Domingo, 24 de julio de 2016 | Hoy
DEPORTES › JUEGOS OLIMPICOS A PROPOSITO DE LA SUSPENSION A LOS ATLETAS RUSOS
No podrán competir en Río de Janeiro 68 deportistas. La sanción podría extenderse a toda la delegación. Putin ve detrás del hecho la mano de Estados Unidos. No existen antecedentes semejantes en la historia del movimiento olímpico.
Por Gustavo Veiga
Un fantasma recorre el mundo y ya no se trata del comunismo. Es el del dopaje ruso, azuzado como bandera por unos cuantos organismos de doble moral. 68 atletas de esa nacionalidad no podrán competir en los Juegos Olímpicos. Sancionados por la Federación Internacional de su disciplina, la IAAF, perdieron una apelación ante el Tribunal Arbitral del Deporte (TAS) creado por el COI, lo que podría derivar en algo mucho peor: la exclusión de todos los representantes de una potencia mundial como Rusia. El escándalo tiene todos los ingredientes. Un Comité Olímpico que muestra su hipocresía. Arrepentidos que ratifican sus denuncias desde Estados Unidos. El presidente Vladimir Putin que se queja de la injerencia yanqui. El rol activo del FBI para embarrar la cancha. El de los servicios de inteligencia rusos para adulterar muestras de orina según un informe de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA). Imputaciones contra Moscú por hacer del doping una política de Estado. En definitiva, mucha mugre debajo de la alfombra del gran movimiento olímpico. Podría argumentarse –si se parafraseara a Von Clausewitz– que el deporte es la continuación de la guerra por otros medios.
La historia de este conflicto con final abierto no empezó con el fallo del TAS. Las sospechas sobre cómo Rusia prepara a sus atletas vienen de mucho antes. Pero tuvieron un mojón en los Juegos de Invierno de 2014, en Sochi: el principal centro veraniego a orillas del Mar Negro. El ex director del laboratorio ruso, Grigory Rodchenkov, admitió su participación en la adulteración o destrucción de muestras en una entrevista que le concedió al New York Times. El mismo medio que publicó la primicia sobre los sobornos en la FIFA. Esos millones de dólares que no alcanzaron para incriminar a Moscú en el pago de coimas para organizar el Mundial 2018, pero instalaron la sospecha con creces. En ese escándalo uno de los primeros que cayó fue Chuck Blazer, el dirigente regordete nacido en Nueva York que integraba el comité ejecutivo presidido por Joseph Blatter. Recibía coimas para otorgar derechos de TV en todo el continente americano. Lo pescó el FBI y se transformó en su informante.
La AMA le cayó encima a Rodchenkov. Encargó una investigación al especialista en arbitrajes, el abogado canadiense Richard McLaren, que fue lapidaria. Concluyó que estaban involucrados varios organismos del gobierno ruso, pero sin tomar testimonio a la parte acusada.
Además del arrepentido hubo otro personaje clave. El senegalés Lamine Diack, ex presidente de la IAAF, declaró ante la justicia francesa que lo investigaba. Acusado por recibir dinero de Rusia para ocultar casos de doping, él negó los cargos cuando lo detuvieron en noviembre. Pero Le Monde reprodujo su declaración en una nota publicada el 18 de diciembre bajo el título de “Las increíbles confesiones de Lamine Diack, el ex presidente de la IAAF”. Ahí dice lo contrario.
Como fuere, el COI y la IAAF ya conocían las sospechas que había sobre los atletas rusos pero las intentaron disimular. El primero se apoyó en un informe de la AMA sobre los Juegos de Sochi donde según la agencia “todo se había desarrollado con normalidad”. La federación de atletismo desplazó a Diack después de casi once años en la presidencia y haberle concedido la Orden al Mérito. También fue condecorado por el gobierno francés cuya Justicia ahora lo tiene sometido a proceso.
Su sucesor en el cargo, el británico y ex atleta Sebastián Coe, compartió con el senegalés muchos años en la conducción de la IAAF. Nunca declaró nada hasta ahora sobre los casos de doping. Ex embajador de Nike, también está bajo sospecha en Francia porque la ciudad de Eugene, la sede de la multinacional de EEUU, consiguió que la designen para organizar el Mundial de Atletismo de 2021. Unos correos que intercambió con ejecutivos de la multinacional llamaron la atención de los investigadores. Nike invertirá 13,5 millones de dólares para mejorar las instalaciones del torneo que se disputará en cinco años.
