Sábado, 20 de mayo de 2006 | Hoy
Por Osvaldo Bayer
Sí, fue aquel año 1949. Se llamaba Annemarie. Estudiaba en la Escuela de Bellas Artes Ernesto De la Cárcova, nombre de aquel artista autor del inolvidable Sin pan y sin trabajo. Caminábamos con Annemarie por sus jardines arbolados, antes de que comenzaran las clases, muy cerca del Balneario Municipal, como le decía antes la gente. Fresco del río, verde de los árboles, color de las flores. Con ella sólo hablábamos de poesía, nos habíamos propuesto eso. Todos los días, un poeta. Llegábamos por fin al silencio, sólo se escuchaban nuestros pasos y los trinos de pájaros curiosos.
Ella murió meses después, repentinamente. Ya no hubo más tiempo de creer en Dios. Veinte años apenas, hermosa. Escribí para siempre la última poesía.
Sin cantos mi choza, he quedado solo
Partiste viajera, sin agitar tu mano,
Con prisa, sin niebla en el rostro,
Y quedó tu sonrisa enredada en mi llanto.
La lloraron todos los profesores y alumnos. Bellas Artes. Su escultura no terminada fue instalada en los jardines. Allí florecía entre el verde y las brisas llegadas del río.
He vuelto a recorrer el paisaje de la plena juventud. Ya no es lo mismo. Antes, el frente de la Escuela estaba cubierto de madreselvas y adornado con cerámicas. Hoy ha desaparecido detrás de una pretenciosa marquesina de hormigón que nos grita: “Hasta aquí nomás”. Como todas las escuelas de arte del país, De la Cárcova está en permanente agonía. Claro, allí cerca está la otra Argentina: Puerto Madero, la de los restaurantes y el lujo y los pibitos revolviendo la basura de los tachos en busca de los residuos que no llegaron a masticar los poderosos del dinero, los de las estadísticas de Martínez de Hoz y de Cavallo que supimos conseguir.
Sí, la noble y bella Escuela de Bellas Artes (¡qué Bello nombre!) pareciera que por su decaimiento está en la mira de las siempre rápidas inmobiliarias.
Porque tal vez estaría mejor allí un restaurante con mozos vestidos de gauchos y asadores con achuras crepitantes. Y tangos y malambos turísticos. Hay que atraer, señores, al turismo, ése es nuestro futuro. Bellas Artes, ¿qué?, ¿cómo dice? ¿Y si cuando venga Bush en su tercera reelección se lo hacemos inaugurar a él? El panorama estaría completo. Bellas Artes. La Escuela De la Cárcova, hoy: los pisos de baldosas se hunden. La humedad gana las paredes. Los valiosos ejemplares de su biblioteca especializada corren riesgo de perderse, igual que la colección de estampas y las más valiosas diapositivas en vidrio con imágenes de obras de arte de todo el mundo. Cualquier entendido dirá: “Quedarán destruidas muy pronto ni no se hace algo para rescatarlas”.
Pero la desidia por el arte quedó compensada con la importancia otorgada al restaurante que alberga en sus jardines. Instalaciones gastronómicas. Sí. El Arte puede esperar.
En este nuevo mundo todo tiene que dar ganancia. Cuando lo noble y lo racional sería tener un bar estudiantil atendido justo por una cooperativa de esos trabajadores gastronómicos del restaurante. Lo racional, lo democrático y no el egoísmo rapaz de la ganancia por encima de la dignidad. Todo esto se ve, queda al desnudo cuando la única entrada habilitada para entrar a la Escuela de Bellas Artes ostenta carteles de promoción de comidas. En vez de Miguel Angel, vitello tonnato; en vez de Van Gogh, bouche de Noel. De la escuela de arte más importante del país, al restaurante cinco estrellas en las riberas de Puerto Madero. Argentina, Argentina. Es triste tener que repetir que la historia de esta escuela de arte es mucho más valiosa que su valor monetario. Este tendría que ser el lema indiscutible para todo funcionario de la cultura. Sería una falta de respeto a todos aquellos que pasaron por sus aulas y nombramos algunos: Mario Vanarelli, Mané Bernardo, Juan Carlos Castagnino, Libero Badii, o decir que allí están una réplica de tamaño natural del David de Miguel Angel, del Moisés y de La Piedad. O calcos de escultura precolombina americana de México, Guatemala, Honduras y Perú. Allí está la cátedra de Arte Indígena iniciada por Guillermo Magrassi, ese cruce genial entre Arte y Antropología. Pero además de eso, la antigua construcción no tiene ya más espacio, hay que darle urgente más lugar, porque el Arte aumenta, el genio creativo no se rinde ante las ganancias del rendimiento monetario del egoísmo. Basta de la constante agonía a que se ha condenado a este templo del Arte.
