Domingo, 30 de noviembre de 2014 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Emir Sader
A lo largo de la década de 1990 la izquierda ha resistido como pudo a los avances del neoliberalismo. Parecía que estábamos frente a una ola incontenible, hasta que algunos gobiernos latinoamericanos han reaccionado y empezado a construir alternativas a ese modelo.
Dos corrientes convivían en la resistencia al neoliberalismo: una, que planteaba la autonomía de lo social, el rechazo a la política, a los partidos y al Estado, centrando todo en movimientos sociales. Otra que proponía la necesidad de rescate de la política, de los partidos y del Estado, para conquistar hegemonía y construir alternativas al neoliberalismo.
Ha triunfado esta segunda corriente, dado que la superación del neoliberalismo requiere la construcción de un bloque de fuerzas hegemónico y la puesta en práctica de nuevas políticas de carácter público, que requieren redireccionar al Estado, superando la centralidad del mercado, promovida por el neoliberalismo.
El rescate del rol activo del Estado, tanto como inductor del crecimiento económico como en su calidad de garante de los derechos sociales, ha sido decisivo en la capacidad de gobiernos para avanzar en la superación del neoliberalismo.
Los que planteaban la autonomía de los movimientos sociales no fueron capaces de pasar de la fuerza acumulada en el plano social en la resistencia al neoliberalismo, a la construcción de alternativas a ese modelo. Se han quedado en la fase de la resistencia. Algunos prácticamente han desaparecido, como el caso de los piqueteros en Argentina otros han quedado reducidos a la intrascendencia, como es el caso de los zapatistas en México.
Ha sido decisivo el rol del Estado en los avances de superación del neoliberalismo, tanto en lo económico como en lo social. Pero la desmoralización de la política y el debilitamiento de los partidos no se ha detenido, ni siquiera en los países que han resaltado la importancia del Estado.
Se replantea con fuerza la cuestión del rol de los partidos de izquierda en los procesos de construcción de alternativas superadoras del neoliberalismo. Como se trata de gobiernos de alianzas amplias, de centroizquierda, esos partidos deben representar, desde luego, la alternativa de la izquierda, que antes de todo está por la superación radical del neoliberalismo. Y, más allá de esa lucha, apunta hacia alternativas anticapitalistas.
Por otra parte, el rol de un partido de izquierda es el de formular estrategias para llegar a los objetivos del programa del partido. Mientras los gobiernos se mueven en las coyunturas, es necesario apuntar hacia esos objetivos, para que no se pierdan en los enfrentamientos inmediatos.
Asimismo, los partidos deben discutir permanentemente con los movimientos populares las plataformas de lucha, las formas de organización de las distintas capas de la población, las relaciones con los gobiernos. Porque son esos movimientos –sindicatos, movimientos sociales, culturales, etc.— los encargados de organizar los más amplios sectores de masas.
Además, los partidos deben volcarse sobre las constantes evaluaciones de las correlaciones de fuerza, de los aliados, de los enemigos.
En síntesis, el rol de los partidos es el de elaborar y construir la hegemonía de los programas estratégicos de la izquierda y de las formas de su realización.
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