Fue un ciclo corto e intenso, de casi 21 meses, que mezcló sanas intenciones de respeto futbolero desde un liderazgo zigzagueante con polémicas inolvidables y desplantes fenomenales. Mientras estuvo a cargo de la Selección, Diego Maradona le imprimió su sello vertiginoso y característico a la marcha del equipo nacional, enamorándose de las ideas, en general ajenas, que lo subyugaron, descartándolas tan pronto lo seducían otras más novedosas. Del 4-4-2 pasó al 4-3-3, de las 23 fieras se mudó al equipo que gana no se toca. Su estilo fue un slogan siempre renovable, la motivación un credo y la sustancia, una carencia mal disimulada. Maradona fue fiel a sí mismo, aun en la agonía. Literalmente, nunca un empate. Ni siquiera ayer en su última conversación con Julio Grondona.

Desde aquella sorpresiva contratación, cuando una vez renunciado Alfio Basile se especulaba con la inexorabilidad de Carlos Bianchi y la chance lateral de Miguel Russo, transcurrieron 600 días. Ungido como entrenador de la Selección el 4 de noviembre de 2008, su debut se produjo 15 días después, el 19 de noviembre, en Glasgow, contra Escocia, en un amistoso liviano en el que los exégetas –muchos de los cuales luego lo denostarían sin piedad– se esforzaron por ver que corría un aire nuevo en el equipo nacional.

Eran los tiempos del “Mascherano más 10”. El debut oficial tuvo lugar en marzo del año pasado, contra Venezuela, en la cancha de River, por las Eliminatorias, y el 4-0 final significó el momento de máximo esplendor. Luego vendría la catastrófica goleada en La Paz ante Bolivia y esa sensación crujiente de que a la Selección se le escapaba la tortuga disfrazada de Mundial. Se intentó acorralar a Brasil en Rosario, con resultado parecido. Su aparición pública en el lanzamiento del Fútbol para todos terminó por dividir las aguas; el gol de Palermo ante Perú en el Monumental y el de Bolatti ante Uruguay en el Centenario promovieron su revanchismo, aquellas frases de antología (“que la sigan mamando” y variaciones) que derivaron, inclusive, en una suspensión de la FIFA.

Ya estaba enemistado del todo con Carlos Bilardo, el seleccionador espantapájaros que le pusieron para marcarlo de cerca y que terminó envuelto en el escándalo de los barras en Sudáfrica. Ya estaba enfrentado llanamente con Grondona por su insistencia en sumar a sus filas a Oscar Ruggeri, un personaje que terminó siéndole más dañino que beneficioso a su causa. Ya estaba lanzado a fondo en la desenfrenada carrera por examinar a la mayor cantidad de futbolistas –terminó probando a más de un centenar– en encuentros que no siempre tuvieron el rigor de auténticos ensayos, y su lista final de convocados para el Mundial levantó polvareda tanto por los que fueron como por los que se quedaron afuera.

El Mundial es historia demasiado reciente. En total, la Selección de Maradona jugó 25 partidos, con 18 victorias y siete derrotas. De todos ellos, sin embargo, sólo trece fueron oficiales: ocho por las Eliminatorias (con cuatro victorias y cuatro derrotas, con 10 goles a favor y 13 en contra) y cinco en la copa del Mundo (cuatro victorias, una derrota, con 10 goles a favor, seis en contra). De estas cinco derrotas, dos dolerán un rato largo: el 1-6 en La Paz, el 0-4 en Ciudad del Cabo.

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