Domingo, 1 de agosto de 2010 | Hoy
EL MUNDO › ESCENARIO
Por Santiago O’Donnell
Tratemos de analizar la ruptura de relaciones entre Colombia y Venezuela sin volvernos locos. Como diría Jack el Destripador, vayamos por partes.
Primero, esta crisis puntual la empezó Uribe. No es serio que un presidente motorice una grave denuncia contra un país vecino en un foro internacional a diez días de irse, a menos que un peligro inminente aceche. Pero según él, gracias al éxito de su gestión, la guerrilla se encuentra en franca retirada y muy cerca de la derrota militar. El jueves de la semana pasada, el día de la ruptura, el embajador de Uribe en la OEA mostró muchas fotos y tiró mucha data. Pero nunca dijo que las FARC están a horas de la Ofensiva Final. El conflicto con las FARC y el ELN, que ya lleva sesenta años, es muy serio y complejo. No merece respuestas de ocasión. El presidente electo de Colombia, el que asume la semana que viene, todavía no abrió la boca. El vice electo dice que va a hablar con todos sus amigos en la región para que esto se arregle, pero tampoco dijo nada sobre las diatribas de Uribe en contra de Venezuela. Porque lo que hizo Uribe, para usar la palabra diplomática de Lula, es “extraño”.
Y sin embargo, algo que parece tan obvio, tan evidente fuera de Colombia, no se ve reflejado en los análisis que aparecen en los principales medios de ese país. Es que en Colombia el 85 por ciento de la población tiene una imagen negativa de Chávez y el 95 por ciento tiene una imagen negativa de la guerrilla. En cambio, Uribe se va de Nariño con un 80 por ciento de aprobación. Encima consiguió que el Departamento de Estado le organice el show antichavista en Washington y lo difunda a través de su maquinaria propagandística. Entonces los grandes medios colombianos dicen que Uribe se comió el garrón para allanarle el camino a Santos, que Uribe es un estratega brillante.
Segundo, Uribe le hizo un favor a Chávez. Cualquier presidente en campaña prefiere mostrarse resolviendo una crisis internacional antes que cortando cintas o besando bebés. Y Chávez, no es ninguna novedad, es un apasionado de la política exterior. El lugar de Venezuela en el mundo es un eje central de su mensaje de campaña. En la previa al referéndum constitucional del 2007, Chávez le dedicó horas enteras de su programa Aló Presidente a la visita del presidente de Bielorrusia.
Ahora, a menos de dos meses de unas elecciones legislativas clave, en plena crisis económica por la caída del precio del petróleo, que se suma a una emergencia energética por la sequía que afecta a las represas hidroeléctricas, Chávez se hizo una fiesta con el regalito de Uribe. Rompió relaciones y lo llamaron los presidentes de medio mundo. Dijo, casi llorando en cadena nacional, que lo quieren matar, que se vienen los Marines, que soplan vientos de guerra. Y la maquinaria chavista echó a rodar: que las bases, que la flota, que los ejercicios en Paraguay y Curaçao. Que se viene el movimiento de pinzas porque el imperio no soporta la revolución bolivariana.
Así, la oposición venezolana quedó en una situación incómoda, forzada a moderar sus críticas y a seguir la agenda del presidente para no parecer antipatriótica ante una amenaza externa. En este clima, andá a hablarle al votante de economía, corrupción o libertades civiles. Andá a decirle que Venezuela le vende casi todo su petróleo al imperio, y que el imperio está hasta las manos en Afganistán. Contale cómo el imperio usa el petróleo que le compra a Venezuela y a otros países para llenar los tanques de los aviones-robot que bombardean las aldeas talibanas. Explicale que la revolución socialista al imperio todavía no le tocó ni un McDonald’s, de los 115 locales que lucran en Venezuela, salvo el que tuvo que mudarse de cuadra para hacerle lugar a un busto de Fidel Castro.
Tercero, la ruptura de relaciones perjudica más a Colombia que a Venezuela. La economía colombiana está mucho más diversificada que la venezolana, la cual sigue atrapada en su modelo monoexportador, y lo que produce va para Estados Unidos y no Colombia. Entonces mientras Colombia le vende de todo a Venezuela, Venezuela le vende muy poco a Colombia y eso se refleja en una balanza comercial muy favorable al país de Uribe. Aun cuando Chávez se abstuvo de llegar al extremo de cerrar la frontera, el efecto de la crisis ya se hizo sentir en el oriente colombiano. El miércoles pasado Uribe tuvo que salir con un programa de beneficios impositivos para compensar las pérdidas de los comerciantes de la zona. El bolsillo es el órgano más sensible de los votantes. Por eso, lo que Uribe empezó, Santos tendrá que terminarlo y cuanto antes mejor.