La empresa acompañó a Carl Lewis en los Juegos de Los Angeles 1984, cuando igualó el récord de Jesse Owens y ganó cuatro medallas doradas. En los años siguientes, previos a la cita olímpica de Seúl 88, Estados Unidos pasó por una situación semejante a la que hoy atraviesa Rusia. Más de cien atletas fueron encubiertos por el Comité Olímpico de EE.UU. (USOC) cuando se dopaban, según el médico Wade Exum, quien había dirigido la oficina antidoping de aquella organización entre 1991 y 2000. Lo acusaron de vengarse cuando fue desplazado del cargo porque los controles pasaron a una Agencia Antidopaje independiente del USOC. Pero presentó 10 mil documentos como pruebas de lo que decía.
Lewis y la tenista Mary Joe Fernández, ganadores del oro en Seúl, estaban en su nómina. El velocista, apodado el hijo del viento, había dado tres veces positivo en controles previos a los Juegos de Seúl. El Comité estadounidense primero lo suspendió y después dio como válido su descargo de que había consumido estimulantes por descuido. La revista Sport Illustrated y el diario The Orange County, como el Times ahora con Rodchenkov, tuvieron la primicia de Exum. Pero a diferencia de los atletas rusos suspendidos para ir a los Juegos de Río, Lewis compitió en 1988. Ganó el oro en salto en largo y también en los 100 metros cuando descalificaron al canadiense Ben Johnson. Otros 19 estadounidenses obtuvieron medallas entre aquel año y el 2000 pese a que también habían dado positivo en distintos controles.
La lista podría seguir con el ciclista Lance Armstrong, la atleta Marion Jones o el velocista Tyson Gay, todos ganadores de medallas olímpicas cuyos análisis dieron positivo. En ningún caso, la memoria selectiva del COI o la IAAF derivó en la conclusión de que el doping se trataba de una política de Estado. Tampoco cuando analizó la realidad de otros países como España, Ucrania, Kenia, Marruecos o Turquía, que se destacan en diferentes especialidades del atletismo.
En abril pasado se difundió un informe de la AMA que ubicó a Rusia como el país con más casos de doping en 2014, entre 1.639 muestras que dieron resultado positivo. Sumó 148 seguido de Italia con 123, India 96, más Francia y Bélgica con 91. Aunque el relevamiento arrojó resultados muy altos en esos países a lo largo de un año, solo a Rusia se le atribuye la intromisión de su gobierno para sistematizar la trampa en el deporte. En particular al atletismo, la disciplina olímpica donde el dopaje es más alto, sobre el ciclismo y la halterofilia.
Un total de 109 atletas de 83 países violaron las normas antidoping según este estudio colectivo que es el más reciente. En escala decreciente, también aparecen entre los diez primeros del ranking de dopaje Turquía con 73 casos, Australia y China 49, Brasil 46 y Corea del Sur 43.
Desde Rusia se alzan voces indignadas por la suspensión a sus 68 atletas –solo un par podrían competir fuera de esa nómina– y la posibilidad de que toda la delegación sea sancionada. La garrochista Yelena Isinbayeva, bicampeona olímpica en Atenas 2004 y Pekín 2008, dijo: “Gracias a todos por haber enterrado al atletismo. Esto es puramente político”. Putin habló de que se busca convertir al deporte en “un instrumento de presión geopolítica para formar una imagen negativa de países y pueblos”. También criticó la injerencia de la Agencia Antidopaje de EEUU que pidió la exclusión de su país de los Juegos de Río antes de conocerse la sanción. Y anteayer ordenó crear “una comisión independiente en la que pueden entrar expertos rusos y extranjeros en los ámbitos de la medicina, jurisprudencia y conocidas figuras del deporte y de la vida pública”.
Quizás ya sea demasiado tarde para evitar una sanción más dura del COI. Si eso pasara, no tendría antecedente. El Comité emitió un comunicado donde dice que estudia la opción de “una sanción colectiva mediante la prohibición a todos los rusos…” En la historia de los Juegos Olímpicos nunca se suspendió a un país entero bajo la acusación de que el doping está planificado por el Estado. A no ser que los motivos fueran otros, como denunciaron Isinbayeva y Putin. Hubo sí varias sanciones por razones políticas: las sufrieron Sudáfrica durante el régimen del Apartheid entre los Juegos de 1964 y 1992 y Alemania y Japón no fueron invitados a los de 1948 en Londres, tras la Segunda Guerra Mundial. Tampoco la Unión Soviética a los de Amberes en 1920. El fantasma del comunismo ya recorría Europa siete décadas antes. Lo escribieron Marx y Engels en su célebre manifiesto de 1848.
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