Domingo, 31 de enero de 2016 | Hoy
EL MUNDO › CONSTANCE COLONNA-CESARI, ENSAYISTA Y VATICANISTA FRANCESA, AUTORA DE EN LOS SECRETOS DE LA DIPLOMACIA VATICANA
“La diplomacia del Vaticano integra la especificidad espiritual de la Iglesia Católica. Sus objetivos son tres: la paz, la justicia y el desarrollo, lo cual corresponde a la doctrina de la Iglesia Católica”.
Por Eduardo Febbro
Desde París
Los poderes espirituales son planetarios, pero cuando ese poder se encarna en un Estado, el Vaticano, y ese Estado hace de ese poder un arma diplomática, entonces la espiritualidad se vuelve un actor central de los destinos del mundo. Esa es la demostración rigurosa y magistral que la ensayista y vaticanista francesa Constance Colonna-Cesari plasma en un libro que acaba de salir en Francia, Dans les secrets de la diplomatie vaticane (En los secretos de la diplomacia vaticana), publicado por la prestigiosa Editorial du Seuil. El libro es, a su manera inédita y global, un aporte indispensable para la comprensión y el conocimiento de la acción internacional de uno de los Estados más pequeños y secretos del mundo y, también, uno de los más implicados en cada región del planeta. Escrito con una claridad luminosa, el ensayo de la especialista francesa es una exploración meticulosa de los meandros de una diplomacia que, con el papado de Francisco, ha atravesado por un cambio rotundo que dejó atrás los años turbios del papado de Juan Pablo II, cuando casi toda la estructura diplomática estaba al servicio de la lucha contra el comunismo, sin que importara la inmoralidad de los actos. Con Francisco, la diplomacia vaticana se ha transfigurado de una forma que no tiene precedentes en la historia. El papa argentino cambió el eje de la rotación diplomática desplazándolo del centro dominador, o sea, Occidente, hacia las periferias del mundo, que hoy están en el corazón de su voz y de sus acciones. Lejos de las aproximaciones, fantasías, delirios o especulaciones falaciosas que llenan a menudo los libros sobre el Vaticano, y, en particular, sobre su acción diplomática, este ensayo restituye con precisión y estilo la complejidad de ese poder temporal que se mueve e influencia todos los escenarios. El libro contiene además revelaciones únicas sobre la forma en que la Santa Sede actuó para lograr que Estados Unidos y Cuba restablecieran sus relaciones diplomáticas. Este capitulo del ensayo avanza como una auténtica novela policial de donde emergen situaciones dignas de un saga de acción con un papa como organizador y garantía de un pacto que parecía imposible. Desde el pacto implícito entre Barack Obama y Francisco, pasando por la posición de la Santa Sede en el enredo de Medio Oriente y el conflicto israelo-palestino, los esfuerzos para esbozar una paz, la increíble influencia que tuvo Francisco para evitar que Occidente lanzara su ofensiva militar en Siria, hasta el ejercicio de equilibrista que el sumo pontífice practica en su relación con Rusia con el conflicto de Ucrania como telón de fondo, En los secretos de la diplomacia vaticana dejará al lector con la sensación de haber visitado los arcanos de un poder espiritual que logra desplazar las piezas de la geopolítica mundial en nombre de intereses pacíficos. No vende armas ni tecnología pero es una figura que puede ser decisiva en las situaciones más intrincadas.
Sin obviar las contradicciones del papa ni las internas de la Santa Sede, el ensayo de Constance Colonna-Cesari nos muestra en toda su acción los sentidos y objetivos de la diplomacia vaticana, sus secretos, sus métodos, sus “oficinas”, sus redes de influencia y los mecanismos con los que logra que, pese a los intereses de los Estados armados, algo cambie en el mundo. El ensayo, también, expone en toda su potencia cómo, con su defensa de las periferias y su menoscabo por Europa, Francisco se volvió la voz del pueblo y cómo esa voz se traduce en acción diplomática.
–La diplomacia vaticana es siempre el objeto de fantasmas delirantes, de especulaciones sin sentido y un terreno fértil para las teorías del complot. Sin embargo, no es así. ¿Cómo la definiría usted?
