Sábado, 20 de mayo de 2006 | Hoy
EL PAíS › LA VIDA EN DOS PUEBLOS FINLANDESES QUE CONVIVEN CON PASTERAS
Botnia hace de todo para mostrar que no contamina. El director de una planta tomó agua del lago que recibe los desechos ante las cámaras argentinas.
Por Nora Veiras
Desde Rauma
Hace ciento cinco años se instaló en Aänekoski la primera industria forestal de Finlandia. Durante casi un siglo convivieron con el mal olor, las aguas contaminadas y el hollín que inundaba el aire y teñía la ropa. Esa naturalización del malestar tuvo un primer punto de inflexión en 1985, cuando Botnia anunció que instalaría una nueva pastera. Desde ese pueblito, que ahora tiene apenas 15 mil habitantes, se lanzó una campaña de firmas que logró 150 mil adhesiones en todo el país. La inesperada movilización obligó al Estado a extremar las medidas de impacto medioam-
biental, la empresa se instaló y el pequeño enclave entre lagos y bosques se calmó. Veinte años después, los silenciosos finlandeses no se quejan. Obsesionado por demostrar que no miente, el director de la planta, Pertti Hietaniemi, se agacha frente al lago Päijaäne, donde desembocan los efluentes, saca un vaso, lo llena de agua y se lo toma frente a las cámaras de los periodistas que llegaron desde la Argentina. “¿Creen que esto convencerá a la gente?”, pregunta el ingeniero, convertido a fuerza de la protesta de Gualeguaychú en inesperado sujeto de marketing.
Las inmensas chimeneas rompen la armonía visual, pero para la gente están integradas, forman parte de la rutina de sus vidas. Antiparkatti tiene 40 años y desde que nació vive en esta ciudad, dice que “hoy en día no hay molestia por los olores. Antes las pasteras contaminaban, pero desde los ’90 no hay problemas”, mientras acomoda los panes que acaba de comprar en el supermercado, cuenta que trabaja en el Centro Medioambiental, cerca de la planta. “Las aguas se han limpiado tanto que desde hace años pesco sin temor”, comenta. Otra vecina, Karina Axala, señala que “puede sentirse algo de olor, pero prácticamente no molesta. Puede ser dos o tres veces al año, y depende de los vientos”.
El director de Medio Ambiente del municipio de Aänekoski, Jouni Kurkela, explica que “medimos constantemente el dióxido de azufre, porque todas las sustancias del azufre generan mal olor, tenemos parámetros muy estrictos que se respetan. En 2005 tuvimos cinco días por encima de los niveles normales, dos por el azufre, dos por el nitrógeno producido por el tránsito”. En las plantas, el fuerte olor a coliflor es molesto, impregna todo. Los trabajadores parecen no percibirlo. “No hay olor, ¿qué olor?”, repreguntan ante la insistencia de los periodistas que llegaron a Finlandia invitados por la empresa para conocer in situ cómo funcionan esos monstruos que transforman los troncos en una pasta similar al cartón en apenas veinticuatro horas.
En estos días, el olor es más fuerte porque las plantas estuvieron paradas 48 horas por la huelga del sindicato papelero, que rechaza los despidos programados de más de 2000 trabajadores en forma escalonada hasta el 2008. El sector emplea a unas 200 mil personas, que representan aproximadamente el 10 por ciento de la fuerza laboral y con gran impacto indirecto en el resto del mercado. Hasta la mundialmente conocida Nokia, fabricante de celulares, tiene en su origen a las papeleras. En el ’89, con la caída del Muro de Berlín y la crisis soviética, la industria forestal entró en crisis porque los rusos mermaron sus compras. El Estado, los sectores productivos y los institutos de investigación desarrollaron entonces un nuevo nicho: las telecomunicaciones.
Por ahora, de la contaminación de las telecomunicaciones no se habla, pero sí de las pasteras. En Rauma, una ciudad de 30 mil habitantes ubicada a 2 kilómetros de otra de las cinco pasteras de Botnia y de la papelera de UPM más grande del mundo en producción de papel para revista –Atlántida, Perfil y Clarín son sus principales clientes en Buenos Aires–, las quejas tampoco son moneda corriente. Declarada Patrimonio Histórico de la Humanidad porque conserva el único barrio de casitas de madera del siglo XIX, los raumenses son famosos por el encaje a bolilla y los grandes festejos por la Noche de San Juan.
La directora de la planta de Rauma, Kaija Pehu-Lehtonen, explica que para blanquear la pasta utilizan el método TCF (totalmente libre de cloro), pero que el año próximo cambian al ECF (libre de cloro elemental) “por pedido de los clientes, ya que la pasta es más resistente y más blanca”. Al frente de una planta que produce 500 mil toneladas al año y en la que trabajan en forma directa apenas 165 personas –16 por turnos rotativos con seis días de franco seguidos–, asegura que la tecnología ha evolucionado y no hay consecuencias medioambientales negativas con ninguno de los dos métodos. Rauma es la planta más moderna de Botnia y se puso en marcha en 1995. Desde el 2001, por disposición de la Unión Europea, las fábricas de celulosa y de papel no pueden utilizar el proceso de cloro tradicional por la alta contaminación de los efluentes.
Las dudas sobre el olor sobrevuelan toda la exposición con los mismos prolijos power point que después de cuatro días lograron hartar a los cronistas. Es justo reconocer que en este caso no apareció el clásico del acentuado crecimiento de la producción inversamente proporcional a la toxicidad de los efluentes. “Como máximo se puede sentir cinco veces al año un olor que molesta y otros cinco días un olor que no molesta, y por un lapso de minutos a tres horas. Se produce por algún inconveniente en el proceso de tratamiento de los gases fétidos que produce la cocción de la madera o por la detención del trabajo debido a huelgas o a trabajos de mantenimiento”, detalla.
–¿Por qué, entonces, la gente de Pontevedra se queja por el olor que se impregna en la ropa? –le preguntan.
–¿Qué es Pontevedra? –retruca esta mujer ajena a las quejas de los gallegos que salieron al mundo a difundir la contaminación producida por la pastera Ence, que se va instalar a cinco kilómetros de la de Botnia en Uruguay. “No podemos responder por Ence”, intercede Anni-
kki Rintala, vicepresidente de Comunicación de Botnia, atenta a todos los detalles. Su par de Medio Ambiente, Kaisu Annala, ya había asegurado que “nuestro estudio de impacto ambiental en Fray Bentos es completo, tiene más de 2000 páginas y los cuestionamientos del Banco Mundial se deben a que no encontraron la información en tanto material”.
En Rauma, en un área de 40 kilómetros hay tres plantas de pasta de papel. En Kemi, dos están instaladas a cinco kilómetros de distancia. “En Fray Bentos, la tecnología que estamos usando es más nueva y los controles para otorgarnos el permiso fueron más estrictos que en Finlandia”, asegura Rintala, quien se despide con una frase que no deja margen a dudas sobre la convicción de la empresa finlandesa que comprometió una inversión de 1100 millones de dólares en Uruguay y jamás se imaginó vapuleada en un conflicto internacional: “Espero verlos en Fray Bentos en la inauguración de la planta”.
Desde Gualeguaychú, los asambleístas se siguen preguntando: “¿Quién nos garantiza que acá van a cumplir con las mismas normas que les exigen en Finlandia?”. Las cartas están echadas y todos esperan las audiencias del 8 y 9 de junio en la Corte Internacional de La Haya para saber si el conflicto se puede encauzar.
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