Sábado, 5 de agosto de 2006 | Hoy
ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
Por Raúl Dellatorre
La representación argentina ante las autoridades del BID en Washington pasó momentos de zozobra esta última semana, cuando estuvo a punto de perder un crédito de 580 millones de dólares para obras de infraestructura, por oposición de los países que integran el Grupo de los 7 a su otorgamiento. Estos países utilizaron un foro hasta ahora poco tradicional para cuestionar la política económica argentina y, en particular, la falta de ajustes en dólares de las tarifas de servicios públicos, concesionados en empresas con su propio origen. La presión de Estados Unidos y sus socios principales hacia Argentina en un ámbito que pocos imaginaban, el directorio del BID, es en definitiva el prolegómeno de la disputa que tendrá lugar el mes próximo en Singapur, cuando los principales socios del Mercosur podrían aparecer liderando una embestida contra el FMI y el Banco Mundial por el rol cumplido por estos organismos en las crisis de los países en desarrollo. La discusión en la asamblea conjunta de ambos organismos abarcará, incluso, la posibilidad de un cambio en la distribución de los votos entre países grandes y países en desarrollo. Heridas de gravedad en su legitimidad y hasta en su capacidad de autosostenimiento, estas instituciones nacidas de los acuerdos de Bretton Woods hace más de seis décadas tambalean. Y los mismos planteos que antes ignoraban, ahora les duelen.
Salvo por los informes internos con los que pretende autoconvencerse de lo contrario, desde diversos flancos se viene señalando la profundidad de la crisis en la que se encuentra inmerso el FMI. Prácticamente desde la crisis financiera de Asia de 1997, el organismo no ha logrado volver a colocar préstamos contingentes en la región. Tailandia, Filipinas, China e India han tomado prudente distancia de la “ayuda” del Fondo, advertidos de las desastrosas consecuencias de los programas de asistencia y recomendaciones formuladas a lo largo de la década pasada. Antes del último fin de año, Brasil y Argentina anunciaron la cancelación total de sus deudas con el organismo, postura a la que se sumó parcialmente Uruguay con sucesivas cancelaciones anticipadas de sus compromisos.
Todo ello quedó reflejado en la pérdida de ingresos por cargos e intereses de los préstamos, que según calculó Ngaire Woods, especialista en el tema de la Universidad de Oxford, los ingresos por estos conceptos se reducirían entre 2005 y 2006 de 3190 millones de dólares a 1390 millones, proyectando a reducirse aún más hacia 2009, a 635 millones de dólares.
En materia de ingresos, al Banco Mundial no le va mucho mejor. Las entradas por cargos, intereses y cuotas, que sumaban 8100 millones de dólares en 2001, cayeron a 4400 millones en 2004, según el mismo autor, quien agrega que en el rendimiento de sus inversiones no le fue mucho mejor: en el mismo período cayeron de 1500 millones a 304 millones de dólares. ¿Por qué? Porque padece el mismo mal de ilegitimidad que el Fondo Monetario. Cada vez más, los países en desarrollo recurren a otras fuentes de crédito. Entre ellos, los cuatro más grandes de esa categoría: China, Indonesia, México y Brasil.
La crisis del FMI quedó expuesta en la Asamblea de Primavera de la institución, cuando su propio director gerente, Rodrigo Rato, planteó la necesidad de una serie de reformas, partiendo de las recomendaciones del Comité Monetario y Financiero Internacional (IMFC, su sigla en inglés). Pero el paquete de medidas impulsado, que se presentará ante la Asamblea Anual de septiembre en Singapur con el apoyo del G-7, va justamente en sentido contrario de lo reclamado por los países en desarrollo.
El IMFC recogió muchas de las recomendaciones del Instituto de Finanzas Internacionales (IIF), entidad que nuclea a los mayores grupos financieros del mundo. El IIF le reclamó al Fondo, al mismo tiempo, disminuir su relevancia como prestamista y asumir un rol más preponderante como supervisor global. Esta última propuesta conlleva la intención de convertir al FMI en una suerte de guardián mundial de la economía global, capaz de someter a los países a adoptar políticas correctoras de los desequilibrios mundiales en función, obviamente, del criterio de los países centrales. A los que no sigan los consejos, castigo. Una suerte de fuga hacia adelante (más de lo mismo) para no asumir las condiciones que originaron la actual crisis del organismo, que no son otras que el fracaso de sus políticas.
La propuesta que Argentina acercará a sus pares del Mercosur, con intención de presentarlas como una iniciativa conjunta ante la Asamblea de Singapur, va en sentido contrario. Le imputarán al FMI la responsabilidad de promover las crisis financieras en los países en desarrollo con las políticas recomendadas. Cuestionarían sus desaciertos en materia de previsiones económicas y el escaso rigor de sus análisis técnicos, llegando incluso a la testarudez de negar lo ocurrido una vez que las crisis habían estallado, insistiendo en las mismas recomendaciones. Y reclamarían una profunda revisión de las cuotas de poder entre países desarrollados y en desarrollo. No está planteado en la propuesta, pero cae de maduro que si no se adoptan cambios en el sentido reclamado, perdería sentido la permanencia de los países en desarrollo tanto en el FMI como en el Banco Mundial.
La forma en que Estados Unidos, junto a Canadá, Italia y Japón, intentó castigar esta última semana a la Argentina en el BID indica la falta de voluntad de cambio y de tolerancia a los cuestionamientos. Y por si hubiera alguna duda, la estrecha conexión política de este tercer organismo con las dos criaturas de Bretton Woods. El mensaje sería “si van a oponerse a Singapur, prepárense para pelear”. Así es la diplomacia de la administración Bush. Habrá que estar preparados.
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