–La diplomacia del Vaticano no tiene nada de un poder mágico. Se trata de un poder temporal muy particular porque forma parte de las armas de un Estado cuya naturaleza es en sí misma particular. La diplomacia del Vaticano integra la especificidad espiritual de la Iglesia Católica. Sus objetivos son tres: la paz, la justicia y el desarrollo, lo cual corresponde a la doctrina de la Iglesia Católica, a su palabra en el mundo, a sus deseo de introducir un poder más justo, un mundo mejor. La diplomacia del Vaticano no tiene que defender intereses materiales o económicos, lo que la hace absolutamente única. Sin embargo, la protección de sus 1200 millones de fieles en el mundo es el corazón de su acción. Esta diplomacia debe adaptarse al mundo y a sus amenazas y evoluciona de un papa al otro.
–De Juan Pablo II al papa Francisco ha habido un cambio rotundo. Benedicto XVI fue casi invisible en el terreno diplomático, en cambio, Juan Pablo II y Francisco no. ¿Qué cambia entre ambos?
–Benedicto XVI no dejó ninguna huella diplomática, no era su prioridad, carecía de visión y de lectura del mundo. Benedicto XVI cometió errores diplomáticos importantes, tanto ante el mundo árabe musulmán, ante Israel como en América latina, cuando, en Aparecida, dijo que los indígenas de América, aunque no lo sabían, estaban esperando a Cristo para purificarse. Evidentemente, las metas de los papas no son las mismas. Toda la política exterior de Juan Pablo II estaba animada por su obsesión de la lucha contra el comunismo. Ya sabemos que esa política condujo muy lejos al papa polaco, incluso a pactar con personajes turbios y a utilizar el banco del Vaticano para lavar dinero destinado a su lucha contra el bloque comunista y la Teología de la Liberación, la cual era percibida como una emanación del marxismo que gangrenaba la misma Iglesia. Esa fue toda la geopolítica de Juan Pablo II. Francisco, en cambio, se muestra omnipresente en el terreno temporal, ocupa el escenario con una visión de las relaciones internacionales mucho menos guerrera, mucho menos inscripta en la visión europea, dominadora. Francisco logró imponer su papado como un nuevo contrapoder gracias a la gestión política de la Iglesia, a la reforma de la Curia y del banco del Vaticano. Francisco entendió instintivamente que hacía falta un mundo más justo. Por eso, a su manera, encarna al mundo entero. Actúa con las manos desnudas y ahí reside su fuerza. Hay que reconocer también que la diplomacia del Vaticano puede parecer mucho más valiente que todas las demás. Hay hombres de la Iglesia en todos los conflictos. Francia, por ejemplo, cerró sus representaciones diplomáticas en Siria, pero el Vaticano sigue presente en Damasco o Alepo con gente que se juega la vida cada día. Es entonces una diplomacia que no abandona las situaciones por más difíciles que sean.
–Hoy resulta más que evidente que Francisco hace todo lo posible para ignorar a Europa. De alguna manera, manifiesta cierto menosprecio por el Viejo Continente.
–Sí, Europa le interesa muy poco. Evita viajar por Europa o por la Unión Europea. Su visión de Europa es acusadora. Francisco quiere poner a Europa ante sus responsabilidades y, para él, la primera responsabilidad es la crisis de los migrantes. Hoy, su discurso de Lampedusa, en julio de 2013, es casi como una profecía porque se adelantó en dos años a la explosión del drama de los migrantes. Francisco trató a Europa de “abuela estéril”. Es un continente que le interesa mucho menos que las demás periferias del mundo porque él, el papa latinoamericano, contribuye a poner esas periferias en el centro. Es una diplomacia que da vuelta completamente la de los papas europeos. Es el cambio más importante de este pontificado. Francisco puso en el centro a las iglesias de la periferias, a los episcopados del sur, esos mismos que los episcopados europeos miraban con desprecio. Es un cambio que incide en la visión del mundo y la diplomacia del Vaticano se une a ello. La encíclica Laudato Si cita constantemente a los episcopados del sur con sus aportes sobre los temas sociales y ecológicos. Este papa quiere forzar al mundo a escuchar a esas iglesias del sur, quiere integrar las voces de la periferia. El mundo cambia de centro y la diplomacia vaticana cambia de corazón: ha dejado de ser europea para encarnarse en los otros continentes, América latina, Africa, Oceanía. Cuando el Papa fue a la República Centroafricana, abrió la puerta santa de la catedral de Bangui ¡y proclamó a Bangui como capital espiritual del mundo! Es un gesto fuera de lo común que muestra muy bien que el centro ya ha dejado de ser Roma para desplazarse a todas esas periferias olvidadas por los papas precedentes.
