EL MUNDO › OPINION

En territorio sin mapas

 Por Claudio Uriarte

Es una encerrona. Y, también, una ilustración de la famosa “paradoja de la democracia”: qué hacer cuando un grupo totalitario, violento e intolerante gana el poder por elecciones perfectamente limpias, tolerantes y democráticas. Es cierto que Hamas, que predica y promueve activamente la destrucción de Israel, no ganó esas elecciones por mayoría del voto popular, y que fue la fragmentación de las candidaturas de Al Fatah, que en algunos distritos llegó a postular cinco candidatos diferentes, lo que logró el triunfo de un fundamentalismo fuertemente unido, pero no importa: ésas eran las reglas del juego, y si Al Fatah decidió jugarlo catastróficamente, como lo hizo, lo que está hecho no puede deshacerse; tanto valdría cuestionar la legitimidad de la primera elección de George W. Bush, que tampoco contó con la mayoría del voto popular, o la de Adolf Hitler, que ganó en 1933 con poco más del 30 por ciento de los votos. Pero estos dos últimos paralelos son ilustrativos alarmantes de lo que puede llegar a pasar, porque, en ambos casos, dos líderes que ganaron raspando se movieron rápidamente para consolidar su poder e imponer sus agendas más extremas. Era el único momento que tenían para hacerlo. En este sentido, no vale la pena ilusionarse con pensar que Hamas simplemente fue votada por los palestinos en protesta por la corrupción, o por las deficiencias en el alcantarillado de Cisjordania y Gaza: Hamas, en el poder, habla de la destrucción de Israel, y cuando Hamas habla –como cuando Irán o Al Qaida hablan– lo hace en serio.

El gabinete israelí tiene por delante este domingo una decisión dificilísima: apretar mucho, poquito, o nada. Desde luego, Hamas carece de la capacidad de destruir a Israel –el 80 por ciento de los misiles artesanales Qassam-2 que le dispara cae en territorios palestinos–, pero estamos hablando de una organización con objetivos existenciales similares a los de Irán, Al Qaida y Siria –esto es, la destrucción del Estado judío–, y, en este sentido, las elecciones han tenido el efecto indeseado de depositar a Irán a las puertas de este último. Esto puede sonar exagerado, pero no lo es. Israel, Estados Unidos y la Unión Europea, por ejemplo, han amenazado con cesar, cortar o limitar los ingresos económicos de la Autoridad Palestina si Hamas no reconoce a Israel, deja la violencia y se sienta a negociar; lejos de ello, Hamas ha dicho que pedirá ayuda a Irán, y el Irán de Mahmud Ahmadinejah, que está buscando a contrarreloj construir una bomba nuclear, que ha proclamado su intención de “borrar a Israel del mapa” y que está nadando en la abundancia de divisas generada por los altos precios del petróleo, se ha apresurado a extender su mano. De esta manera, el conflicto bilateral israelo-palestino se vuelve regional, y las presiones militares-estratégicas para que Estados Unidos, o Israel, o ambos, tomen acción preventiva en la forma de bombardeos aéreos contra las instalaciones nucleares iraníes –y esta semana llegó a hablarse de lo que serían las muy significativas adhesiones de Francia e India a la partida– se vuelven prácticamente imparables.

Dentro de este lío, la preocupación israelí de la Franja de Gaza, y/o de las cuatro colonias evacuadas de Cisjordania, parece, de momento, fuera de juego (aunque, en el territorio sin mapas en que nos encontramos, no conviene descartar nada). Esas evacuaciones formaban parte de un plan diseñado por el ahora primer ministro actuante Ehud Olmert para abandonar las posiciones más expuestas y concentrar la mayor densidad de población judía dentro de fronteras defendibles (y defendidas por el muro de seguridad); su lógica no ha variado con el triunfo de Hamas, ya que éste no cambiará el hecho de que la tasa de nacimientos palestinos es explosivamente superior a la israelí. Pero lo que puede cambiar es el juego político, en que Israel afronta decisivas elecciones el 28 de marzo. Previamente a la caída en estado de coma de Ariel Sharon, y luego a la victoria de Hamas, la victoria de Kadima (Adelante), el nuevo partido centrista formado por Sharon y por Olmert, parecía segura, y de hecho Kadima sigue adelante por amplio margen en las encuestas; pero, ocurra un atentado terrorista u otro infeliz desarrollo inesperado, y los votantes pueden sentirse más inclinados a prestar oídos a la prédica del ultranacionalista Benjamin Netanyahu, que desde lo que quedó del partido Likud denuncia las retiradas de Cisjordania y Gaza como actos de debilidad y promete una mano durísima contra los palestinos. De hecho, ya en Israel se está hablando de considerar a la AP una “entidad terrorista”, pero en la oficina de Olmert dijeron el viernes que no se había tomado ninguna decisión, lo que puede ser signo de divisiones en el gabinete. Este domingo, el próximo capítulo.

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Mahmud Abbas, presidente palestino y de Al Fatah.
Imagen: AFP
 
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