Miércoles, 21 de junio de 2006 | Hoy
DEPORTES › ARGENTINA-HOLANDA EN LA COPA DEL MUNDO
Se enfrentaron en los torneos de 1974, 1978 y 1998, los holandeses ganaron dos, pero la Selección se quedó con el partido que más importaba. El cronista vio los tres desde el palco de prensa y así los recuerda.
Por Juan Jose Panno
Desde Francfort
Es un clásico de los mundiales, desde el ’74 hasta hoy. Argentina y Holanda se enfrentaron tres veces, de las cuales los naranjas ganaron dos, con una diferencia de gol de 7 a 4 a su favor, pero con un detalle que no es menor: la única vez que se midieron en la instancia final de un torneo fue en el ’78, y ganó Argentina 3-1. Este cronista estuvo en la cancha en los tres partidos:
Fue en la segunda ronda de un campeonato del que sólo participaban 16 equipos, divididos en cuatro zonas de cuatro. Los dos primeros de cada grupo se clasificaban para la instancia semifinal: dos zonas de cuatro equipos cada uno. En el grupo de Argentina (que se había clasificado con angustia) y Holanda (que se vislumbraba como gran candidata) también estaban Brasil y la Alemania Democrática. El 26 de junio llovía en Gelsenkirchen. La cancha no estaba bien, pero no le impidió a la Naranja Mecánica exprimirle el jugo a su juego de toques, triangulaciones y pases mágicos. Fue baile en todos los ritmos imaginables: minué, zamba, samba, rock and roll, valsecito, de lo que guste. Poco antes se habían enfrentado en un amistoso en Amsterdam, en el cual los holandeses se habían impuesto 4-1, y Víctor Rodríguez, uno de los tres entrenadores del equipo nacional, declaró: “Quiero la revancha ahora mismo”. Prudentemente, Vladislao Cap y José Varacka no se asociaron a la bravata. “Que se venga el Principito”, pareció decir Víctor Rodríguez, anticipándose a la historia. Y el Principito se vino: 11 minutos, gol de Cruyff; 25 minutos, gol de Krol. Primer tiempo, 2-0. Los tulipanes se floreaban, si se permite la módica metáfora, Wolff acusó una lesión y se fue del infierno, lo reemplazó Glaría. Perfumo había declarado “no se puede hacer nada, son aviones”. No después del partido sino antes, con el recuerdo fresco del 4-1. Cuando el público (una tribuna del medio entera llena de holandeses) se impacientaba y azuzaba, los jugadores apuntaban hacia la red de Carnevali: Rep a los 72 y Cruyff sobre la hora completaron la goleada. Argentina había formado con Carnaveli; Wolff (Glaría), Perfumo, Heredia, Sa; Squeo, Telch, Balbuena; Houseman (Kempes); Yazalde, Ayala. Después, como se sabe, Holanda superó a Alemania Democrática y Brasil y disputó la final con Alemania. Argentina perdió con Brasil y empató con Alemania Democrática.
Nadie de los que habían visto aquella paliza en Alemania le daba crédito al hecho de que cuatro años después Holanda y Argentina estuvieran frente a frente en la final de una Copa del Mundo. Pero ahí estaban. El ambiente del fútbol argentino (detractores incluidos) le ha reconocido siempre a César Luis Menotti haber transformado el manejo de la Selección en la AFA y haber convencido al jugador argentino de sus posibilidades si se mezclaban talento y esfuerzo. El entrenador había estado en Alemania, habló mucho con Rinus Michels, el creador de la Naranja Mecánica y extrajo experiencias valiosas que luego aplicó. Con irregulares actuaciones, con ayudita de los peruanos si se quiere, pero con un notable amor propio sumado al buen juego, Argentina había llegado al encuentro decisivo. Los holandeses, que habían apabullado a Austria, empatado con Alemania y vencido a Italia en la segunda fase, eran candidatos, aunque les pesaba en contra el hecho de haber perdido la final anterior con un equipo superior al rival. En esta versión de la Naranja Mecánica faltaban los motores: Cruyff y Van Hanegem. El partido fue tenso, nervioso, de mucha pierna fuerte. Ganaba Argentina 1-0 y parecía que lo liquidaba en el tiempo reglamentario, pero el lungo Naninga, que había reemplazado a Rep, metió de cabeza el empate. Menotti reconoció ese mismo día que debió haber metido a Killer por Galván cuando entró Naninga. La suerte se hizo palo argentino en el minuto 90, cuando remató Rensenbrink y superó a Fillol, pero nada. Al alargue. Kempes, de guapo como en el primer gol, arrasando con todo, puso el segundo y participó en el tercero, en una doble pared con rebotes fortuitos, que culminó Bertoni.
El más reciente, el más fresco en la memoria, Argentina venía de superar en octavos a Inglaterra, por penales y, si bien ese día se había alcanzado poco menos que el cielo con las manos, todos querían más. Se sabía que era posible. Con las gambetas de Ortega, con la velocidad de López y con la fantástica potencia de Batistuta, Argentina tenía con qué. Holanda oponía la tremenda capacidad goleadora de Patrick Kluivert, la polenta en la mitad de la cancha de Edgar Davids y una idea de juego colectivo inoculada por el técnico Gus Hiddink. Salían jugando desde el arquero, nunca reventaban la pelota, circulaban todo lo que creyeran necesario hasta encontrar un hueco, tenían un juego muy paciente. El juego argentino era más vertical, más vertiginoso, pero matizado siempre por la técnica de jugadores amigos de la pelota. El Velodrome de Marsella estalló cuando Kluivert puso en ventaja a los holandeses. El Piojo López metió el empate y cuando se fue expulsado Numan, todos pensaron que Argentina podía liquidarlo. Pudo Batistuta con un remate que devolvió el palo, como Rensenbrink en el Monumental pero al revés. Al partido le faltaban sorpresas desagradables. La expulsión de Ortega por pegarle al arquero Van del Sar, luego de simular un penal, y el gol sobre la hora de Bergkamp. Como si lo estuvieran repitiendo en este mismo instante: pelotazo largo desde el fondo, corrida de Bergkamp, enganche de derecha ante Ayala que pasa de largo y zurdazo arriba, imparable para Roa. Argentina se volvió a casa y Holanda se quedó en Marsella para jugar con Brasil. Pero hasta ahí llegaron sus ilusiones.
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