–En términos de acción concreta, esa diplomacia de Francisco conoció un éxito enorme con la mediación que condujo al restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos. Su libro revela informaciones sorprendentes sobre el papel del Papa y sus emisarios en la caída del Muro del Caribe.
–El primer paso real en esta dirección se dio durante la entrevista que Barack Obama y el papa Francisco mantuvieron en el Vaticano el 27 de marzo de 2014. Ya había habido antes una serie de diálogos entre La Habana y Washington en Canadá, pero sin éxito. Fuentes muy cercanas a la negociación, por ejemplo el arzobispo de La Habana, el cardenal Jaime Ortega, que es un actor central del acuerdo, revelaron lo que el Papa le dijo a Obama a solas. Francisco se dirigió al presidente norteamericano diciéndole que no era el papa quien le hablaba, sino el latinoamericano, y que, como latinoamericano, era preciso terminar con el embargo y la ruptura de las relaciones con Cuba, que todo eso debilitaba la política norteamericana, que se aislaban a si mismos en vez de aislar a Cuba, que esa política no daba frutos. Obama se mostró de acuerdo y se empezó a elaborar parte de un plan que se puso en marcha en ese entonces y donde la Iglesia era la tercera parte que daba confianza a los cubanos. En abril de 2014, Francisco convocó a Roma al cardenal Jaime Ortega y le entregó dos cartas, una para Raúl Castro, la otra para el presidente norteamericano. Ortega fue la mano derecha del Papa en este acercamiento. El cardenal le entregó a Raúl Castro la carta del Papa. Cuando la leyó, Castro le dijo al cardenal: “Dile a Obama que estoy de acuerdo”. La carta contenía los puntos del plan acordado en marzo entre el Papa y Obama. Entre esos puntos estaba la liberación de los cinco agentes cubanos condenados en Estados Unidos y la liberación de Alan Gross, el miembro de la Usaid detenido en Cuba. Después del acuerdo oral transmitido por Raúl Castro quedaba entonces por entregar la carta a Barack Obama –en persona, por supuesto–. Para ello, Jaime Ortega contó con la ayuda de dos cardenales norteamericanos, el arzobispo de Boston, el cardenal O’Malley, y el arzobispo emérito de Washington, el cardenal McCarrick. Gracias a un plan totalmente secreto, el arzobispo de La Habana pudo entregarle la carta a Obama. Los dos arzobispos norteamericanos organizaron una supuesta conferencia que tuvo lugar en la Universidad de Georgetown, un lugar muy cercano al poder político norteamericano. Georgetown es además una universidad jesuita. Y Fidel y Raúl Castro fueron formados por los jesuitas. Como lo señaló el ex embajador argentino ante el Vaticano, Eduardo Valdés, esa fibra jesuita desempeñó un papel en toda esta mediación. En suma, el 18 de agosto de 2014, el arzobispo de La Habana fue a la Universidad de Georgetown para dar una conferencia que no figura en ningún lado. Allí interviene una puesta en escena digna de Hollywood: Ortega fue llevado en una limusina con vidrios ahumados y en el más absoluto secreto a la Casa Blanca para encontrarse con Barack Obama y entregarle la carta del Papa en presencia de todo el staff que participó en las nueve reuniones de la negociación. Gracias al papa Francisco, gracias a su acción y a su respaldo, gracias a la confianza que los dos actores depositaron en él, el 17 de diciembre de 2014 Barack Obama y Raúl Castro anunciaron al mundo que no había más obstáculos para la reanudación de las relaciones diplomáticas, y ello a pesar de que el embargo aún no puede ser levantado. Ambos tuvieron confianza en un papa latinoamericano que no podía traicionar su palabra.
–Todo no es rosa sin embargo en esta diplomacia de Dios. Hay límites severos y contradicciones, empezando por el conflicto o los conflictos en Medio Oriente. ¿Qué pudo y qué no pudo hacer el papa Francisco en Medio Oriente?
