Sábado, 12 de julio de 2014 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por Franz Beckenbauer
Hasta ahora muy poca gente me ha preguntado quién creo que ganará la final del Mundial, si Argentina o Alemania. Todos quieren saber una única cosa: ¿cómo fue posible vencer 7-1 a Brasil en su propio Mundial? ¿Cómo pudo el equipo alemán realizar este milagro? El increíble 7-1 dejó una enorme sombra sobre Brasil. La vida y la alegría se han visto paralizadas, no hay otro tema del que se hable. Y durará un tiempo hasta que los brasileños puedan salir del estado de shock.
Ya había dicho antes de la semifinal que la pérdida del lesionado Neymar en el ataque y del sancionado Thiago Silva en la defensa serían ausencias difíciles de suplir. Aun cuando el equipo brasileño se haya unido más. Estaba casi seguro de que los brasileños tendrían dificultades, porque en los cinco partidos anteriores no habían realmente convencido. Ya en el partido inaugural ante Croacia tuvieron problemas. Me parece que los jugadores brasileños, muy buenos individualmente, se vieron desbordados por el rol de favoritos. El equipo no funcionó como en sus mejores tiempos.
Ya en el canto de los himnos se vio un cierto miedo en los brasileños. Gritaban con fervor y una fuerza desmedida, como si tuvieran que darse valor a sí mismos. Creo que se pusieron bajo demasiada presión, incluso también cuando Julio César y David Luiz enseñaron teatralmente la camiseta de Neymar durante el himno. La presión de sus aficionados y de sus 200 millones de habitantes por conseguir el título era gigante.
Los brasileños jugaron temerosos, su confianza pareció desa-parecer y dio la impresión de que tenían un enorme respeto por sus rivales. Fueron recibiendo un gol tras otro, aun teniendo superioridad numérica en la defensa. Sobre todo en el primer tiempo, hasta el 5-0, se vio claramente que estaban a kilómetros de sus rivales. Los alemanes pudieron manejar el balón con comodidad a lo ancho de toda la cancha.
El sistema entero de Brasil simplemente no funcionó, debido también a que Alemania jugó un partido extraordinario. El conjunto alemán estuvo fuerte físicamente y bien distribuido en el campo. Todos estaban en movimiento, siempre había un jugador a disposición de sus compañeros. Esto parece muy obvio, pero no lo es. Alemania no tiene un Neymar, no tiene un Messi, pero el equipo de Jogi Löw funciona como un equipo, con un bloque de seis jugadores del Bayern Munich y con un excelente arquero por detrás, que es el número uno del mundo.
Sin embargo, no hay ninguna garantía de que Alemania podrá repetir esta actuación en la final ante Argentina. Pero el respeto de los otros hacia este equipo se ha vuelto aún más grande tras el 7-1.
Alemania podrá sentirse local el domingo en el estadio Maracaná de Río de Janeiro. No sólo porque los argentinos son cualquier cosa menos queridos por sus vecinos brasileños sino, también, por los gestos de los jugadores alemanes tras la semifinal. En Brasil no se olvidará cómo consolaron a sus abatidos rivales. Fueron grandes gestos deportivos que son incluso más importantes que un gran partido de fútbol. Fueron gestos de un gran equipo.
Pero los argentinos pueden ser de todas formas peligrosos. Holanda había impresionado con Arjen Robben y Robin van Persie, pero en la semifinal los argentinos pudieron asfixiar el juego del rival con una defensa impenetrable. Poder superarla será un gran desafío para el equipo alemán. Y además de eso tienen a una superestrella como Messi. Si no se lo mantiene bajo control, puede definir la final con una genialidad.
También mostraron los argentinos que pueden controlar los nervios en los penales, donde Sergio Romero se convirtió en el héroe al tapar dos disparos. Me temo que no podremos esperar muchos goles en la final. Allí es donde los alemanes deberán superarse una vez más sí mismos. Campeones mundiales de nuestros corazones ya lo son, pase lo que pase.
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