Sábado, 12 de julio de 2014 | Hoy
DEPORTES › EL DOBLE DISCURSO DE LA ENTIDAD CON RESPECTO AL RACISMO
Por Emanuel Respighi
Se calcula que más de 3600 millones de personas de las más disímiles culturas, religiones y condiciones sociales y económicas de todo el planeta están siguiendo el Mundial de Brasil de 2014 por TV. Con la transmisión de la final de mañana entre Argentina y Alemania, en total serán 73 mil las horas emitidas desde tierras brasileñas. Algo así como tener encendido el televisor de manera ininterrumpida durante ocho años. Los ojos del mundo pudieron disfrutar de un Mundial que, desde el punto de vista televisivo, estuvo a la altura de lo que se vio en el campo de juego. Las 32 cámaras distribuidas en cada estadio le aportaron calidad cinematográfica a la transmisión oficial, celosamente producida y difundida por la FIFA para los más de 200 países que pagaron millones por los derechos. La FIFA es dueña de la pelota y, también, de las imágenes que las televisoras de distintos lugares del mundo se encargan de reproducir sin poder tocar ni un píxel. Ningún detalle se les escapa a Joseph Blatter y compañía. O sí. Hay uno que sí. Y no se trata de uno menor.
En los primeros partidos se podía pensar que se trataba de una casualidad. O hasta de un descuido. El correr de la competencia y la repetición de la omisión a la que la transmisión oficial caía ante cada partido despertaron una sospecha que se terminó de corroborar en las instancias finales del Mundial. Las cámaras de la FIFA no muestran todo el Mundial. Recortan. Editan. Editorializan. ¿O acaso cómo se explica que cada vez que las cámaras ubicadas en los estadios hicieron foco en las tribunas, en (casi) todos los casos los hinchas que aparecieron en primer plano fueron de piel de color blanca y, en su gran mayoría, de ojos claros? A excepción de los cotejos disputados por selecciones africanas, donde no tuvieron alternativa que retratar a hinchas de piel negra (aunque seleccionados por lo pintoresco de sus atuendos autóctonos), en el Mundial de Brasil –donde más de la mitad de la población es negra–, la FIFA decidió que “la pantalla no se manche”. Hagan el ejercicio por su cuenta.
La política televisiva de la organización está a la vista de todos. Detrás de la promovida campaña en contra del racismo que la FIFA pregona antes del comienzo de los partidos, con la lectura de un mensaje alusivo a cargo de los capitanes de cada una de las selecciones, las cámaras parecen difundir uno propio. Una transmisión que omite los sectores populares (que ya están discriminados con los altos valores de las entradas fijados por... la FIFA), y que no tiene –sin embargo– ningún prurito en poner en primer plano al hijo de Arjen Robben llorando desconsoladamente, en brazos de su mamá, ante la eliminación por penales de Holanda a manos de Argentina. Ningún plano es ingenuo. Miles de ellos, mucho menos.
Aunque la transmisión oficial quiera homogeneizar las imágenes, no existe un único Mundial. Detrás de la pasión, el color y los partidos que hipnotizan a millones cada cuatro años, hay una realidad que la transmisión oficial del Mundial prefiere no mostrar. Aun cuando, como siempre, la pelota siga rodando. Quien quiera ver, que vea más allá de los espejitos de colores que la FIFA se esfuerza en exhibir.
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