–Lo que hizo, y es una evidencia, fue el reconocimiento del Estado palestino mediante un acuerdo que emergió en junio pasado. Se trata de un gran respaldo al Estado palestino y a su posición con vistas a la paz israelo Palestina, paz en la cual el Vaticano es una de las partes con una posición siempre pro palestina y no pro israelí. Su posición consistió siempre en respaldar una solución política a través del diálogo entre los dos Estados, pero pidiéndole a Israel que haga un esfuerzo de comprensión. En esta diplomacia también se plantea el cálculo de la religión, o sea, el de la cantidad de cristianos que viven en Tierra Santa. La diplomacia vaticana tiene esto en su ADN. El Vaticano juzga muy severamente a Israel por su política, la cual contribuye a impedir el funcionamiento de las instituciones cristianas, una suerte de apartheid, según afirman algunas fuertes, que tiene como consecuencia la aceleración del éxodo de esas comunidades. Para la Santa Sede, sería un drama que no hayan más cristianos en los lugares santos de las tierras de Jesús.
–Aquí, sin embargo, Francisco también marcó profundas diferencias.
–Sí, la acción de Francisco es nueva, inédita. Está por ejemplo ese sueño romántico que es la diplomacia de la plegaria, esa suerte de utopía con la que quiere dar el ejemplo y demostrar que se puede pacificar a las religiones. Francisco quiere probar que el poder religioso, al contrario de lo que pretenden los islamistas fanáticos del Estado Islámico, es un ejercicio muy potente desconectado de la noción de poder político. En esto radica todo el sentido de su diplomacia de la plegaria, del rezo. En ella se basa la invitación a rezar en los jardines del Vaticano cursada al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, y al israelí Shimon Peres. Ambos participaron en junio de 2014, en el Vaticano, en la plegaria de la paz. Muchos la habrán considerado inútil porque una semana después comenzaban las espantosas intervenciones militares en Gaza. Sin embargo, tuvo lugar y esa plegaria con el papa, Abbas y Peres nunca se había producido antes. Ese gesto crea un ejemplo espiritual.
–En un terreno más concreto, ¿qué lectura hace Francisco de la problemática de Medio Oriente?
–El Papa se apoya sobre una lectura de todos los conflictos de Medio Oriente, sea el israelí-palestino, u hoy en Siria, para decretar que, por ejemplo en Siria, no se debe intervenir, precipitar una guerra, ni dejar al país en manos de la comunidad internacional. Francisco reafirmó esta posición por medio de iniciativas originales. En septiembre 2013 organizó una jornada de plegarias para la paz en Siria y con ello contribuyó a evitar la intervención militar que Estados Unidos y Francia estaban a punto de lanzar. La amplitud de esa plegaria, el peso de Francisco en el escenario internacional, la oposición de las opiniones públicas, llevaron a Estados Unidos y a los países europeos a retroceder.
–Sin embargo, el Vaticano habló de “guerra justa” cuando se trató del conflicto iraquí.
–Sí, pero aquí se trató del Estado Islámico, que es una amenaza aterradora y tanto más nueva cuanto que no se trata de un Estado. El Vaticano puede modificar su línea de fondo porque el Estado Islámico no es un Estado reconocido por la comunidad internacional. El Vaticano dio un giro en el momento en que el éxodo de los cristianos se intensificaba. Después de la caída de Mosul, en una sola noche, durante el verano de 2014, hubo un éxodo de 130.000 cristianos, según reveló el patriarca caldeo de Babilonia. Pero, en efecto, fue un cambio rotundo de la línea pacífica y de no intervención que guiaba la diplomacia vaticana en Medio Oriente. La lectura vaticana va más allá de la línea táctica sobre la presencia de los cristianos en Medio Oriente. Para la Santa Sede, esas comunidades cristianas son un puente con las comunidades musulmanas. Si los cristianos, los caldeos, huyen de Irak la guerra será aún peor y las comunidades se volverán aún más rehenes de sus agresores. Hay que agregar además que Francisco está animado por un auténtico ecumenismo, por una visión real del dialogo interreligioso en Medio Oriente. En el Vaticano se habla de “tridiálogo” entre el islam, el judaísmo y el cristianismo. Francisco tiene una visión ecuménica e inter religiosa sincera.
