EL MUNDO › OPINION

“Con esta resistencia, los árabes le perdieron el miedo a Israel”

 Por Robert Fisk *
Desde Beirut

La habitación se sacudió. Desde el terremoto de 1983 mi departamento no se había movido de lado a lado. Esa era la fuerza de las explosiones israelíes en los suburbios al sur de Beirut –a cuatro kilómetros y medio de mi casa– y la presión del aire cambió en mi casa ayer a la mañana y afuera en la calle se movían las palmeras. ¿Va a ser así todos los días? ¿Cuántos civiles se tienen que quedar sin hogar antes de poder empezar una revolución? ¿Y qué pasa después? Los israelíes, ¿van a bombardear el centro de Beirut? ¿La Corniche? ¿Es por esto que vinieron todos los barcos de guerra extranjeros y se llevaron a sus ciudadanos, para facilitar la destrucción de Beirut?

Ayer fue otro día de masacres, grandes y pequeñas. La mayor la padeció un grupo de 40 granjeros, en el norte del Líbano, algunos de ellos kurdos, gente que ni siquiera tiene un país. Un misil explotó entre ellos cuando cargaban verdura a un camión refrigerado cerca de Al Qaa, un pequeño pueblo al este de Hermel, en el norte del Líbano. Los heridos fueron llevados a un hospital en Siria porque los caminos del Líbano están todos destruidos por las bombas israelíes. Luego supimos que hubo un ataque aéreo sobre una casa en el pueblo de Taibeh, en el sur, que mató a siete civiles e hirió a diez que buscaban refugio en la casa.

En Israel dos civiles fueron muertos por cohetes de Hezbolá pero, como de costumbre, el Líbano fue el más castigado por los ataques del día que se centraron –increíblemente– en el centro de la tierra cristiana que tradicionalmente ha mostrado gran simpatía por Israel. Era la comunidad Cristiana Maronita, cuyos milicianos falangistas fueron los aliados más cercanos durante su invasión al Líbano de 1982 y, sin embargo, la fuerza aérea de Israel atacó ayer tres puentes al norte de Beirut y, como siempre, fue la pequeña gente la que murió.

Uno de ellos era Josep Bassil, un cristiano de 65 años que había salido para hacer su caminata diaria junto con cuatro amigos de Jounich. “Sus amigos pararon después de cuatro vueltas al puente porque hacía calor”, nos dijeron luego miembros de su familia. “Josep decidió dar una vuelta más al puente. Eso fue lo que lo mató.” Los israelíes no dieron ninguna razón por estos ataques –ningún guerrillero de Hezbolá entraría a esta fortaleza maronita y el único daño fue causado a los convoyes humanitarios–. Había crecientes temores en el Líbano acerca de que los últimos ataques aéreos eran una señal de la frustración israelí más que un serio plan militar.

Por cierto, a medida que la guerra del Líbano sigue destruyendo vidas inocentes, la mayoría de ellas libanesas, el conflicto parece más sin sentido. La fuerza aérea israelí ha logrado matar a quizá 50 miembros de Hezbolá y a casi 600 civiles y ha destruido puentes, industrias lácteas, estaciones de servicio, depósitos de combustible, pistas de aeropuertos y miles de hogares. ¿Pero con qué propósito? ¿Estados Unidos sigue creyendo en las declaraciones de Israel que destruirá a Hezbolá cuando su ejército claramente no puede hacerlo? ¿No se da cuenta Washington de que cuando Israel se canse de esta guerra pedirá un cese de fuego, que sólo Washington puede conseguir haciendo lo que más odia: tomando el camino a Damasco y pidiéndole ayuda al presidente Bashar al Assad de Siria?

Pero, mientras tanto, ¿qué está sucediendo en el Líbano? Los puentes y los edificios de departamentos se pueden reconstruir –con préstamos de la Unión Europea, sin duda–, pero muchos libaneses se están cuestionando las instituciones de la democracia que Estados Unidos ponderaba tanto el año pasado. ¿Qué sentido tiene un gobierno libanés elegido democráticamente que no puede defender a su pueblo? ¿Qué sentido tiene un ejército libanés de 75 mil miembros que no puede proteger su nación, que no puede ser enviado a la frontera, que no dispara sobre los enemigos del Líbano y que no puede desarmar a Hezbolá?Para muchos libaneses chiítas, Hezbolá ahora es el ejército del Líbano. Tan feroz ha sido la resistencia de Hezbolá –y tan determinados sus ataques sobre las tropas terrestres de Israel en el Líbano– que mucha gente aquí no recuerda que fue Hezbolá el que provocó esta última guerra cruzando la frontera el 12 de julio, matando a tres soldados israelíes y capturando a otros dos. Las amenazas de Israel de agrandar el conflicto aún más ahora son recibidas con gracia y no con horror por la población libanesa, que ha estado escuchando las advertencias de Israel durante treinta años con aun más hastío. Sin embargo, temen por sus vidas. Si Tel Aviv es atacada, ¿se salvará Beirut? O si el centro de Beirut es atacado, ¿se salvará Tel Aviv? Hezbolá ahora usa el lenguaje de Israel de ojo por ojo. Cada provocación israelí es recibida por una provocación de Hezbolá.

Y ¿se dan cuenta los israelíes de que están legitimizando a Hezbolá, que un ejército de guerrilleros está demostrando su valor contra un ejército israelí y una fuerza aérea cuyos blancos –si son intencionales– los convierte en criminales de guerra y si no son intencionales, sugieren que son gentuza poco mejor que los ejércitos árabes contra los que han estado luchando de tanto en tanto, durante más de un siglo? Se están estableciendo precedentes extraordinarios en esta guerra del Líbano.

En realidad, uno de los cambios más profundos en la región en estas últimas tres décadas ha sido que los árabes tienen cada vez menos miedo. Sus líderes –nuestros líderes árabes “moderados” prooccidentales, como el rey Abdulá de Jordania y el presidente Mubarak de Egipto–, pueden tener miedo. Pero sus pueblos no. Y una vez que un pueblo perdió su terror, no se le puede reinyectar el miedo. Por lo tanto, la consistente política de Israel de aplastar a los árabes hasta la sumisión –o como el ex primer ministro Ariel Sharon dijo una vez de los palestinos, que “sintieran dolor”– no funciona más. Es una política cuya bancarrota los estadounidenses están descubriendo en Irak.

Y en todo el mundo musulmán, “nosotros” –Occidente, Estados Unidos, Israel– están luchando no contra nacionalistas sino contra islámicos. Y viendo el martirio del Líbano ayer –sus niños masacrados en Qana puestos en bolsas de plástico hasta que se acabaron las bolsas y sus cadáveres tuvieron que ser envueltos en alfombras– se me ocurre un pensamiento terrible todos los días. Que habrá otro 9 de septiembre.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

Traducción: Celita Doyhambéhère.

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Soldados libaneses y voluntarios de la Cruz Roja evacúan un cadáver del puente de Halat, cerca de Siria.
 
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