Domingo, 22 de diciembre de 2013 | Hoy
EL MUNDO › SóLO EN 2013, UNAS 50.000 PEQUEñAS EMPRESAS SE HAN VISTO OBLIGADAS A CERRAR
La Unión Europea no ha sabido afrontar las realidades de cada país y ha indicado recortes de todo tipo como medida principal. Grecia, España e Italia están pagando todavía, aunque en medida diferente, el precio de esas medidas.
Por Elena Llorente
Desde Roma
La recesión que Italia vive desde hace más de tres años, como consecuencia de la crisis económica iniciada en 2009, ha cambiado la cara del país. Desde la Segunda Guerra Mundial, en la que el país quedó destruido por los bombardeos, la ocupación nazi, la guerra civil y la desesperanza, no se veía una situación semejante. Pero en aquel momento, pese a todas las críticas que tuvo, hubo un Plan Marshall para ayudar a los europeos. Hoy la Unión Europea no ha sabido afrontar las realidades de cada país y ha indicado recortes de todo tipo como medida principal. Grecia, España e Italia están pagando todavía, aunque en medida diferente, el precio de esas medidas, que inclusive dentro de la UE algunos sectores han criticado duramente.
Cuna y reino de las pequeñas y medianas empresas (pymes), muchas de ellas ligadas a la industria textil que hicieron famosa la moda italiana en el mundo y donde la desocupación se mantenía a niveles discretos en 2009 (en torno del 8 por ciento), la Italia de las pymes ha sufrido un batacazo tremendo en estos años. Sólo en 2013, unas 50.000 pequeñas empresas se han visto obligadas a cerrar, muchas comerciales y sobre todo relacionadas con el turismo y la moda, según una de las organizaciones que nuclean a los empresarios, la Confesercenti. Pequeñas empresas que han dejado en la calle a miles de personas (se habla de 90.000 puestos de trabajo perdidos) llevando la tasa general de desocupación a más del 12 por ciento, pero la juvenil –entre 15 y 29 años– a más del 40 por ciento, según el Instituto de Estadísticas de Italia (Istat).
Otros datos dramáticos publicados por Confindustria, la más importante organización de industriales, dan una idea más completa de la situación, presentando la misma realidad desde otro punto de vista. Según Confindustria, en los últimos seis años se ha duplicado tanto el número de pobres –que ha llegado a 4,8 millones de personas– como el de desocupados, que suman 7,3 millones, se han perdido 1,8 millón de puestos de trabajo y el PIB ha bajado nueve puntos. Por cierto, la situación no se parece a la Argentina de 2001 ni mucho menos. Pero para generaciones de italianos que han crecido en una relativa abundancia, ajustarse el cinturón como hay que hacer ahora no es una cosa de todos los días.
Pero lo peor de todo es que, al contrario de lo que muchos esperan, las cosas no parecen poder cambiar radicalmente en 2014, aunque algunos expertos y el gobierno dicen que la economía se compaginará en el curso del año. Eso espera poder lograr la llamada Ley de Estabilidad, que después de muchos dimes y diretes fue aprobada por el Parlamento esta semana y que contiene una serie de medidas tendientes, precisamente, a la recuperación de la economía en general y del empleo. Los empresarios, los sindicatos y los desocupados dicen que esas medidas no son suficientes. Y en efecto, el gobierno del primer ministro Enrico Letta ha prometido hacer un decreto con algunos cambios para mejorar la ley. Es que al menos a nivel de la desocupación, en efecto, las previsiones del Istat son que aumentará todavía en 2014 aunque el PIB, el Producto Interno Bruto (que en 2013 ha tenido su novena baja consecutiva, esta vez del -1,9 por ciento–), mejorará levemente, sobre todo gracias a las exportaciones.
Pero el gobierno no sólo deberá estar muy atento al problema de la desocupación, que ha llevado a una caída brutal del consumo interno y del bienestar material y cultural de las familias, sino que si no consigue estabilizar la economía, los crueles analistas del mercado internacional, como Standard and Poors y otros similares, le darán a Italia una calificación cada vez menor, creando a su vez la desconfianza en todos los que tengan que negociar con la península o que pensaba hacer inversiones en el país. Y esto a su vez llevaría a un aumento sin precedentes de la deuda pública que este país tiene con los poseedores de bonos del Estado. Cuanto más disminuye la confianza en un país, en efecto, más aumentan los intereses que ese Estado tiene que pagar por sus bonos nacionales. Hoy la deuda pública italiana supera los dos billones de euros.
Pero si los pobres están cada vez más pobres, y muchos de la clase media han dejado de serlo o casi y el pequeño empresariado de las Pymes se ha visto aplastado por la crisis, las cosas no han andado nada mal para los ricos, que como a menudo sucede en el capitalismo, son los que poco pierden. Según datos del Banco de Italia, el banco central de la península, en 1983, el 10 por ciento de los contribuyentes italianos, que eran los más ricos, concentraban el 26 por ciento de la riqueza, en 1993 ese 10 por ciento concentraba el 30 por ciento de la riqueza, en 2007 llegaban al 34 por ciento de la riqueza. Entre 2007 y 2009, a causa de la crisis, esa cifra bajó al 33,87. Cierto, algunos grandes industrias también la han pasado mal. Pero las empresas italianas que cotizan en la Bolsa de Valores casi siempre han salido bien, entre ellas por ejemplo, las de la familia Agnelli (propietarios de Fiat y el club Juventus, entre otras cosas) cuyas acciones entre 2012 y 2013 aumentaron su valor en un 52 por ciento, la firma de moda Ferragamo que consiguió +71 por ciento y las empresas de la familia del ex premier Silvio Berlusconi, que tuvieron una ganancia del 77 por ciento.
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