Sábado, 12 de julio de 2014 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por Fernando D’Addario
“No podés ir a jugar un Mundial sin arquero. ¿Te imaginás una definición por penales con Chiquito Romero?”
“Mascherano es un falso caudillo. En Barcelona juega porque está rodeado de monstruos. En la Selección no ganó nada y ya no le da el físico para agarrar a nadie.”
“¿De dónde salió Rojo? Una cosa es marcar al siete de Perú. No quiero ni pensar cuando lo encare un Ronaldo, un Robben...”
“El equipo está descompensado. Arriba, los ‘cuatro magníficos’ te pueden pintar la cara; abajo hacemos agua por todos lados.”
“Este equipo es Messi y diez más.”
“Enzo Pérez está en la lista sólo porque es de la banda de Estudiantes.”
“Lo que pasa es que Sabella es un técnico sin personalidad. ¿Viste el pánico que tiene? Messi le arma el equipo y Lavezzi se le caga de risa en la cara.”
Estas y otras frases fueron lanzadas a la eternidad del instante por un ejército de periodistas especializados, cronistas de espectáculos, editorialistas políticos, avezados filósofos de café, sabelotodos de ocasión, campeones de las redes sociales; y, particularmente, por quien escribe estas líneas.
La humildad no abunda entre quienes nos jactamos de saber de fútbol. Dejemos de lado las bajadas de línea motivadas por razones corporativas, políticas y/o simple mala leche. Buena parte de los cuarenta millones de argentinos emitimos opiniones sobre sistemas tácticos y cualidades técnicas como si fuésemos ayatolás guiados por una revelación coránica. Media hora después, si las circunstancias lo requieren, nos desdecimos de todo amparados en la inquebrantable fe de los conversos. Las frases pueden girar conceptualmente 180 grados, pero la propensión a la sentencia definitiva permanece inalterable.
“En los momentos difíciles, los arqueros argentinos se agrandan. Acordate de Goyco.”
“Este equipo es Mascherano y diez más. En el Barcelona no se luce porque todos los demás se van al ataque y lo dejan solo.”
“Para jugar un Mundial necesitás tipos como Rojo, que no se lucen, pero te comen el hígado porque tienen hambre de gloria.”
“Ya en el Estudiantes campeón de la Libertadores se veía que Enzo Pérez era un jugador de jerarquía, lo que pasa es que no tenía tanta prensa porque acá, si no jugás en Boca o en River, no existís.”
“Lo bueno de Argentina es que es un equipo solidario, no depende de que frote la lámpara Messi.”
“Sabella impone autoridad sobre el grupo sin sobreactuar, transmite tranquilidad, y tiene tanta buena onda con los jugadores que se presta a las jodas, porque sabe que después le responden en la cancha.”
Podría decirse que son ejemplos de relativismo pragmático. Se me hace que es, más bien, panquequismo involuntario. Los futboleros no sabemos qué hacer con la realidad que nos sorprende cada partido. Porque “tener la posta” es nuestro imperativo categórico y no toleramos estar sometidos a lo más extraordinario que tiene este juego (y la vida misma): el azar. Que no es un azar puro, como una moneda que se tira al aire. Es un azar intervenido por la voluntad (diría Schopenhauer), atravesado por múltiples variables lógicas e ilógicas, condicionamientos anímicos, dificultades imprevistas y paradojas que desmienten la racionalidad dominante.
Ahora prevalece una nueva frase hecha que repetimos como un dogma: “Sabella hizo contra Holanda un planteo táctico inteligente”. Es probable que haya sido así. Pero la palabra “inteligencia” en el fútbol encubre una trampa semántica: casi siempre alude a la adopción de esquemas conservadores, a la multiplicación de controles defensivos. Un planteamiento táctico que sorprende a la defensa contraria con la incorporación de un delantero inesperado, un equipo que, de la nada, sale a comerse crudo a su rival no es, a priori, “inteligente” sino “ingenuo”, porque en el fútbol de hoy “nadie (ni Van Gaal ni Sabella) come vidrio”. Comer vidrio es salir a atacar (es decir, lo que todos pedíamos cuando empezó el campeonato).
Lo curioso es que en el último partido, esa “inteligencia” de los DT, esto es, ese nudo de prevenciones destinadas a la anulación mutua, fue finalmente desatado por una de las variables que no podían manejar: la ruleta rusa de los penales. Algo que le pega en el palo al azar, condicionado por la subjetividad intransferible de los protagonistas de ese momento (papelito romántico o machete, da igual).
Ahora, de cara al partido contra los alemanes, en la calle se habla más de la “mística” y de la “garra” que de la inteligencia táctica. “Les vamos a ganar con los huevos de Mascherano”, escuché decir ayer en la cola del supermercado. Se ve que nuestro imaginario asume la inferioridad (en materia de “táctica” y en cuestiones de “inteligencia”) respecto de los alemanes, y no nos queda otra que apelar a la heroicidad de nuestros espartanos. Pero ojalá que el fútbol vuelva a sorprendernos, a dejar en ridículo nuestros pronósticos presuntamente analíticos, a mostrar nuestra insignificancia a la hora de comentar algo que nunca vamos a terminar de aprehender del todo. Porque el fútbol es tan hermosamente absurdo que más de un brasileño debe estar pensando hoy, tapado de vergüenza: “¡Ojalá hubiera entrado en el último minuto el tiro del chileno Pinilla que pegó en el travesaño!”.
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