Domingo, 20 de mayo de 2007 | Hoy
Por Juan Gelman
Un Ehud Olmert asediado por críticas a su manejo de la guerra contra Hezbolá e investigado por su intervención en dudosas maniobras bancarias cuando fue ministro de Economía de Israel quiso festejar por lo alto el 40º aniversario del “Día de Jerusalén”, es decir, de la anexión arbitraria de Jerusalén Este, la zona árabe de la ciudad. Eso se llama “reunificación” en lenguaje oficial, y el primer ministro israelí insistió el domingo 13 en que debe ser la capital del país, expresó su confianza en que el mundo entero la reconocería como tal e invitó a los embajadores extranjeros –que ofician en Tel Aviv– a la ceremonia de celebración que tuvo lugar al día siguiente en la Knesset, el Parlamento israelí. Sólo asistieron los embajadores de Georgia, Nigeria, Camerún, Etiopía, Costa de Marfil, Congo y Honduras. Los de EE.UU., la Unión Europa y demás países con representación diplomática en Israel no concurrieron (Ha’aretz, 15-5-07). El desaire fue rotundo.
Un diplomático alemán –Alemania ejerce la presidencia rotativa de la Unión Europea– explicó en nombre de sus 27 Estados miembro “No reconocemos la anexión israelí de Jerusalén Este. Creemos que el futuro de Jerusalén debe ser el resultado de negociaciones entre Israel y los palestinos” (The Independent, 14-5-07). Es evidente que los dichos y actos de Olmert manifiestan la voluntad de imponer de facto la soberanía israelí a toda Jerusalén. Su gabinete aprobó el traslado de más oficinas gubernamentales a la ciudad, como si la cuestión estuviera resuelta y no se tratara de un tema pendiente, sujeto a un eventual arreglo pacífico con la Autoridad Palestina, para la que Jerusalén Este debe ser la capital de su futuro Estado: su población y la historia así lo dictan.
Los gobiernos de Tel Aviv siempre han considerado a Jerusalén una prioridad absoluta desde que Israel anexara el este de la ciudad el 16 de mayo de 1967. Confiscaron tierras y destinaron ingentes recursos humanos y financieros a fortalecer la presencia israelí y garantizar la seguridad de sus residentes. Los de Jerusalén occidental, claro. Quien recorra la zona árabe de la ciudad encontrará viviendas ruinosas, pobreza y desempleo. “Es la consecuencia de 40 años de discriminación deliberada. En la práctica, más del 30 por ciento de la población de Jerusalén sólo recibe (para servicios públicos) el 10 por ciento del presupuesto de la ciudad” (Ha’aretz, 16-5-07). Un editorial del diario israelí proporciona otros datos significativos sobre estos jerosolimitanos de segunda.
Ningún niño que viva en los nuevos barrios para israelíes se queda en casa por falta de escuelas. En los vecindarios árabes, 15.000 niños no pueden aprender a leer y escribir porque más de 1300 aulas necesarias brillan por su ausencia. “Jerusalén Este alberga al 75,8 por ciento de los niños pobres de la ciudad y el 62 por ciento de las familias vive bajo la línea de la pobreza.” Así es la Jerusalén “reunificada”, que Israel ha separado de Cisjordania con un muro. El Muro de Berlín edificado por la URSS mereció el nombre de “Muro de la vergüenza”. El que construye Tel Aviv fragmenta y encierra a las comunidades palestinas, expropia de hecho territorios palestinos donde se han instalado asentamientos ilegales de colonos y una campaña internacional de protesta lo califica de “Muro del apartheid”. Para John Dugard, renombrado jurista sudafricano y relator del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas sobre la situación de los territorios palestinos ocupados, el régimen allí imperante es más complejo.
Dugard recuerda en su informe anual que la ONU ha identificado al colonialismo, el apartheid y la ocupación extranjera como enemigos de los derechos humanos y que “la ocupación israelí de la Ribera Occidental, Gaza y Jerusalén Este reúne elementos de esos tres regímenes, lo cual torna a los territorios palestinos ocupados en materia de especial preocupación para la comunidad internacional” (www.unhchr.org, 23-2-07). Señala que la Corte Internacional de Justicia confirmó que Jerusalén Este y la Ribera Occidental están sometidas a la ocupación israelí y agrega que “no es posible argumentar con seriedad, como lo ha intentado Israel, que ha dejado de ocupar Gaza desde agosto de 2005 cuando retiró a sus colonos y sus tropas de allí”. Subraya que incluso antes de la “Operación Lluvias de Verano” del 2006, en represalia por la captura de un efectivo israelí, Israel ha controlado el territorio por tierra, mar y aire. Desde ese operativo, añade Dugard, “ha ejercido su autoridad militar mediante incursiones y bombardeos que claramente corresponden a una ocupación”.
Una encuesta que el Centro para Campañas contra el Racismo llevó a cabo en diciembre de 2006 muestra que buena parte de la sociedad israelí acompaña las políticas discriminatorias del gobierno (www.jewishvirtuallibrery.org, 2007). Un 50 por ciento opina que Israel debe alentar la emigración de los árabes. El 50 por ciento no aceptaría un trabajo en el que su jefe fuera un árabe. El 50 por ciento sostiene que los israelíes judíos deben tener más derechos económicos que los israelíes árabes. A la pregunta de cómo reaccionaba el encuestado cuando escuchaba hablar árabe en las calles de Israel, el 50 por ciento respondió que sentía temor y el 30 por ciento, odio. El 40 por ciento de los israelíes judíos piensa que hay que privar a los israelíes árabes de su derecho al voto. Etc.
El viernes 11, miembros del movimiento israelí Paz Ya, la corriente pacifista más importante del país, realizaron un mitin en el que recordaron el “Día de Jerusalén” de manera muy diferente a la oficial: exigieron el cese de la ocupación de los territorios palestinos y se pronunciaron por una Jerusalén en paz. Honor a ellos, el debido a todos los que marchan contra la corriente empeñados en una causa justa.
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