Viernes, 4 de julio de 2008 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Atilio A. Boron
Comencemos diciendo que la liberación de Ingrid Betancourt y los demás rehenes es una muy buena noticia. Los secuestros son una metodología que debe ser rechazada terminantemente, sea quien sea el que la perpetra. Pero así como nos alegra el fin de su pesadilla nos abruma el empecinamiento de Alvaro Uribe en rechazar el canje humanitario propuesto por variadas organizaciones sociales y políticas de Colombia, pese a que las FARC pusieron en libertad, unilateralmente, a varios importantes rehenes, entre ellos a Clara Rojas.
Pero, ¿cómo explicar que una guerrilla que desde hace cuarenta años mantiene un importante control territorial en ese país haya entregado a sus “rehenes de oro” sin oponer la menor resistencia? Algunas claves para entender este desenlace son las siguientes: (a) el creciente aislamiento de las FARC, acentuado luego de la divulgación de las pruebas de sobrevivencia de los rehenes: todos encadenados, instalados en medio de una absoluta precariedad, amarrados a árboles y bajo una permanente vigilancia armada. El aspecto de Ingrid era lamentable, y movía a compasión. Por eso no dejó de llamar la atención lo saludable que se la vio el día de su liberación; (b) la decisiva importancia de la tecnología de comunicaciones y la inteligencia en la guerra: la ofensiva militar del ejército colombiano tuvo como uno de sus pilares su capacidad para interceptar las comunicaciones entre la dirección de la guerrilla y sus unidades dispersas en el territorio. En la práctica esto significó la atomización de las FARC en un conjunto de unidades pobremente comunicadas entre sí. Tal como lo relató Ingrid, esta situación comenzó a sentirse inclusive en las dificultades para abastecerse de los alimentos que requerían los diversos campamentos; (c) lo anterior facilitó la infiltración de personal del ejército hasta el corazón mismo de las FARC: lo demuestran el asesinato de Raúl Reyes en Ecuador y el de Iván Ríos, a manos de uno de sus escoltas, con lo que en un plazo de dos meses eliminaron a dos de los seis integrantes del Secretariado de las FARC. La muerte de Marulanda hizo lo propio con un tercero, nada menos que el jefe de la guerrilla. Esto la debilitó considerablemente y la tornó mucho más vulnerable a las labores de inteligencia; (d) la cooperación de Estados Unidos, negada oficialmente pero admitida por todos en Colombia, ha sido esencial en estos dos frentes: comunicaciones e inteligencia. Las dos grandes bases que Estados Unidos mantiene en Colombia, en Tres Esquinas y La Arandia, jugaron un papel decisivo en esta operación. Esto permitió que el ejército colombiano pudiera llegar a los campamentos donde se mantenía a los secuestrados y confundir a los responsables locales diciendo que traían órdenes del nuevo comandante de las FARC, Alfonso Cano, para concentrar a los principales rehenes en un mismo lugar desde el cual se los llevaría al campamento central. La operación se haría con un helicóptero de una ONG que, como sabemos, resultó ser del ejército. Dada la reconocida existencia de intercepción en las comunicaciones los responsables de los campamentos se abstuvieron de solicitar una confirmación de la orden; (e) un papel no menor fue jugado por las fabulosas recompensas (equivalentes a 2.500.000 dólares) prometidas por el gobierno a quienes hicieran posible la captura de un miembro del Secretariado o al guerrillero arrepentido que decidiera fugarse con un rehén. La delación y la deserción golpearon duramente a la guerrilla.
En suma: la “operación rescate” por ahora significa un enorme triunfo político para Uribe. Habrá que ver si una vez que los detalles de la operación salgan a la luz los resultados no varían. Sea como fuere, esta victoria fortalece a los halcones que en Washington y Bogotá son acérrimos partidarios de la “solución militar” y facilita los planes de convertir a Colombia en una gigantesca base militar del imperio.
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