EL MUNDO › OPINION

La sangre de Loulou

 Por Robert Fisk *

La sangre de Loulou Awad todavía manchaba el concreto de su hogar destruido, la última libanesa inocente en pagar el precio de la guerra de Siria. Su casi igualmente roto padre Abdullah presionó las manos de su familia en duelo y de sus amigos, dándoles las gracias por compartir el dolor por la pérdida de su hija. Tenía 60 años y ahora se veía de 100. Su hija sólo tenía 20, una musulmán chiíta en una ciudad chiita, una estudiante con pocos motivos para esperar la muerte en la azotea de la villa en las colinas por encima de Hermel. Pero lejos, hacia el nordeste, el humo cuelga sobre una ciudad siria distante llamada Qusayr. Es de ahí de donde probablemente vino la muerte.

“Estábamos cenando abajo cuando un misil impactó un terreno cercano a nosotros”, dijo Abdullah, hablando con gran cuidado para que entendamos la naturaleza de su tragedia. “Bueno, todos corrimos a la azotea para ver la explosión y el humo. Estábamos todos allí, y eso fue cuando el segundo misil entró y golpeó el techo y mató a Loulou.” Los vecinos vestidos de negro hacían muecas de dolor ante esta terrible pequeña historia. Un primo murmuró que él pensaba que el Líbano estaba más cerca de la guerra civil. Le dije que lo dudaba. “Te equivocas”, respondió. “Este misil procedía de Arsal. Tienen una religión diferente allí.”

Probablemente no. Nadie que yo haya conocido en Arsal ha oído de algún cohete disparado desde su ciudad. Pero hay cadáveres en abundancia en el valle de Bekaa en estos días: decenas de ellos –por lo menos 110 muertos en los últimos 10 días, de acuerdo con el partidario de Hezbolá más confiable de Baalbek– porque estos son los “mártires” de la nueva campaña de Sayyed Hassan Nasrallah para ayudar al régimen sirio a retomar Qusayr de los rebeldes.

Pueblo tras pueblo del norte de Baalbek habían colgado flamantes fotografías con marcos amarillos de los hombres que partieron de Qusayr hace menos de dos semanas para ganar otra guerra contra Israel, más o menos lo que el Sr. Nasrallah quiere que todos creemos.

Mohamed Fouad Rabah, un paño enrollado alrededor de la cabeza, con una amplia sonrisa en esa foto mortal, volvió a Jdeideh, pero al Haj Mohamed Abbas Younis regresó muerto a Talia. Haj Ali Majed Dendash fue enterrado en la propia Hermel. Y la aceleración por delante de mi coche en la Bekaa, sirenas aullando, fue la de cuatro autos funerarios –ventanas de cristal ahumado, banderas de Hezbolá amarillas flotando desde las azoteas– de Hanni Mohamed Nasser. Alcancé a ver su retrato en la ventana trasera del cuarto coche.

Ahora que lo pienso, hubo 111 muertos de Hezbolá en 10 días, un número de víctimas importante para la milicia chiíta libanesa, que expulsó a los israelíes del Líbano en 2000 y luchó contra ellos a un punto muerto en 2006. Y todo a manos, al parecer, de los hombres que ellos llaman “terroristas” –los rebeldes anti Assad que todavía se aferran a las partes de Qusayr y probablemente también mataron a Loulou Awad–. Cientos de heridos de Hezbolá han pasado al otro lado de la frontera, nueve de ellos llevados al hospital de Baalbek el lunes por la noche.

Dos mil hombres salieron del Líbano para la gran batalla en Siria, me dijeron en Baalbek. Así que si estas cifras son ciertas, más de un cinco por ciento de las tropas de Hezbolá fueron muertas en menos de una semana y media.

Pero volvamos ahora a Arsal, a sólo 20 kilómetros de Hermel, el lugar donde la gente supuestamente tiene una “religión diferente”. No la tienen, por supuesto. Son sunnitas –no chiítas– los musulmanes que viven en este pueblo de la colina rugosa de talleres de automóviles, mercados de verduras baratas y los hombres jóvenes que tienen la costumbre de llevar pantalones militares. Los libaneses aquí apoyan a los rebeldes sunnitas –el grupo islamista Jabhat al Nusra (Frente para la Victoria) y el Ejército Libre de Siria– y oran por la caída de Bashar al Assad. Tampoco están contentos con el ejército libanés, que trata de evitar el envío de armas a través de la frontera a sus rebeldes sunnitas de sus aliados musulmanes. Y esto llevó a la otra tragedia: la muerte de tres soldados libaneses, tan inocentes en su camino como Loulou Awad.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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