Cuarto, Chávez y Uribe quieren lo mismo, pero al revés. La “solución” de Uribe es que la llamada “comunidad internacional” se meta en Venezuela y arregle el problema. El “plan de paz” de Chávez es que la llamada “comunidad internacional” se meta en Colombia y arregle el problema. Pero ninguno de los dos quiere que la llamada “comunidad internacional” se meta en su país por una cuestión de soberanía. Hay matices: Colombia prefiere que España tenga un rol. También Estados Unidos, aunque sea indirectamente a través de la OEA. Chávez prefiere que Kirchner se arregle con Lula y la Unasur.
Uribe exige que Chávez logre la rendición (“desmovilización”) de las FARC en Venezuela cuando él no consigue que se rindan en Colombia. Y Chávez aspira a una negociación entre la guerrilla y el gobierno colombiano cuando Uribe ha optado por la vía militar, y en esa decisión cuenta con el apoyo de la gran mayoría de los colombianos. Uribe dice que Chávez tiene una política activa de dar refugio a los guerrilleros colombianos en la frontera. Chávez dice que no es cierto y que el Estado venezolano controla perfectamente los 2200 kilómetros limítrofes con Colombia (foto).
Pero veamos lo que dice al respecto un informe de Radio Netherlands del año pasado: “La frontera colombo-venezolana es una suerte de tierra de nadie, en la cual existe un alto tránsito de irregulares de todos los bandos, lo que aumenta la inseguridad y la violencia en una zona de por sí compleja por sus altos niveles de intercambio comercial y crecimiento poblacional. La situación es explosiva en toda la frontera, en la Guajira (norte), en la zona andina y en los llanos (sur). Dicha frontera binacional, desde hace más de dos décadas, es un espacio en el que las externalidades del conflicto colombiano se manifiestan crecientemente. Desde 2002, el conflicto de Colombia se trasladó en parte a las fronteras con Ecuador y Venezuela, debido al desarrollo del Plan Colombia. Por su parte en Venezuela, desde esa misma fecha, se ha incrementado el delito social y organizado en la zona, aumentando la presencia de contrabandistas, narcotraficantes y guerrilleros locales. A la acción de la guerrilla en la frontera (Farc, ELN y FBL), se suman la de los paramilitares en los estados de Táchira y Zulia (controlados por la oposición), incluyéndose la acción de paramilitares venezolanos. Esto se ha traducido, en el lado venezolano, en el aumento de homicidios, secuestros, robos y contrabando. Ambos gobiernos han recurrido a repetir políticas aisladas e intermitentes en la frontera, con escasos o nulos resultados e impacto.”
O sea, pasan muchas cosas en esa frontera. Hay varios aspectos que se podrían mejorar con un poco de diálogo, confianza y buena voluntad. Por eso lo que al principio aparece como una posición irreductible de uno y otro lado puede encarrilarse hacia un intercambio que les sirva a las dos partes. Todo es negociable. Para eso está la diplomacia.
Esta será una crisis mal parida, innecesaria y oportunista, pero perdonen el lugar común, de cada crisis surge una oportunidad. Tiene razón el canciller venezolano cuando dice que la guerra colombiana es el último conflicto armado que queda en la región. Se trata de un tema complejo, difícil, que da para otro análisis, por eso duró lo que sigue durando.
Si el presidente electo de Colombia quiere seguir con la “seguridad democrática”, como postuló en la campaña, le basta y le sobra con la ayuda militar estadounidense. Pero si decide arriesgar su capital político en busca de una solución de fondo, seguramente contará con el apoyo de Chávez y de toda la “comunidad internacional”. Eso lo tendrá que decidir Santos, o en todo caso los colombianos.
Pero vayamos por partes, diría Jack. Primero hay que arreglar la crisis con Venezuela. Cortarla con las denuncias berretas. Volver al diálogo. Dejar pasar tranquilos el cambio de mando en Colombia y las elecciones en Venezuela. Bajar las expectativas. En vez de jugar mano a mano a todo o nada, buscar apoyos y mediaciones para intentar pequeños avances. Tomar la reunión de cancilleres en Quito de jueves pasado como un buen comienzo.
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