Domingo, 7 de octubre de 2012 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Jean-Luc Mélenchon e
Ignacio Ramonet *
Hugo Chávez es sin duda el jefe de Estado más difamado en el mundo. Al acercarse la elección presidencial del 7 de octubre, esas difamaciones se tornan cada vez más infames. Tanto en Caracas como en Francia y en otros países. Atestiguan la desesperación de los adversarios de la Revolución Bolivariana ante la perspectiva (que las encuestas parecen confirmar) de una nueva victoria electoral de Chávez. Un dirigente político debe ser valorado por sus actos, no por los rumores vehiculados en su contra. Los candidatos hacen promesas para ser elegidos: pocos son los que, una vez electos, las cumplen. Desde el principio, la promesa electoral de Chávez fue muy clara: trabajar en beneficio de los pobres, o sea –en aquel entonces– la mayoría de los venezolanos. Y cumplió su palabra.
Por eso, éste es el momento de recordar lo que está verdaderamente en juego en esta elección, ahora cuando el pueblo venezolano se alista para votar. Venezuela es un país muy rico, por los fabulosos tesoros de su subsuelo, en particular sus hidrocarburos. Pero casi todas esas riquezas estaban acaparadas por las elites políticas y las empresas transnacionales. Hasta 1999, el pueblo sólo recibía migajas. Los gobiernos que se alternaban, demócrata-cristianos o social-demócratas, corruptos y sometidos a los mercados, privatizaban indiscriminadamente. Más de la mitad de los venezolanos vivía por debajo del umbral de pobreza (un 70,8 por ciento en 1996).
Chávez hizo que la voluntad política prevaleciera. Domesticó los mercados, detuvo la ofensiva neoliberal y, posteriormente, mediante la implicación popular, hizo que el Estado se reapropiara de los sectores estratégicos de la economía. Recuperó la soberanía nacional. Y con ella, ha procedido a la redistribución de la riqueza, en favor de los servicios públicos y de los olvidados.
Políticas sociales, inversión pública, nacionalizaciones, reforma agraria, casi pleno empleo, salario mínimo, imperativos ecológicos, acceso a la vivienda, derecho a la salud, a la educación, a la jubilación... Chávez también se dedicó a la construcción de un Estado moderno. Ha puesto en marcha una ambiciosa política del ordenamiento del territorio: carreteras, ferrocarriles, puertos, represas, gasoductos, oleoductos.
En materia de política exterior apostó por la integración latinoamericana y privilegió los ejes Sur-Sur, al mismo tiempo que imponía a los Estados Unidos una relación basada en el respe-cto mutuo... El impulso de Venezuela ha desencadenado una verdadera ola de revoluciones progresistas en América latina, convirtiendo este continente en un ejemplar islote de resistencia de izquierdas alzado en contra de los estragos del neoliberalismo.
Tal huracán de cambios ha volteado las estructuras tradicionales del poder y acarreado la refundación de una sociedad que hasta entonces había sido jerárquica, vertical, elitesca. Esto sólo podía desencadenar el odio de las clases dominantes, convencidas de ser las legítimas dueñas del país. Son estas clases burguesas las que, con sus amigos protectores de Washington, vienen financiando las grandes campañas de difamación contra Chávez. Hasta llegaron a organizar –en alianza con los grandes medios que les pertenecen– un golpe de Estado el 11 de abril de 2002.
Estas campañas continúan hoy en día y ciertos sectores políticos y mediáticos europeos se encargan de corearlas. Asumiendo –lamentablemente– la repetición como si fuera una demostración, los espíritus simples acaban creyendo que Hugo Chávez estaría encarnando “un régimen dictatorial en el que no hay libertad de expresión”.
Pero los hechos son tozudos. ¿Alguien ha visto un “régimen dictatorial” ensanchar los límites de la democracia en vez de restringirlos? ¿Y otorgar el derecho de voto a millones de personas hasta entonces excluidas? Las elecciones en Venezuela sólo ocurrían cada cuatro años, Chávez organiza más de una por año (14 en 13 años), en condiciones de legalidad democrática, reconocidas por la ONU, la Unión Europea, la OEA, el Centro Carter, etcétera. Chávez demuestra que se puede construir el socialismo en libertad y democracia. Y convierte incluso ese carácter democrático en una condición para el proceso de transformación social. Chávez ha probado su respeto al veredicto del pueblo, renunciando a una reforma constitucional rechazada por los electores vía referéndum en 2007. No es casual que la Foundation for Democratic Advancement (FDA), de Canadá, en un estudio publicado en 2011, situara entonces a Venezuela en el primer lugar de los países que respetan la Justicia Electoral.
El gobierno de Hugo Chávez dedica el 43,2 por ciento del presupuesto a las políticas sociales. Resultado: la tasa de mortalidad infantil ha sido dividida por dos. El analfabetismo, erradicado. El número de docentes, multiplicado por cinco (de 65.000 a 350.000). El país presenta el mejor coeficiente de Gini (que mide la de- sigualdad) de América latina. En su informe de enero de 2012, la Comisión Económica para América latina y el Caribe (Cepalc, un organismo de la ONU) establece que Venezuela es el país sudamericano que –junto con Ecuador–, entre 1996 y 2010 ha logrado la mayor reducción de la tasa de pobreza. Finalmente el instituto norteamericano de sondeos Gallup ubica al país de Hugo Chávez como la 6ª nación “más feliz del mundo”. Lo más escandaloso, en la actual campaña de difamación, es pretender que la libertad de expresión esté constreñida en Venezuela. La verdad es que el sector privado, hostil a Chávez, controla allí ampliamente los medios de comunicación. Cada cual puede comprobarlo. De 111 canales de televisión, 61 son privados, 37 comunitarios y 13 públicos. Con la particularidad de que la parte de la audiencia de los canales públicos no pasa del 5,4 por ciento, mientras que la de los privados supera el 61 por ciento... Mismo escenario para los medios radiales. Y el 80 por ciento de la prensa escrita está en manos de la oposición, siendo los dos diarios más influyentes –El Universal y El Nacional– adversos al gobierno.
Nada es perfecto, por supuesto, en la Venezuela bolivariana, ¿dónde existe un régimen perfecto? Pero nada justifica esas campañas de mentiras y de odio. La nueva Venezuela es la punta de lanza de la ola democrática que, en América latina, ha barrido con los regímenes oligárquicos de nueve países, apenas caído el Muro de Berlín, cuando algunos vaticinaban “el fin de la historia” y “el choque de las civilizaciones” como horizontes únicos para la humanidad. La Venezuela bolivariana es una fuente de inspiración de la que nos nutrimos, sin ceguera, sin inocencia. Con el orgullo, sin embargo, de estar del buen lado de la barricada y de reservar los golpes para el malévolo imperio de los Estados Unidos, sus tan estrechamente protegidas vitrinas del Medio Oriente y donde quiera reinen el dinero y los privilegios. ¿Por qué Chávez despierta tanto resentimiento en sus adversarios? Indudablemente porque, tal como lo hizo Bolívar, ha sabido emancipar a su pueblo de la resignación. Y abrirle el apetito por lo imposible.
* Copresidente del Partido de Izquierda, diputado europeo; presidente de la Asociación Mémoire des Luttes (Memoria de las Luchas), presidente honorífico de Attac.
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