Los jardines diseñados por el paisajista Carlos Thays carecen de los cuidados necesarios; la fuente andaluza adornada por una escultura de sirena en mármol de Carrara, se desluce en el abandono.
¿Qué se espera para declarar a este predio monumento histórico nacional? Existe un petitorio para salvar lo que aún queda de este bellísimo edificio, que pide se “garantice la continuidad de los fines educativos académicos para los que fuera creada la institución desde 1923. Es decir, el estudio y la investigación pública y gratuita de las Artes Visuales como “última etapa de la formación académica”, aspecto hoy completamente olvidado. ¿Por qué? ¿Quién se llevó el dinero que había antes? Volver al rescate y la protección de los Talleres de Enseñanza, los Talleres de Restauración, el Museo, la Biblioteca, el Gabinete de Estampas y la colección Museológica. Todo comenzó cuando Menem creó el IUNA, Instituto Universitario Nacional del Arte, y de él comenzó a depender la Escuela de Bellas Artes. Y nombró rector a Raúl Moneta, calificado por docentes, no docentes y alumnos como “autoritario y burócrata”. Después de la experiencia más que negativa de este período –Moneta cayó en agosto pasado–, los cuerpos representativos exigen democratización. La única manera de terminar con personalismos, corrupción y planes fuera de todo principio es organizar para educar y no aquella del pretexto de “todo debe autofinanciarse”, que culmina en el egoísmo corrupto del enriquecimiento ilícito.
Es fundamental que el presupuesto –con los aumentos necesarios– sea puesto a disposición de rescatar y conservar el patrimonio, los talleres de enseñanza, la calidad académica. Aquí cabe la pregunta: ¿por qué durante estos largos años de la gestión de la IUNA de Moneta se dejó caer así la escuela, más allá de la crisis general del país? ¿Quién decidió y decide en qué se invierte? Con ese sentido de la situación, el Consejo Superior del IUNA se asemeja al de la Universidad de Buenos Aires y a las carencias presupuestarias de todas las universidades. Por aquello de que la Educación es el futuro del pueblo.
Con el cambio de gestión, ocurrida en agosto de 2005, se logró nombrar nuevas autoridades elegidas por asambleas. Pero estos coordinadores fueron dados de baja por la actual rectora Liliana Demaio. Los alumnos de posgrado no bajarán nunca las banderas de que también se escuchen sus opiniones y se tengan en cuenta.
Todas esas fuerzas de quienes hacen el camino al andar de la Escuela de Arte solicitan a la rectora la efectivización de integrar la Dirección de Posgrado en Artes Visuales y el Museo de Calcos y Escultura Comparada De la Cárcova al Departamento de Artes Visuales Prilidiano Pueyrredón, como fuera votado en el Consejo Universitario del IUNA el 20 de abril de 2006. Esta medida nunca se efectivizó. Si se cumple, permitirá dar curso a que se defienda esta esencial casa de estudios. Esta Casa del Arte, que no es otra cosa que adentrarse en la cultura, en los sueños, en lograr aquella Paz eterna con que soñaba Kant.
Entonces sí podré volver a pasear por los jardines amados de esta escuela, como hace sesenta años. Y visitar allí la escultura trabajada ‘por las manos de Annemarie, aquella muchacha soñada, y que fue colocada entre los árboles por la Escuela, para recordarla siempre. Y allí recitaré con nostalgias:
El tiempo se ha ido, sabor a naranjas,
¿Recuerdas? Recuerdo, el tiempo se ha ido...
La lluvia mojó el umbral del estío
Con el adiós eterno a la sed de ansias.
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