Domingo, 16 de marzo de 2008 | Hoy
UNIVERSIDAD › REPORTAJE A NORBERTO FERNANDEZ LAMARRA, DE LA UNTREF
Director de la Maestría en Políticas y administración de la Educación, traza la relación entre modelo económico y carreras.
Por Julián Bruschtein
“La reactivación del sector productivo hace que la falta de profesionales se haga aún más evidente”, dice el especialista en educación superior Norberto Fernández Lamarra. En diálogo con Página/12, el director de la maestría en Políticas y Administración de la educación en la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref) analiza el proceso que separó al sistema universitario del sector productivo y advierte que la creciente demanda de profesionales hoy está conspirando contra la graduación.
–¿A qué se debe el desequilibrio entre las necesidades del país, que requiere más graduados en ciencias básicas y aplicadas, y la matrícula estudiantil, inclinada más a las carreras de ciencias sociales?
–El desbalance entre el funcionamiento del sistema universitario y la situación del país se agudizó fuertemente en los ’90. La Argentina dejaba de ser un país productivo para transformarse en uno donde los arquitectos y los ingenieros manejaban taxis. A raíz de esta situación y de la falta de estímulos, los jóvenes se volcaron a otras alternativas. Ahora, en un país que comienza a recuperarse, resalta un gran déficit en materia de algunos profesionales. Las matrículas de las carreras de ciencias sociales crecieron en el orden de casi el 200 por ciento. En cambio las científico-tecnológicas crecieron sólo un 40 por ciento, lo que trajo como consecuencia que el país se esté inundando de graduados de las ciencias sociales y se produzca una falta de profesionales en áreas científico-tecnológicas. Hoy es común escuchar que se habla de la falta de ingenieros, de agrónomos... El ejemplo más claro es ingeniería, que fue la carrera que menos creció en los ’90 y, a su vez, una de las que tuvo mayor deserción. Hoy los ingenieros graduados son muy pocos, incluso en relación con el bajo número de inscriptos.
–¿En qué estado está la relación entre el sistema educativo y el ámbito del trabajo?
–En términos generales, es una relación no adecuadamente satisfecha. En general, las perspectivas con las que se manejan la educación y los actores del mercado de trabajo son muy distintas. Un primer punto central para esto es que la educación no puede atender a las demandas inmediatas del mercado porque la educación tiene lo que llamamos –a veces se la usa en doble sentido– inercia. Esto implica que cualquier cambio de política, de organización, de planes del sistema educativo lleva varios años hasta que se produzcan los graduados y éstos se incorporen al sistema productivo. Por lo tanto, la visión cortoplacista que muchas veces tienen quienes operan en el mercado laboral y piden respuestas al sistema educativo y a la universidad no puede ser satisfecha. Para tener una verdadera discusión sobre educación y trabajo hay que asumir una perspectiva de largo plazo, entre 10 y 15 años.
–¿Cuál es el diagnóstico resultante de esta falta de políticas?
–Al no tener políticas de mediano y largo plazo, el resultado es un sistema educativo que funciona aislado de la sociedad y de las señales que ésta emite. Es algo así como una reacción un poco autista por parte de los dos lados: del sistema educativo y de la sociedad, lo que hace que a veces se produzcan discusiones un poco absurdas: la sociedad le demanda respuestas inmediatas a un sistema educativo que responde cerrándose aún más.
–El actual desarrollo del sistema productivo, ¿influye positivamente sobre la universidad?
–Afortunadamente, el país se encuentra en estado de reactivación del sector productivo, pero esto hace que la falta de profesionales formados se haga aún más evidente. A tal punto, que esta falta se transforma en una causa de deserción universitaria, porque el sector productivo toma a los estudiantes cuando están avanzados en la carrera. Les dan un buen trabajo con un sueldo razonable, y el resultado es que un número significativo no se gradúa. Esto termina afectando al futuro del país.
–¿El debate sobre la modificación de la Ley de Educación Superior puede ayudar a mejorar la situación?
–Más allá de discutir la modificación o no de la Ley de Educación Superior, creo que lo central es implementar programas de promoción e incentivación de las carreras que formen los profesionales necesarios para el país.
–La autonomía se encuentra en el centro de este debate.
–La autonomía no puede significar aislamiento de la universidad porque eso conduce al autismo utilitario, ni puede ser tampoco dependencia de las situaciones político sociales y económicas inmediatas. La universidad tiene que pensar con el país un proyecto político-económico y social de futuro. Tiene que participar en las discusiones, ser actor principal de los debates con la sociedad. Ni autismo ni intervencionismo, hay que pensar a la universidad con el extraordinario sentido de futuro que tuvieron los jóvenes cordobeses de la Reforma de 1918. En 90 años este mundo cambió tanto, pero sus postulados principales están vigentes.
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