Domingo, 20 de mayo de 2007 | Hoy
A tres semanas de las elecciones legislativas, el partido de centroizquierda busca frenar la sangría causada por la victoria del conservador Nicolas Sarkozy en las elecciones presidenciales.
Por Eduardo Febbro
Desde París
Los socialistas no tienen tiempo de levantarse después de la tercera derrota consecutiva en una elección presidencial. El calendario electoral que sigue a la elección de Nicolas Sarkozy, es decir, las elecciones legislativas del próximo 10 de junio, no les deja margen para acallar sus drásticos antagonismos internos, para definir el perfil de un líder, para elaborar una propuesta verosímil y coherente y reorganizar sus sombrías tropas. El regalo suplementario que les hizo Nicolas Sarkozy torna más dramática la situación de un partido asfixiado por sus propias contradicciones, por su conformismo y su indefinición. Colmo de las desgracias cuando llegan todas juntas, Nicolas Sarkozy designó un gobierno de 15 miembros en los cuales hay dos cabezas históricas del PS: Bernard Kouchner, ex ministro socialista de Salud y Acción Humanitaria, miembro en su juventud de las juventudes comunistas y militante socialista durante más de 40 años, y Eric Besson, ex responsable de las cuestiones económicas. Dos que se pasaron al bando opuesto y, dentro del PS, seis o siete paralelas que pugnan por el mismo botín: la dirección de todos los jardines socialistas.
La noche del 6 de mayo, apenas tres minutos después de que se conocieran los resultados de las elecciones presidenciales, la candidata socialista Ségolène Royal, derrotada por Sarkozy con 53 por ciento de los votos, apareció ante las cámaras con una de esas sonrisas que se exhiben cuando se gana. Ségolène había perdido una batalla, las de las presidenciales, pero buscó hacer de esa derrota una semilla para el próximo desafío. Perder en la presidencial significaba ganar la interna y asentar la legitimidad de una mujer abandonada por su partido a lo largo de la campaña electoral. Para Royal, sólo una persona podía llevar a cabo la postergada renovación del PS: ella. La no victoria en la presidencial significaba millones de votos que bien podían servir en un mañana menos adverso.
La noche en que se le escapó el sueño, Royal dijo, en un discurso pronunciado en la Casa de América Latina de París: “Lo que comenzamos juntos, lo continuaremos juntos (...) Cuenten conmigo para profundizar la renovación de la izquierda, más allá de las fronteras actuales. Es la condición de nuestras victorias futuras”. Pero el resto de los elefantes socialistas no ven el futuro con la misma foto en el horizonte: Dominique Strauss-Kahn, Laurent Fabius y la izquierda del PS se disputan ese espacio. En los primeros días que siguieron a la elección de Sarkozy, el PS configuró una unión de pura fachada y hasta se pactó una suerte de dirección colegiada de la campaña de la consulta legislativa. Pero el PS está encastrado: el porvenir es la amenaza de una elección parlamentaria donde los socialistas electos se podrían contar con dos dígitos y el presente un barco a la deriva lleno de cuchillos afilados.
Dominique Strauss-Kahn, ex ministro de Economía, se presenta a sí mismo como el timón capaz de recuperar el rumbo: “Hay que volver a empezarlo todo, sin tabúes. El PS debe cambiar anclándose en lo real”. Kahn responsabiliza al actual primer secretario del partido, François Hollande, padre de los cuatro hijos de Ségolène Royal, de lo que fue, para él y en las cifras, la peor derrota sufrida por el PS desde el general De Gaulle. Kahn pone en tela de juicio no la candidatura de Royal sino la mitología de Hollande: “El unanimismo como estrategia y la habilidad como método tienen consecuencias: los franceses entendieron que nos estábamos alejando de lo real, los franceses quieren una izquierda eficaz, concreta, sin ideología, que deje de repetir las soluciones de ayer”. El mensaje es claro: el unanimismo, que consiste en enmudecer las diferencias, es Hollande.
Strauss-Kahn es un reformista social demócrata reforzado dentro del PS por los resultados globales de la presidencial: el centro desempeñó un papel predominante en las urnas y, en su conjunto, la izquierda obtuvo el resultado más bajo de los últimos 40 años. El camino es, entonces, social demócrata. El ex primer ministro socialista Laurent Fabius cuestiona ese centro-supremacía. Fabius no quiere oír hablar de la derechización del PS y apuesta, al contrario, por una izquierda sin complejos. Fabius está, al igual que Strauss-Kahn, contra la línea Royal. Ambos la responsabilizan de haber asumido un “yo” solitario contra el “nosotros” que, según Fabius, debe caracterizar a la izquierda. Al contrario de Strauss-Kahn, Laurent Fabius tiene una estrategia que consiste en unir a la izquierda sin pasar por el centro. Sin compromisos con los centros que tanto se mueven, Fabius, que lideró, en el seno del PS, el no al Tratado Constitucional europeo, dice: “Es preciso que la izquierda sea potente en relación con la globalización financiera, los problemas ecológicos, las cuestiones ligadas a la solidaridad. Pero si la izquierda empieza a decirse ‘abandonamos y vamos a la derecha’, entonces lo perderíamos todo”.
La otra cara que se disputa la línea del PS es Henri Emmanuelli, símbolo histórico del ala izquierda del PS, heredero de la cultura del difunto presidente socialista François Mitterrand. Su credo es la unión de toda la izquierda, desde los reformistas hasta los antiliberales. Emmanuelli comparte con los fundadores del Nuevo Partido Socialista el sueño de una izquierda agrupada y renovada, es decir, recuperada de lo que Benoît Hamon, uno de los dirigentes del Nuevo PS, llama “la crisis de proyecto”. Este proyecto es minoritario ante las tres corrientes de más influencia: la de Strauss-Kahn, que busca construir un “socialismo de lo real”. La de Fabius, que quiere poner al PS como columna de una gran coalición e ir más lejos que una simple renovación. Y está, por último, el socialismo de Ségolène Royal, mezcla compleja de sondeos de opinión, de trabajo temático con los electores, de ausencia de propuesta fuerte pero, con todo, honrosamente reconocida en las urnas.
Fabius y Kahn dicen en voz baja que el 47 por ciento de Ségolène Royal no los obtuvo ella con su candidatura sino que se trató de un voto de rechazo a Nicolas Sarkozy. El PS navega siempre en un mar negro de odios. “Pueden contar conmigo para profundizar el trabajo de renovación de la izquierda”, dijo Ségolène Royal. Bajo el anonimato, algunos dirigentes socialistas arguyen: “Necesitamos de Ségolène Royal para sacarnos de encima a François Hollande”. El primer secretario pagará el tributo de las urnas contrarias después de las legislativas. Recién entonces comenzará la renovación, hacia el centro, hacia la izquierda, o hacia una gran alianza. Pero el peso de tantas contradicciones acumuladas no presagia resurrecciones veloces. Nicolas Sarkozy podría gobernar tranquilo sobre las cenizas frías de un partido en el que hasta sus rostros históricos han pasado la frontera.
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