sobre las inversiones y que, a pesar de la reacción social provocada por las nuevas tarifas, continúa manteniéndose fuera de la discusión”. Datos como ésos podrían sumarse al escenario de las economías regionales, didácticamente resumido en el suplemento “Biz” que Ámbito Financiero publicó también el miércoles pasado con la firma de Guillermo Gammacurta. Pesca, vino, peras y manzanas, yerba, lechería, mercado porcino, registran caídas interanuales impactantes que en la mayoría de los casos responden a descenso de las exportaciones y aumento de las importaciones. Una historia que debería ser archiconocida porque ya la sufrieron generaciones de argentinos cada vez que gobernaron “estos tipos”, como tituló el escritor Mempo Giardinelli hace unas semanas.
Al macrismo le llega la hora de determinar cómo timonea el poder desde su ejercicio mismo y ya no, solamente, en cuanto a los intereses de clase que representa. Hasta aquí lo hizo favorecido por la plancha social, pero el consumo popular se desplomó por obra de programa económico semejante y no hay la contrapartida de esa lluvia de dólares inversores que se creyeron en la alegre campaña del PRO (otra falacia, respecto de los grandes estrategas de mercado que tendría la alianza gobernante. Publicitarios sí que los tuvo, pero el poder es otra cosa). El “ruidazo” del jueves es un síntoma del descontento, por más que no haya tenido la magnitud concentrada de los caceroleos anti K. Menos que menos merece el, prácticamente, ninguneo de los medios oficialistas. Se produjo a muy poco tiempo de iniciarse la gestión, no a larga distancia. Y entre quienes tocaron la bocina, golpearon cosas y se juntaron en muchos lugares de todo el país, hay una inmedible pero reveladora cantidad de muchos que votaron a Macri.
Un signo de que sólo con López, o los López, no les alcanza.
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