Viernes, 3 de abril de 2009 | Hoy
EL MUNDO › LA PUJA ENTRE FRANCIA Y ALEMANIA CON ESTADOS UNIDOS Y REINO UNIDO SE APAGO EN LONDRES
El británico Gordon Brown y el francés Nicolas Sarkozy, que habían sido los polos de una discusión sobre la salida de la crisis, coincidieron en su evaluación positiva de las decisiones del G-20 para atenuar los remezones de la economía.
Por Eduardo Febbro
Desde Londres
Antes de que apareciera la primera hoja impresa con la resolución final de la cumbre del G-20, el primer ministro británico, Gordon Brown, empezó a comunicar los resultados en una conferencia de prensa organizada en la principal sala del centro de convenciones londinense, Excel. A principios de la tarde ya habían trascendido algunos puntos de la declaración final y se sabía que lo que pareció empezar como un psicodrama, montado en torno de la controversia entre el eje franco-alemán y el británico-norteamericano por la cuestión de la prioridad a la cuestión de la regulación financiera, había quedado o resuelto o en silencio. A la vez calmo y entusiasta, Brown explicaba lo que calificó como un intento inédito de coordinación y cooperación internacional. A la derecha de la sala, su voz se mezclaba con la del presidente francés, Nicolas Sarkozy, quien había dado comienzo a su conferencia de prensa casi en el mismo momento en una sala contigua.
Mientras leía un papel con notas recién escritas, Sarkozy parecía feliz, y así lo confesó. El presidente francés reconoció que era “emotivo” ver a los diferentes países ponerse de acuerdo sobre “medidas tan precisas” y, casi sorprendido de lo que decía, aseguró que el resultado de la cumbre “va más allá de lo que hubiéramos imaginado”. Sarkozy pronunció la frase dos veces y, entre una y otra, agradeció a Gordon Brown, cuya voz se escuchaba ahora en la sala donde hablaba Sarkozy, por haber dejado de lado algunas de sus posiciones ideológicas tradicionales en beneficio del G-20. Nicolas Sarkozy también elogió el papel que desempeñó Barack Obama. Su intervención facilitó la reconciliación entre China y Francia. Todo parecía resuelto, consensuado, en una amistad universal. Lejos quedaron los diferendos y las amenazas que habían precedido la cumbre. Antes de que se abra la reunión de Londres hubo sobre la mesa dos posiciones bien marcadas: por un lado el eje franco-alemán, que se resistía a dar más dinero público y reclamaba una regulación más estricta de los mercados, y por el otro, el eje formado por Estados Unidos y Reino Unido, cuya meta era reactivar la economía con inversiones y estímulos fiscales. La controversia se volvió antagonismo y éste, una amenaza con nombre y apellido. Nicolas Sarkozy consideró que la situación del mundo era muy grave como para reunirse “por nada” y amenazó con irse de la cumbre y no firmar el documento final si no se alcanzaban los resultados esperados.
Pero Nicolas Sarkozy no se levantó de la mesa, firmó el documento final y no hubo roces visibles con Estados Unidos. Londres reconcilió a casi todo el mundo. Quedaron afuera de los halagos mutuos aquellos que esperaban realmente que esta cumbre, que muchos se atrevieron a llamar “la cumbre del post-liberalismo”, desembocara en el diseño de una nueva arquitectura mundial. Imposible. El riesgo es muy elevado, y no ya de que los bancos continúen cayendo en la banquina sino de que, ahora, sean los países los que se vean tragados en el espiral de la bancarrota. El FMI fue así llamado a asumir nuevas funciones en la redistribución del crédito a aquellos países que están caminando sobre un hilo encima de un precipicio. El optimismo londinense fue tal que, a pocos metros de distancia, Brown y Sarkozy celebraron que con esta cumbre se marcaba “el principio del fin de los paraísos fiscales”. Barack Obama, en una conferencia de prensa magistral con la que se cerró la cumbre, ratificó esa aspiración. Así, las hachas exhibidas en París o Washington durmieron su sueño de paz en Londres. Y no podía ser de otra manera. Sarkozy y Obama se verán de nuevo este viernes, ahora en Estrasburgo, al noroeste de Francia, donde se lleva a cabo la cumbre de la OTAN, la Alianza Atlántica. Hubiese sido prematuro tal vez levantarse de la mesa de una cumbre para luego volver a encontrar en otra a muchos de los que estaban en Londres. Las relaciones internacionales imponen leyes de una inteligencia exquisita. La “ruptura” entre Washington y París era imposible. Hace 43 años, el general De Gaulle informó a los norteamericanos que Francia dejaría de formar parte del mando integrado de la OTAN. París creó así eso que se llamó “la excepción francesa”, es decir, ser parte de la OTAN, pero no estar supeditada a sus decisiones. Y 43 años más tarde, Nicolas Sarkozy oficializó el retorno de Francia al mando integrado de la OTAN y, con ello, puso fin a la excepción francesa. La cumbre de este viernes sella el regreso de Francia a la estructura militar “made in USA”. El G-20 no podía ser entonces la antesala de un distanciamiento sino, al contrario, un paso más hacia el consenso general.
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