CONTRATAPA › CONFLICTOS Y CONSENSOS

Dios y Job

 Por José Pablo Feinmann

Dios y Satán colisionan a menudo en los textos bíblicos. También fuera de ellos. Uno de los ejemplos más destellantes es la historia del Dr. Fausto que narra Goethe en su texto más conocido, obra maestra del romanticismo alemán. Aquí, el autor de Werther inicia su obra con un desafío que Mefistófeles (nombre típico del Diablo en la modernidad y que Goethe hace suyo) le propone a Dios. (Sucede en el inicio de la obra: Prólogo en el cielo, pp. 114/117, ediciones Cátedra, Madrid, 1994). El desafío se basa en un supuesto que el príncipe de las tinieblas expone con su habitual convicción: todo hombre que dedica su vida a la Razón queda inhabilitado para el Bien. Se basa en Adán y Eva, que comieron del árbol del conocimiento y cayeron en pecado. Dios niega esa asertividad provocadora, prepotente. Hay, en la Tierra, un hombre que dedica sus días a la Ciencia y no es un pecador. Mefistófeles le pide que le diga quién es y si acaso es también el más puro de sus seguidores. Dios no vacila en su respuesta, pues se trata de algo que tiene muy claro, que lo sabe y lo guarda en su corazón. No era su intención revelarlo, pero lo hace: el más puro de sus fieles es el Dr. Fausto. Mefistófeles apela a un recurso al que ya había apelado antes: la exigencia de una prueba. ¿Cómo se prueba la fidelidad de un hombre puro, que no se rebela contra su Dios y lleva una vida cómoda y próspera? Se lo despoja de sus bienes o se lo entrega a la tentación de la carne. A esta segunda se somete al Dr. Fausto. Ya se sabe: su tragedia es enamorarse de una joven y rendirse a las seducciones de Mefistófeles al precio de poseerla. Todo es distinto con Job. Al cabo, Fausto cede a la tentación y se acerca a Satán. Sus padecimientos no son los del hombre justo, sino los del pecador insatisfecho. Más conmiseración nos depertará Job, ya que no hay en él pecado alguno ni tentación a la que se haya sometido. El anónimo autor de Job sabe bien tratar su material, llevarlo con mano maestra a sus extremos. Se calcula que el libro es del siglo V antes de la era cristiana. Los estudiosos, luego de detectar que el texto (verdadera obra maestra) está desbordado de aramaísmos deducen que la historia sucede después del destierro del pueblo judío, época en que la idea de nación, ya superada, se reemplaza por la del destino individual. ¿Hay otro destino individual más fascinante que el de Job? Es, por el contrario, uno de los destinos individuales más fascinantes de la historia humana. El de un hombre que se enfrenta a Dios. El de un justo que sufre injustamente.

También aquí el disparador del conflicto es Satán. El título del capítulo I de Job es, precisamente, ése: “Satán prueba a Job”. El comienzo del relato es idéntico al de Goethe, o al revés: comprobamos que Goethe ha tomado su punto de partida del relato de Job. Satán le dice a Dios que anduvo dando vueltas por la Tierra, paseándose por ella. Yahvé (nombre de Dios en la Biblia de Jerusalem) le pregunta por su siervo Job, a quien ama, porque no es pecador y lo sirve fielmente. Muy hábil, Satán responde que esa bella conducta se debe a los cuantiosos bienes con que Yahvé ha colmado a Job. No bien se los quite, ese siervo fiel, ese hombre puro lo maldecirá cara a cara. Yahvé cae en la trampa de Satán y lo autoriza a ponerlo a prueba. A partir de aquí todas las desgracias empiezan a llover sobre el fiel Job. Mueren sus hijos, mueren sus hijas. Job acepta: rasga su manto, rapa su cabeza y cae en tierra humillado. Pero dice: “Desnudo salí del seno materno/ y desnudo volveré a él/ Yahvé me lo ha dado y Yahvé me lo ha quitado/ Bendito sea el nombre de Yahvé” (1/20). El narrador de la historia sabe graduar su crecimiento. Satán le dice a Yahvé que es poco lo que ha hecho con Job, que cualquiera tolera lo que él ha tolerado, que para probar verdaderamente su fe los castigos tienen que ser mayores. Como en Homero, los dioses juegan también aquí con los destinos de los hombres, pasan entreteniéndose a costa de sus tragedias. Ya vemos cuál es la tragedia de Job, la que hemos dicho: la del justo que sufre injustamente.