–Un punto menos elogioso de la diplomacia del Vaticano es Rusia. En este terreno, Francisco pareció sacrificar sus principios.
–Es paradójico porque se tiene la impresión de que Rusia o Ucrania son el terreno donde la personalidad de Francisco se pone detrás de las líneas de la diplomacia vaticana. El sueño de reconquistar esa tercera Roma que es Moscú no cesó nunca. Pero a diferencia de toda la diplomacia ofensiva de Francisco en el resto del mundo, con Rusia se aplica la realpolitik. Se ha sacrificado a la iglesia greco católica de Ucrania, que es la más cercana al Papa porque es una Iglesia muy particular que se encuentra a mitad de camino ente los ortodoxos y el catolicismo y, desde el siglo XVI, obedece a Roma. Esa Iglesia grecocatólica es proeuropea, defendió la reivindicación de Ucrania de adhesión a la UE y apoyó la revolución del Maïdan. El papa Francisco pareció sacrificar los intereses de esa Iglesia en el altar de la realpolitik frente a Rusia. El Papa le pidió a su clérigo que no se metiera en política o en la guerra cuando en realidad ya había sido arrastrado a ella. Francisco quiere ir a Moscú y, también, reparar los errores diplomáticos y religiosos del pontificado de Juan Pablo II, cuya política, o sea, su nueva evangelización de Rusia después del hundimiento de la Unión Soviética, despertó la hostilidad de los ortodoxos. Francisco no condenó por ejemplo la anexión de Crimea ni se pronunció con fuerza sobre la agresión rusa en el Este de Ucrania. Francisco deploró la guerra entre cristianos en el seno de Europa, pero nada más. La guerra en Ucrania complica las relaciones internas del mundo ortodoxo y pone al papa Francisco en una posición muy desagradable.
–Estamos tal vez en el umbral de un hecho fuera de lo común: un encuentro cumbre e inédito entre el papa Francisco y el patriarca ortodoxo de Moscú, Cyril, durante el viaje de Francisco a México. Se da casi por hecho, sin que se sepa si tendrá lugar en México o en Cuba, a donde estará Cyril.
–Puedo equivocarme, pero estoy convencida de que este acontecimiento tendrá lugar. No es un azar si sus respectivas agendas se organizaron para que ambos estén presentes en la región al mismo tiempo. Fue un vaticanista muy serio, Sandro Magister, quien adelantó la información. Los ortodoxos rusos desmintieron la información, pero no el Vaticano. Y la Comunidad de San’t Egidio, que es un brazo no oficial de la diplomacia vaticana, sigue estando muy activa en Rusia. La idea de un encuentro en terreno neutro, ni en Roma ni en Moscú, es muy oportuna. Ningún papa se encontró jamás con un patriarca. Si la cumbre se lleva a cabo, esto prefiguraría la posibilidad, para Francisco, de ir próximamente a Moscú. Es un hecho considerable. Los tres ganarían: la Iglesia ortodoxa, el Vaticano, que podría contar con un éxito grandioso para su diplomacia, y sería también muy beneficioso para Vladimir Putin, quien dejaría de aparecer como un agresor para ser un socio normalizado. El Vaticano necesita de él en Siria y en China. Las alianzas de Moscú son muy útiles para la Santa Sede.
–Si se pudieran sintetizar los secretos de la diplomacia vaticana de Francisco, ¿diría que sintetizó el mundo de hoy o se adelantó a él?
–Francisco tiene una fibra política innata, dice exactamente lo que el mundo quiere y necesita oír, por ejemplo contra las injusticias apabullantes del capitalismo. Francisco se impuso desde su primera frase, cuando pronunció la palabra “pueblo” en la Plaza San Pedro y se izó como un papa que representa al pueblo y que habla por el pueblo. Es la voz del pueblo en el mundo. Su aura sobrepasa los 1200 millones de fieles de que cuenta su Iglesia. Francisco logró presentarse como un líder mundial que va más allá de todo lo que, antes de él, representaba un papa. Francisco tuvo la inteligencia política de imponerse allí donde ninguna otra palabra política en el mundo se había impuesto.
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