Domingo, 5 de agosto de 2007 | Hoy
Por Juan Gelman
La secretaria de Estado Condoleezza Rice anunció algunos regalitos para los países árabes amigos y, desde luego, para Israel también: 13.000 millones de dólares de ayuda militar a Egipto y 30.000 millones a Tel Aviv. Dijo Condi: “La modernización de las fuerzas armadas de Egipto y de Arabia Saudita (con la que se negocia un acuerdo similar) ayudará a nuestros socios a enfrentar la amenaza de los radicalismos y a cimentar su papel de líderes regionales en la búsqueda de la paz en Medio Oriente y la libertad y la independencia de Líbano” (Reuters, 1-8-07). En realidad, se trata de un cambio de estrategia para atacar a Irán, una empresa que no entusiasma a los gobiernos europeos.
El nuevo giro tiene dos rostros: armar a los países sunnitas, mayoría en la región, y brindar un festín al complejo militar-industrial estadounidense, como lo bautizó el general Dwight Eisenhower. La Casa Blanca ofrece presentes similares a Jordania y a los pequeños, pero muy ricos, Emiratos Arabes Unidos. “Los saudíes se han comprometido a pagar al contado (los armamentos), sin demoras ni plazos. Hay en juego muchos intereses y sobre todo muchísimo dinero”, declaró una fuente del Pentágono (El País, 30-7-07). El otro rostro: hace tiempo que la Casa Blanca procura frenar una consecuencia de la guerra contra Irak que no esperaba, es decir, el aumento de la influencia del Irán chiíta en el chiíta gobierno iraquí después del derrocamiento del sunnita Saddam Hussein. Como suele ocurrir, poco le importa a Washington, en aras de su conveniencia, convertir al amigo en enemigo y viceversa.
El notable periodista Seymour Hersh había adelantado esta conversión de la Casa Blanca, destinada a enfrentar entre sí a sunnitas y chiítas, incluso iraquíes, que se han quedado solos en el gobierno y en el Parlamento del país. Hersh reveló que EE.UU. financia en Líbano a grupos radicales sunnitas como Fatha al-Islam y, en Pakistán, a los Jundullah que incursionan en territorio iraní para perpetrar actos terroristas (The New Yorker, 5-3-07). El rearme norteamericano de esos estados árabes tiene, a su vez, dos objetivos: cercar a Irán con un formidable potencial de guerra y dotarlos de medios para reprimir la disidencia interna. Hay ejemplos: en las elecciones presidenciales del 2005 en Egipto, su presidente Hosni Mubarak mandó preso al candidato opositor Ayman Nour, probable vencedor, por “fraude electoral”. Una proyección, como se dice.
La Casa Blanca aumentará el repudio del mundo árabe con semejante estrategia, para no pensar en que si algunas de esas armas cae en manos de los terroristas, la debilitada monarquía saudí –blanco de repetidos ataques de Al Qaida– no la pasaría muy bien y tampoco los emiratos del Golfo, más frágiles aún. Confirma que EE.UU. es el poder detrás del trono de corruptos reyes y emires del Golfo que vacían las riquezas nacionales y venden barato el oro negro. Como señalara Michael Schener, que durante 22 años fue agente de la CIA y en 1996/99 el encargado de atender a Osama en la guerra contra los soviéticos, “las fuerzas y las políticas de EE.UU. están completando la radicalización del mundo islámico, algo que Osama bin Laden trató de hacer con éxito relativo desde los comienzos de los años ’90. En consecuencia, me parece correcto concluir que EE.UU. sigue siendo el único aliado indispensable de bin Laden” (Harpers’s Magazine, 23-8-06). Israel ha aceptado –a regañadientes– el fortalecimiento militar de Arabia Saudita y otros estados árabes, pero el aumento del 25 por ciento de la asistencia estadounidense en la materia ha conformado a Tel Aviv. Incidentalmente, según prolijas estimaciones de la fundación American Educational Trust basadas en documentos oficiales, Israel ha recibido desde 1949 hasta el 2006 una ayuda militar directa de EE.UU. que asciende a 108 mil millones de dólares; hay más verdes, pero disimulados en rubros presupuestarios de diferentes ministerios y organismos, el Pentágono en especial (Washington Report on Middle East Affairs, julio de 2006). Otros 30.000 millones nunca vienen mal.
Condoleezza Rice y el jefe del Pentágono Robert Gates viajaron a Medio Oriente con las manos llenas de ofertas armamentistas: Arabia Saudita podrá comprar bombas guiadas por satélite, defensas misilísticas y hasta cazas más modernos todavía con los 20.000 mil millones de dólares que la Casa Blanca le propone. En la Universidad Estadounidense de El Cairo la misma Rice –¿o era otra?– afirmó en junio del 2005: “Durante 60 años, mi país, EE.UU., procuró la estabilidad en Medio Oriente a expensas de la democracia en la región. Y nada conseguimos. Hoy tenemos una postura diferente. Apoyamos las aspiraciones democráticas de todos los pueblos”. Se ve: EE.UU. invade países, desconoce el triunfo electoral de Hamas, rearma a Mubarak, presidente continuo de Egipto desde 1981, y a las elites sunnitas de los países del Golfo, no menos autócratas que Saddam Hussein. La concepción de la democracia del gobierno Bush es verdaderamente rara.
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