Viernes, 3 de abril de 2009 | Hoy
UNIVERSIDAD › OPINION
Por Marcelo Velarde Cañazares *
Hace 60 años, del 30 de marzo al 9 de abril de 1949, tenía lugar en Mendoza un evento sin precedentes en toda Latinoamérica: el Primer Congreso Nacional de Filosofía. Financiado por el mismo gobierno que llegara al poder al son de “alpargatas sí, libros no”, y que mantenía intervenidas las universidades, la paradoja de la reunión reflejó las divisiones entre los filósofos tanto argentinos como extranjeros: por un lado, los que rehusaron participar, juzgando que eso implicaba consentir el régimen, y por el otro, quienes defendían la índole académica del congreso. Solidario con los primeros, pero más equilibrado que la mayoría de unos y otros, Ferrater Mora diría en la revista Philosophy and Phenomenological Research: “Fue un evento político y filosófico a la vez”.
En efecto, a escasas semanas de jurar por la nueva Constitución que había promovido, y a título de conferencia de clausura, allí presentó Perón La comunidad organizada, cuyo autor real o asesor quedó en las sombras hasta hoy. Sin embargo, Perón no se limitó a costear agasajos a los filósofos extranjeros ni a distinguirlos en Buenos Aires con diplomas de miembros honorarios de la universidad argentina. Buscaba refutar ante todo con acciones las acusaciones de fascismo y de privación de la libertad de expresión. Así es que no sólo cerró su exposición en Cuyo con palabras de Spinoza, filósofo judío, sino que se aseguró de haber respaldado la realización de un congreso de jerarquía internacional.
Entre los 60 extranjeros presentes, llegados de 20 países, estuvieron los europeos Abbagnano, Gadamer, Löwith, Landgrebe, Fabro y los latinoamericanos Vasconcelos, Ferreira da Silva, Wagner de Reyna y Miró Quesada. Otros 32 extranjeros, entre ellos Blondel, Marcel, Hyppolite, Sciacca, N. Hartmann y Jaspers enviaron comunicaciones. Las arduas tratativas diplomáticas para traer a Heidegger chocaron con el proceso aún en curso de desnazificación de las cátedras alemanas, y sólo consiguieron su carta de adhesión. Sartre, cuya obra había sido poco antes condenada por el Vaticano, provocaba náuseas a los intelectuales católicos y el gobierno no se arriesgaría a tanto. Nada impidió, ciertamente, que Heidegger y Sartre fuesen los filósofos más “presentes” en los debates sobre el existencialismo, la única corriente filosófica a la que se le dedicó una extensa sesión plenaria.
A pesar de las ausencias de F. Romero, Fatone y Risieri Frondizi, y de presencias ideológicas tan cuestionables como las de Meinvielle y otros, el protagonismo local sobresalió con Astrada, Guerrero, Vassallo, Virasoro, Cossio y con católicos como Quiles, Derisi y De Anquín. Tras apenas medio siglo de abierta la primera carrera de Filosofía en el país, la convulsionada “normalización” había sido acelerada y nuestros filósofos discutieron de igual a igual con los europeos. El reconocimiento alcanzado permite afirmar que el congreso de 1949 representó para la filosofía argentina la obtención de su carta de ciudadanía mundial. A la vez, es cierto que esta “filosofía argentina” estaba desgarrada por disidencias políticas, incluso entre los tomistas y los existencialistas del ámbito “oficialista”. Además, la dimensión internacional del congreso se logró no sólo a expensas de su designación de “nacional”, sino de cualquier posible confusión con un “Congreso de Filosofía Nacional”. Elocuente es el caso de Astrada, que venía de publicar El mito gaucho, su interpretación del “ser argentino”, pero que en Mendoza casi se ciñó a ponderar con agudeza el sentido de la obra de Heidegger en un lenguaje académico más bien purista.
Este múltiple desencuentro fue acaso una de las razones de los 22 años que pasaron hasta el siguiente congreso, donde tales desajustes fueron enunciados y denunciados de diversas formas desde una filosofía de la liberación latinoamericana que rescataba y resignificaba conceptos caros al existencialismo, como compromiso, situación, alteridad y autenticidad. Conceptos que hoy, cuando entró en coma el orden global neoliberal que quiso enterrarlos, pero libres ya también de ilusorios nacionalismos ontologistas, podrían orientarnos otra vez ante ciertos desafíos del pensamiento alternativo.
* Licenciado en Filosofía, doctorando de la UNLa y la Universidad de París 8, becario Alban.
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