Sábado, 12 de julio de 2014 | Hoy
Por Eric Nepomuceno
Desde Río de Janeiro
En Río, el ministro de Justicia, José Eduardo Cardozo, afirmó ayer que está todo listo para el partido del domingo. En el Maracaná estarán, además de Argentina y Alemania, once jefes de Estado (inclusive la presidenta Dilma Rousseff) y unas 80 mil personas más. Se calcula que al menos 120 mil argentinos estarán en las calles de la ciudad, además de los que consiguieron entradas para el estadio. Cardozo trató de pasar una imagen de tranquilidad y calma (sí, sí, vale la redundancia, ya que denota sus esfuerzos), pero era visible y muy natural que estuviera más que preocupado. En total, unos 26 mil hombres de la policía local, de las fuerzas armadas y de la policía federal estarán muy atentos para cuidar de la seguridad exigida. Y esa preocupación no se da solamente en Río: en el sur del país, la policía de carreteras, que aquí llamamos de “rodoviaria”, duplicó su contingente, a raíz de la inmensa cantidad de automóviles y todo tipo de vehículos que nos llega desde Argentina cargados de hinchas enloquecidos.
En Brasilia, además de ésas y otras preocupaciones con el domingo, un pequeño grupo de asesores directos de Dilma Rousseff están dándole vueltas a una cuestión específica: los discursos de la presidenta a la hora de entregar el trofeo al ganador de la Copa. Se sabe que ella será abucheada y, muy probablemente, ofendida. Dilma dice estar preparada para enfrentarse ante esa mala situación que, aclaró, “forma parte del juego”.
La primera duda de sus asesores: ¿será posible evitar el discurso y ahorrarle ese malestar? La respuesta se sabrá en el último minuto. Mientras, será un rotundo “no”: Dilma no quiere achicarse. La segunda: ¿cuál campeón despertará reacciones más furiosas? De ese análisis depende el tono del discurso.
Si gana Argentina, mejor destacar la fraternidad, la integración, Sudamérica, América latina, bueno, esos aspectos cálidos y hospitalarios. Claro que a la hora de aplacar una platea frustrada y enfurecida, esos argumentos muy posiblemente no servirán de nada. Al fin y al cabo, no hay fútbol más rival, más adversario que el de los argentinos.
Si gana Alemania, mejor destacar el buen fútbol de un país que ya lleva tres títulos mundiales. Reconocer que fueron los mejores en esta Copa es una muestra de dignidad y respeto al adversario. Pero si fueron precisamente los alemanes que impusieron la peor, más amarga, más humillante derrota de las selecciones brasileñas que en 2014 cumplen cien años de existencia, ¿cómo evitar reacciones furiosas de una platea frustrada? Resignados, los asesores no tuvieron más salida que preparar los borradores de los dos discursos y esperar la protección divina.
No se requiere mucha inteligencia para saber que en las concentraciones de los equipos de Alemania y Argentina la preocupación está a millas marítimas de distancia de la de los asesores presidenciales. Por más que ésta haya sido una Copa de resultados imprevisibles, la previsión natural es que sea un partido dificilísimo para los dos equipos. Se considera, en Brasil, que Alemania es favorita, pero que Argentina sabrá enfrentarla con gallardía.
¿Y en relación con el partido de hoy, entre holandeses irritados por no estar en el de mañana, y brasileños que tratan de recuperarse de un resultado irrecuperable? Bueno, en ese caso las preocupaciones son otras. O simplemente no son: Felipao, por ejemplo, dijo ayer en una conferencia de prensa que no está ni un poco nervioso. Y explicó, con su delicadeza habitual: “No, de nervioso nada. Al fin y al cabo, no hemos alcanzado el objetivo final, así que ahora...”. Y al minuto siguiente, agregó: “Trabajé el lado psicológico de los muchachos para que entren a la cancha contra Holanda como si lo que estuviese en juego fuese nuestro objetivo final”. Ojalá alguien de la selección haya entendido ese peculiar método de “reforzar el lado psicológico” de los jugadores.
Dijo que hará algunos cambios en la formación, “uno, dos o tres nombres”, para que jueguen los que jugaron poco o ni siquiera entraron a la cancha. Un amistoso, pues. Como si no estuviese en disputa un tercer lugar que, de alguna forma, suavice un poquito lo que es una frustración inmensa como un océano sin horizonte ni fondo.
Ya entre los demás brasileños, los de las calles, más que una preocupación, una duda: ¿cuál victoria nos dolerá menos, la de nuestros verdugos alemanes o la de nuestros rivales más agudos, los argentinos?
En el fondo, ésa quizás haya sido la mayor de las preocupaciones de la hinchada en la víspera de un juego que no hace más que confirmar que el domingo no estaremos en el Maracaná.
Frente a Holanda, será lo que sea. Ya tuvimos un fin del mundo. ¿Para qué preocuparse por otro?
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