Las claves del contrabando de ganado que habría determinado la vuelta de la aftosa al país. Cómo es el negocio, cuántas son las ganancias, quiénes se llevan el dinero. Las sospechas sobre los Romero Feris, dueños de un campo a sólo 30 kilómetros de la frontera con Paraguay.
Por D. C. y C. Z.
Los 30 kilómetros que separan al campo de la familia Romero Feris de la frontera con Paraguay parecen pocos frente a tantas sospechas, incluso del Gobierno, de que la aftosa ingresó al país de contrabando. Quienes conocen la zona dicen que pasar ganado por allí cuando el río Paraná baja lo suficiente puede llevar medio día de arreo. Con los animales de este lado, la primera tarea para evitar su detección es hacer lo mismo que con el dinero sucio: blanquearlos. Si es un ternero, se declara su nacimiento. En algunas provincias, como Formosa, alcanza con hacerlo ante un juez de paz.
Es difícil entender que las vaquillonas de dos años que fueron encontradas en el establecimiento del hijo del ex gobernador correntino se hayan contagiado de aftosa si a esa edad tuvieron que haber pasado al menos una vez, sí o sí, por la vacunación. Tal vez algo haya pasado con la vacuna, arriesgan los Romero Feris.
Otra explicación podría ser que no estaban vacunadas, y eso conduce directamente a la hipótesis del contrabando. En Corrientes hay muchos nombres influyentes a los que se vincula con este negocio, pero ninguno preso. El ingreso ilegal de animales es una actividad constante. Las estimaciones no son fáciles, pero los expertos consultados por Página/12 lo ubican en torno de las 50.000 cabezas anuales, que dejan en manos de los contrabandistas unos 30 millones de pesos. El número aumenta cuando la ecuación económica es más lucrativa, como en la actualidad.
El kilo de una vaca paraguaya se paga unos 20 centavos de dólar menos que el de la vaca argentina. Esto ocurre porque aquel mercado es mucho más chico, la demanda interna es considerablemente inferior a la que hay aquí y la opción de la exportación es reducida. A Paraguay le cuesta ganar mercados externos para su carne por los repetidos episodios con la aftosa y porque en algunos casos hay sospechas de que las autoridades ocultan la enfermedad. De aquel lado de la frontera despotrican que eso no es más que una maniobra de desprestigio para hundirles el precio de su producción. Como sea, el kilo de vaca paraguaya se cotiza en el mercado negro en torno de los 2 pesos y en Argentina se puede revender, ya blanqueados, a 2,60.
El corazón del contrabando son los terneros. En Argentina hay mejores condiciones para el engorde, en especial en la Pampa Húmeda. Los animales ingresan por Corrientes y Formosa –sobre todo– y pueden terminar en cualquier punto del país. Incluso en campos prestigiosos. Es lo que ocurrió con el brote de 2001, cuando se encontraron vacas con aftosa en Tres Arroyos o Villegas. Existe la posibilidad de que el comprador desconozca la procedencia ilegal, debido a que la operación se hace con un ternero ya blanqueado. Sin embargo, es como la compra de repuestos de autos o estéreos en zonas calientes. Se sabe quién es quién, aunque nada esté dicho formalmente.
Hay conocidos consignatarios, alguno con una extensa militancia en uno de los partidos políticos tradicionales, que siempre son mencionados en los casos de contrabando. “No son cuatreros con un parche en el ojo. Son hombres con contactos y respaldo, porque si no alguna vez perderían, y esos tipos nunca pierden”, describió a este diario un baqueano de la ganadería. Es cierto que para el Senasa no es fácil combatir el contrabando, pero también hay críticas por su desempeño. Una de ellas es que no reforzó las fronteras con Paraguay luego de que en octubre pasado apareció aftosa en el sur de Brasil. El circuito del contrabando empezaría ahí y seguiría por Paraguay, para terminar en campos argentinos. Jorge Dillon, director de Sanidad Animal del organismo, se defendió de esa acusación (ver reportaje aparte).
La mayor dificultad para evitar el ingreso ilegal está dada por los 2000 kilómetros de fronteras a controlar. Hay muchos ríos secos, pasos ocultos, caminos escondidos. En Formosa, el río Pilcomayo baja y se convierte en esteros por donde se cruza ganado. En general se lo oculta en campos cercanos y después se traslada en camiones, una vez declarados para su comercialización. En el Senasa se quejan, a su vez, de la falta de colaboración de algunos jueces. Mencionan el caso de 1000 vacas que se encontraron recientemente en el Chaco y que quisieron sacrificar. Una acción judicial logró trabar la tarea cuando iban por 500. El organismo apeló y el caso ahora se encuentra en Cámara.
Una opción para achicar el margen de acción al contrabando es avanzar con la trazabilidad del ganado. Es decir, identificar a todos los animales con un número y llevar un registro de sus movimientos. Es lo que ocurre sólo con los animales que se exportan a Europa, por una exigencia de ese mercado. El Gobierno recién empieza a mencionar que tiene esta idea entre sus planes. Pero entre los productores existen resistencias, porque habría mucho mayor control sobre sus operaciones. En Argentina se faenan unos 14 millones de animales, pero se mueven unos 25 millones para engorde. El Senasa debería contar con equipamiento informático pesado para procesar toda esa información.
Una solución integral al problema de la aftosa requiere un entendimiento entre Argentina, Brasil y Paraguay. Los dos primeros, como países más grandes, deberían ayudar a afrontar los costos de una campaña seria de vacunación en el otro socio del Mercosur. Y también en Bolivia. Ese es el pedido de varias cámaras agropecuarias. Mientras maduran todas esas propuestas, los contrabandistas hacen su agosto.