Miércoles, 5 de marzo de 2008 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por Diego Bonadeo
Que Ariel Ortega reclame “protección” de parte de los árbitros para su compañero el chileno Alexis Sánchez, no debiera llamar demasiado la atención. Por varias razones.
Porque Ortega no es un protestón consuetudinario como sí lo son otros futbolistas, que buscan y encuentran cualquier excusa que justifique cualquier cosa ante cuanto micrófono, grabador o cámara de televisión se les arrime.
Porque el argumento de Ortega para justificar el pedido parte de la defensa de los jugadores que, como su compañero Sánchez, integran la cofradía cada vez más reducida de los que crean.
Porque es cierto que los árbitros –por lo menos muchos de ellos– parecen no entender que destruir (sancionar con tiros libres, amonestaciones o expulsiones) al que destruye (foulea, trampea y demás) es una manera de construir y aportar favorablemente para el juego.
Porque, en definitiva, la demanda de Ortega debiera tener secuelas para que, de una vez por todas, se entienda que tener huevos es pedir la pelota y no pegar patadas, como lo reitera –cada vez que se le es requerido– un elegante filósofo de nombre Fernando y de apellido Redondo.
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