Viernes, 13 de abril de 2007 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
La cosa empieza o, mejor dicho, la cosa termina así: recibo un e-mail de un amigo escritor con el encabezado VONNEGUT, en mayúsculas. Feliz, lo abro pensando que se trata de la confirmación de que Vonnegut, por fin, ha terminado su nueva y largamente anunciada novela y que está por salir y todo eso. Pero no. Abro el e-mail y lo que se lee allí, también en mayúsculas, es una sola, incontestable y definitiva palabra: MURIO.
Hi-Ho.
Y yo –que no tenía la menor idea sobre qué escribir en la contratapa de esta semana– de pronto descubro que tengo el mejor y el peor de los temas posibles.
Y está claro que más temprano que tarde tenía que ocurrir: Vonnegut había alcanzado con gracia y con toda su cabellera intacta los 84 años. Pero lo que no pudo el bombardeo a la ciudad alemana Dresde (al que sobrevivió y que inspiraría Matadero-5, su obra maestra y una de las grandes novelas del siglo XX y de cualquier siglo que haya pasado antes y vaya a venir después), algún intento de suicidio, y el incendio de su casa en Nueva York, lo consiguió una caída hace un par de semanas –me entero ahora, viendo pasar desde la ventana de la pantalla de mi computadora el desfile de necrológicas– que derivó en lesiones cerebrales y adiós.
Así, hoy, el mundo tiene una célula especializada en actividad menos en los tiempos en que más necesita de la función y acción de células especializadas.
Me explico: Vonnegut consideraba a los escritores y entendía a los escritores como células especialidades en el tejido de la humanidad. Mejor que lo explique él: “Mis motivos para escribir son del tipo político. Yo estoy de acuerdo con Stalin y Hitler y Mussolini en cuanto a que todo escritor debe servir a su sociedad. Está claro que no estoy de acuerdo con estos dictadores en cómo los escritores deben servir a esa sociedad. En lo que a mí concierne, yo creo –tienen que serlo desde un punto de vista biológico– que deben ser agentes de cambio. Los escritores son células especializadas dentro del organismo social. Y son células evolucionistas. La humanidad todo el tiempo está intentando convertirse en otra cosa; está experimentando con nuevas ideas todo el tiempo. Y los escritores son el medio por el que esas nuevas ideas son introducidas a la vez que un medio de responder simbólicamente a la vida”.
Vonnegut también comparaba a los escritores con esos canarios que se ponen en jaulitas al fondo de las tripas de las minas. Esos canarios que son los primeros en morir cuando comienza a escasear el oxígeno y, con su último canto, les avisan a los mineros que están en problemas, que se vienen tiempos difíciles. Y recordarlo: Matadero-5 concluía con un pajarito canturreándole al viajero temporal Billy Pilgrim. La idea era que el canto de un pájaro era lo más inteligente que se podía oír entre tanta insensatez y palabras altisonantes y estupidez desbordada. Ahí está Billy Pilgrim, al final de una guerra que termina –se sabe– nada más que para que pueda empezar otra. Y un pájaro le dice a Billy Pilgrim: “Poo-tee–weet?”.
Y hay algo especialmente doloroso en la muerte de un escritor al que uno le debe tanto. Cuando se muere un escritor que para uno es fundamental se accede a la certeza de que ya no habrá más libros de ese escritor. O tal vez sí: porque la división ectoplasmática de la industria editorial cada vez tiene mejores mediums a la hora de rastrear materiales perdidos e interpretar golpes sobre la mesa de tres patas. Pero serán libros póstumos firmados por Vonnegut pero sin Vonnegut para comentarlos desde este lado de todas las cosas. A ver si se entiende, si me hago entender: Vonnegut es, para mí, uno de esos escritores a los que se necesitan en tinta y papel y en carne y hueso. Saber que están ahí mirando y pensando y poniéndolo por escrito en estos tiempos tan vonnegutianos donde los dementes marcan el paso y donde ya no estará su inteligencia para, por lo menos, ayudarnos a reír frente a tanta postal del espanto.
Está, permanece, quedará por siempre y para siempre, Una Inmortal Obra Más Mayúscula que todas las efímeras mayúsculas que ahora anuncian la muerte de su autor. Una obra que –como escribió en el prólogo a los ensayos de críticos recopilados en el volumen At Millennium’s End– le hacía sentirse, simplemente, un tipo afortunado. “Cuando contemplo hacia atrás mi increíblemente afortunada carrera como escritor, me da la impresión de que nunca hubo tiempo para detenerme a pensar. Todo ha transcurrido como si yo esquiara por la pendiente de una montaña escarpada y peligrosa. Y cuando miro hacia atrás y veo la marca que dejó mi esquí en la nieve comprendo que lo único que he hecho es escribir una y otra vez sobre gente que se comportó decentemente en una sociedad indecente”, prologó allí.
Dicho esto, sólo cabe agregar que pocas veces unos personajes decentes se parecieron tanto a su decente creador. Y esto es lo que muchos le critican a Vonnegut: el que las páginas de sus libros estén tan firmemente unidas a las hojas de sus calendarios. A mí me parece un placer para el lector y un privilegio para el escritor. Así, los libros de Vonnegut sin Vonnegut aquí pero con Vonnegut en todas partes son por fin, me parece, iguales a los libros que se leen en el planeta Tralfamadore desde donde Billy Pilgrim –feliz prisionero y fugitivo mental– nos lee a todos nosotros. Allí se nos explica que “los libros de ellos eran cosas pequeñas. Los libros tralfamadorianos eran ordenados en breves conjuntos de símbolos separados por estrellas. Cada conjunto de símbolos es un tan breve como urgente mensaje que describe una determinada situación o escena. Nosotros, los tralfamadorianos, los leemos todos al mismo tiempo y no uno después de otro. No existe ninguna relación en particular entre los mensajes excepto que el autor los ha escogido cuidadosamente; así que, al ser vistos simultáneamente, producen una imagen de la vida que es hermosa y sorprendente y profunda. No hay principio, ni centro ni final, ni suspenso, ni moraleja, ni causa, ni efectos. Lo que amamos de nuestros libros es la profundidad de tantos momentos maravillosos contemplados al mismo tiempo”.
Kurt Vonnegut: gracias por tantos momentos maravillosos.
Y buen viaje.
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