EL PAíS › A LO LARGO DE CALLAO SE FUE AGOLPANDO LA GENTE PARA ACOMPAÑAR EL CORTEJO FUNEBRE DE ALFONSIN

“A este hombre no lo supimos valorar”

Militantes de distintas edades. Señoras que evocaban su antiperonismo, señores nostalgiosos de la juventud que pasó de la mano del fervor alfonsinista se sucedieron a la vera de la caravana que siguió la despedida de Raúl Alfonsín.

 Por Alejandra Dandan

La señora se acomodó temprano con sus canas blancas detrás de un vallado de la avenida Callao, desde donde la policía intentaba ordenar el avance aún invisible de las masas. Después de tres días de fiebre, con bronquitis, Teresa Clara no podía quedar afuera de la foto histórica que iba a dejar el paso del cuerpo de Raúl Alfonsín. Ya había hecho demasiado. Escapó de la montada con el peronismo, a los 18 años se afilió al partido radical y, hasta sin ser peronista, estuvo en los funerales de Eva. Teresa del Carmen ahora tiene 73 años. “Y perdón si no soy objetiva –dijo–: pero esto es distinto: acá llegan los que llegan por amor y convencimiento y lo de Eva, es cierto que duraba más, a lo mejor tres días completos, pero porque el cortejo lo empezaban y lo paraban, lo empezaban y lo paraban y a ella le hacían un retoque y la volvían a sacar: ¡si hasta trajeron un famoso médico que embalsamaba, ¡averigüe!, ¡es cierto!”.

Desde la noche del miércoles, cuando muchos aún hacían las colas para entrar al Salón Azul del Congreso a cortejar al ex presidente, varios se organizaron para volver al día siguiente e integrarse a la espera vigorosa desde donde se oía la palabra pueblo, casi contra el Gobierno. Temprano, desde las doce del mediodía, mientras se sucedían discursos en el Salón Azul, la policía colocó los vallados como un tejido de hierro sobre los bordes de Callao hasta el cementerio de la Recoleta.

Teresa Clara llegó a esa hora a la esquina de Perón y Callao. A unas cuadras, dejó su mundo entorno a un lavadero. Y ahora escuchaba a Susana Sala, treinta años más joven, que hablaba a gusto.

“¡Pero hola!”, la saludó una vecina ¿Qué haces por acá?, le dijo. “Me levanté de la cama, para venir a ver a Alfonsín”. La vecina poco dispuesta a quedarse, a esa hora paseaba a su perro en la fresca mañana del feriado del 2 de abril.

–Pero che –se puso a decirle–: sabés que al final, vas a tener que estar atenta con lo del gato.

–¿Por qué? –preguntó Teresa Clara.

–Le pregunté a la veterinaria: me dijo que en Argentina no hay rabia, pero hay que acordarse del caso del gato que mordió al murciélago, así que ahora, vos andá y hacé ver a tu gato: a ver si tiene rabia porque lo atacó un murciélago.

Metros arriba, hacia el Congreso, una madre y su hijo volvían a Callao como quien se dispone a retomar un puesto de guardia. Habían estado más de siete horas entre las colas espiraladas del día anterior, antes de entrar al Congreso. Ema es jubilada y Federico, su hijo, licenciado en mercado de capitales. Los dos son radicales, afiliados al Partido. Por un momento, ni el Partido, ni las referencias, ni esas siete horas de espera del día anterior, parecen haberlos preparado para este momento. De pronto, nadie sabe qué pasa, cuándo llega el féretro, a qué hora, cuándo vuelven a verlo a Raul Alfonsín. Ema tiene una radio gigante pegada a una oreja. Durante un rato intenta inútilmente sintonizarla.

“Salimos por todo y a este hombre no lo supimos valorar”, decía otra mujer. “Ahora salimos y lloramos a los que valen la pena, como a mi amigo Favaloro y por personas como él, por personas como Alfonsín, hoy estamos llorando los argentinos, por esto podemos llorar”.

Quien llora está detenida en Santa Fe y Callao, a unos doscientos metros de la casa de Alfonsín y a metros de uno de los pasacalles que replican en varias esquinas mensajes de los comités y de la Juventud Radical con el nombre del ex presidente. Silvana Eleonora Sálice, a su lado, dice “eco”, “eco” cada vez que la otra habla. Ambas hace treinta años que viven en Italia. Andan de paso por el país, de paso por el entierro, pero menos de paso en esta esquina, a la que acudieron sólo por el espacio, porque pensaron que iban a poder seguir todo tranquilamente como en Italia.

–¿Y ahora viene? ¿Viene? –decía su amiga– ¿Usted lo ve? ¿Lo ve?

A esa altura, las colas replicaban todo tipo de versiones. Cerca del Congreso estaban convencidos de que la cureña saldría rápido. A lo lejos, sobre Las Heras, las noticias llegaban mal traducidas, con algunos que indicaban que estaba saliendo y otros aseguraban con idéntica convicción que aún seguía la misa.

El florista de la esquina del Congreso que el miércoles tapó todo el local con cientos de claveles rojos y blancos, ayer quedó opacado por una réplica: un florista en bicicleta vendió claveles, a dos pesos, en medio de una avenida desierta cuando se acercaba la hora de saludar al féretro.

–¿Viene? ¿Sí? ¿Ahora sí?

A las dos y media de la tarde, un grupo de granaderos alertó a los que hacían guardia en Callao y Corrientes. Dos muchachos tomaban fotos desde arriba de La Opera. Otro escaló las vallas para usarlas de caballete mientras la madre del licenciado en mercado de capitales daba vueltas la perilla de la radio.

¡¡¡Raúl/querido/el pueblo está contigo!!! ¡¡¡Raúl/querido/el pueblo está contigo!!! Empezó a escucharse. Volaron las flores y una lluvia de papeles. Juan Carlos Blumberg pasaba detrás del féretro, detrás de Aníbal Ibarra, Fernando de la Rúa, Julio Strassera, Julio Cobos y hasta Roberto Lavagna golpeado por flashes que salían disparados de celulares.

Jorge Alejandro Puch no podía creerlo. A esa altura, hubiese querido subirse arriba del féretro. Con mitad del cuerpo afuera de la escuela Bermejo, Puch cumplía su trabajo de casero ¡Pero cómo no voy a querer ir!, decía. “¡Si es el padre de la Patria: yo estuve con él, compartí el desayuno en la quinta de Olivos el día que lanzó el Plan Alimentario Nacional”. Por entonces, Puch era coordinador del primer programa alimentario. Estuvo con Alfonsín hasta cuando el ex presidente dijo a un grupo de la Juventud Radical que dejaba el gobierno porque “no quería ver correr sangre de los argentinos”.

–Por eso es que toda esta juventud hoy está acá –dijo Puch.

–Muchos jóvenes no hay.

–Jóvenes éramos en ese momento.

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“¡Raúl querido, el pueblo está contigo!” fue el cantito que repitieron al paso del féretro.
Imagen: Alejandro Leiva
 
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