Domingo, 2 de junio de 2013 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Atilio A. Boron *
Todo acuerdo económico es a la vez un acuerdo político. El pensamiento neoliberal presenta sus opciones políticas (por ejemplo, promover el enriquecimiento de los ricos y el despojo de los pobres) como si resultaran de un cálculo técnico cuando lo cierto es lo contrario. Lo anterior vale tanto para los acuerdos sellados en el plano doméstico como en el internacional. Por eso no puede sorprender la provocación en que incurrió el gobierno de Juan M. Santos –ahora dice que todo fue un “malentendido”– al recibir al perdidoso candidato de la derecha venezolana, Henrique Capriles. Al hacerlo, el presidente colombiano convalidó sus denuncias –refutadas por sucesivas auditorías practicadas sobre los resultados electorales del 14 de abril– y se alineó irresponsablemente con el líder del ala fascista y más radical y golpista de la derecha venezolana. ¿Sólo con ésta? No, porque la estrategia de desgaste del antichavismo no es creación original venezolana sino de directivas que emanan desde Washington para concretar su proyecto destituyente y borrar al chavismo de la faz de la Tierra. Por eso la Casa Blanca continúa sin reconocer la legalidad y la legitimidad del triunfo de Nicolás Maduro en las pasadas elecciones presidenciales. El empecinamiento del insólito Premio Nobel de la Paz no es inquina personal sino el meticuloso cumplimiento del proyecto de reversión de la correlación internacional de fuerzas en el hemisferio que, en 2005, provocara el naufragio del ALCA en Mar del Plata. Componente fundamental de ese proyecto es la desestabilización de los gobiernos bolivarianos y progresistas de la región. El sueño imposible es volver a la Latinoamérica anterior a la Revolución Cubana, cuando las órdenes de la Casa Blanca eran obedecidas sin chistar. Esta es la razón de ser de la tan publicitada y alentada Alianza del Pacífico, conformada por México, Colombia, Perú y Chile (¡siete cumbres en poco más de un año!): su objetivo es principalmente político y, en menor medida, económico. Lo primero, porque quiere rehacer el mapa sociopolítico regional acabando con los gobiernos bolivarianos e inclusive con sus aliados, como los de Argentina y Brasil, “cómplices”, según Washington, de la derrota del ALCA. Y en lo económico, porque la AP es la más importante pieza de la contraofensiva imperialista destinada a concretar un ALCA con otro nombre y, a la vez, para potenciar el papel de “caballos de Troya” que Washington les tiene asignados a los gobiernos de la AP para socavar desde dentro proyectos que suscitan el visceral rechazo de la Casa Blanca, como la Unasur, la Celac y, en menor medida, el Mercosur.
Pero ese engendro norteamericano, del cual Santos es el principal articulador (recordar que la última y fundamental reunión se hizo el 22/23 de mayo en Cali), requiere de sus protagonistas una abyecta sumisión a los edictos imperiales. Para la Casa Blanca hoy nada es más importante que aprovechar el momentáneo desconcierto provocado por la muerte de Hugo Chávez para reordenar lo que el secretario de Estado John Kerry denominara peyorativamente “el patio trasero” de Washington. Y Santos obedeció el mandato y recibió a un desprestigiado político amparado por lo peor de la derecha latinoamericana y europea –principalmente el corrupto Partido Popular de España, cuyo jefe en las sombras es José M. Aznar– y culpable de haber instigado actos criminales que culminaron con la muerte de once chavistas y más de un centenar de heridos, amén de la destrucción de numerosos centros de salud y oficinas públicas. El objetivo de la gira latinoamericana de Capriles es desprestigiar al gobierno de su país, inclusive deteriorando las difíciles relaciones colombiano-venezolanas. No hay límites éticos ni escrúpulos para aislar al gobierno de Venezuela y debilitarlo ante el ataque de Washington. Para ello, se combinarán estrategias de hipócrita seducción –Joe Biden bendiciendo a Brasil como potencia ya “emergida”, pero sin hablar de que es el país al cual EE.UU. ha rodeado de bases militares– con otras más brutales, como las que seguramente habrá comunicado Roger Noriega en su viaje a Colombia al presidente Santos. Cabe destacar el honroso gesto del presidente Rafael Correa que, por boca de su canciller, hizo saber que ese país jamás recibiría a Capriles.
* Director del PLED/Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.
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