Satán, con la aprobación de Yahvé, sigue arrojando sobre Job todo tipo de sufrimientos. El autor del relato describe con minucia las flagelaciones a que es sometido su protagonista. He aquí, parece decir, el drama del hombre sobre la Tierra. Está en manos de los poderosos. No es dueño de su destino. Es arcilla fácil para que ellos se diviertan y nada puede hacer. ¿No es ya exagerada la sumisión de Job? ¿Exige la fe tolerar tanto injusto dolor? Estamos aquí en pleno corazón del conflicto. Por primera vez en la Biblia el conflicto entre el hombre y Dios se expresa tan descarnadamente. Pocas veces la crueldad divina (por mediación de Satán, como en el relato del Génesis) se ejerció con tanta saña y pocas veces la víctima demoró tanto en reaccionar. Pero Job lo hace: “Siento asco de mi vida y voy a dar curso a mis quejas” (7.11.15). Aquí, Job y el gaucho Martín Fierro se acercan notablemente. ¿Acaso no es el poema de Hernández (en la Ida, primera parte) una queja incesante? Fierro se queja a los puebleros, los hombres de la civilización. Sus patrones. En suma, Dios. “Si uno aguanta es gaucho bruto/ si no aguanta, es gaucho malo/ ¡Déle azote, déle palo,/ porque es lo que él necesita!/ De todo el que nació gaucho/ ésta es la suerte maldita” (1380). Mas Fierro decide enfrentar esa suerte que le impone la Civilización y volverse bravo, malo: “Yo abriré con mi cuchillo/ el camino pa’ seguir” (1385). También el tango discepoliano es una queja: “¿Cómo olvidarte en esta queja/ cafetín de Buenos Aires?”. Y, más que a menudo, una queja contra Dios. Job se les adelantó a todos. Fue el primero que se alzó contra Yahvé y le imputó sus infortunios. El que lanzó la simple, vigorosa pregunta: “¿Por qué?” ¿Quién, alguna o varias veces en su vida, no ha preguntado ¿por qué?

“Diré (dice Job) a Dios: No me condenes,/ explícame por qué me atacas./ ¿Te parece bien oprimirme, despreciar la obra de tus manos/ y favorecer los planes del malvado?” Notemos que Job pone tanto a Yahvé como a Satán culpables de sus flagelaciones. Si Dios “favorece los planes del malvado”, ¿qué diferencias podrá encontrar el hombre entre uno y otro? Y, en pleno, ardiente conflicto, Job arroja una de sus quejas más hondas: “¿Por qué me sacaste del vientre?/ Habría muerto sin que nadie lo advirtiese,/ sería como si no hubiese existido,/ conducido del vientre a la tumba/ ¡Qué breves los días de mi vida!/ Aléjate de mí, déjame gozar un poco/ antes de que marche, y ya no vuelva,/ al país de las tinieblas y de sombras,/ al país oscuro y en desorden,/ donde la claridad parece sombra” (3 11 - 16). Qué complejas y varias expresiones tiene el sufrimiento humano. Hasta podría decirse que, desde su dolor, Job inventó el bolero: “Aléjate de mí/ déjame gozar un poco”.

Job advierte (también como el trágico héroe discepoliano y Martín Fierro) que los que más tienen mejor viven. “¿Por qué siguen vivos los malvados,/ que envejecen y aumenta su poder?/ Viven seguros con sus hijos,/ ven cómo crecen sus retoños/ un hogar en paz, sin miedo, sin probar el castigo de Dios” (Jr 12-12). Y Discépolo ¿no se queja su héroe de la buena suerte de la gente mala? ¿No le dice a Dios que ve día a día que la gente mala vive, ¡Dios!, mejor que yo? ¿No concluye con la amarga certeza –tal vez la más amarga de todas– que afirma: creer en vos es dar ventaja? El parágrafo 23 del libro de Job lleva por título: “Dios está lejos y el mal triunfa”. No otra cosa le dice Cándido al Dr. Pangloss en la novela de Voltaire: el mal se ha enseñoreado de la Tierra. Pero esa frase de Job (“Dios está lejos y el mal triunfa”), ¡que cercana, qué clara y verdadera nos suena hoy!

Finalmente Yahvé responde a Job. Hombre afortunado, nosotros llevamos más de dos mil años sin una palabra de Yahvé. Heidegger abre el tomo I de su monumental Nietzsche con una frase de este filósofo encrespado: “¡Casi dos milenios y ni un solo nuevo dios!” (1888, VIII, 235-236. El Anticristo). Sin embargo, ¿tuvo más suerte Job? ¿Terminó en una conciliación su conflicto con Dios? No, Yahvé responde desde su gigantesca soberbia. Según los más atentos lectores del libro de Job, la solución final, pese a ser insatisfecha y dejar sin respuesta todas las quejas de Job, confirma la omnipotencia de la figura divina. Apela al misterio de las decisiones de Dios. El tema del libro es el del sufrimiento de un hombre justo. Acaso un hombre justo no deba sufrir. Acaso sean insensatos todos los padecimientos de Job. Pero Dios sólo responde a través de la monumentalidad de sus obras. Revela la trascendencia de su ser y de sus designios y deja sin respuesta a Job. No hay condiciones para creer en Mí. Finalmente, la enseñanza religiosa del libro de Job es: el hombre debe persistir en su fe aun cuando su espíritu no encuentre sosiego. Se ha llegado a un consenso que acaso pretenda ser la solución del conflicto. Pero no lo es. El Todopoderoso ha vencido. El sufriente humano sigue sin saber la causa de sus dolores. Sólo le resta volver a su fe ciega. Se restablece la situación anterior al conflicto. Dios es Dios. Job, un simple ser humano sometido a sus designios.

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