Viernes, 9 de marzo de 2007 | Hoy
En su peor momento político, el primer ministro israelí compareció ante la comisión investigadora y asumió la responsabilidad de haber planeado la guerra del Líbano cuatro meses antes de que estallara.
Por Juan Miguel Muñoz *
Desde Jerusalén
Aún no hace un año que Ehud Olmert venció en las elecciones israelíes y su partido, Kadima, ya hace agua, con el primer ministro al borde del hundimiento. La corrupción rampante y los inminentes informes sobre la gestión de la guerra contra Hezbolá y el abandono que padecieron el millón de civiles que viven cerca de la frontera con Líbano pasan facturas. Las encuestas son demoledoras: sólo el 3 por ciento de los consultados lo votaría hoy. Olmert, en todo caso, se la ha jugado a una carta, asumiendo toda la responsabilidad por el manejo de la contienda.
Ehud Olmert ha cambiado su aspecto físico –ya no se tapa la calva–, pero su imagen política ha caído hasta cotas desconocidas en la reciente vida política israelí. Las investigaciones por corrupción que pesan sobre él y varios de sus ministros acrecientan día a día su descrédito. Es una tendencia que viene de lejos. Tal vez por ello decidiera arriesgar el todo por el todo en su declaración, el 1º de febrero, ante la Comisión Winograd, que investiga el desempeño de las Fuerzas Armadas y de las instituciones durante la guerra contra Hezbolá el verano pasado.
Olmert rechazó ante la comisión presidida por el juez Eliyahu Winograd que su gobierno se guiara por la improvisación. El jefe del Ejecutivo aseguró que, cuatro meses antes de la contienda, decidió responder con una amplia operación militar a la captura de soldados israelíes, ya que en noviembre de 2005 la guerrilla chiíta había intentado secuestrar a uniformados hebreos. También afirmó que dio órdenes al Estado Mayor para que diseñara planes de represalia y señaló que su predecesor, el carismático Ariel Sharon, habría procedido de igual manera. Convencido de que la comisión lo liberará de culpas –y habiendo dimitido ya el jefe del Estado Mayor, Dan Halutz–, Olmert confía en que asumiendo la responsabilidad puede salvar el pellejo.
A finales de este mes se harán públicos los informes de la comisión. Pero son muchos y graves los problemas añadidos que afronta su partido. El experimento de Kadima –partido fundado por Sharon en noviembre de 2005, tras abandonar el Likud– se tambalea, al tiempo que la oposición ya ha afilado los cuchillos.
El ex jefe de gobierno Benjamin Netanyahu, líder ahora del Likud, aseguró el miércoles que varios parlamentarios de Kadima están negociando para regresar a su antiguo hogar político. Y por primera vez ha comenzado a sugerir la opción de formar una nueva coalición de gobierno. Sería la alternativa a unas elecciones anticipadas que todavía tropiezan con escollos, porque la mayoría de los diputados se resiste a abandonar sus escaños.
Sin ir más lejos, ayer se supo que la ministra de Exteriores, Tzipi Livni, mantuvo un enconado cruce de palabras con su hermano, también miembro de Kadima, tras anunciar que se cambiaba de filas. “He perdido la confianza en el liderazgo de Olmert. Netanyahu, a pesar de las calumnias, está preparado para asumir la responsabilidad. Habla con los hechos. Espero que Tzipi vuelva también al Likud”, dijo Eli Livni.
Tzipi es la prueba de que el personalismo es la nota dominante del sistema político. Poco importan los partidos. Si Olmert apenas roza el 3 por ciento de simpatías, su ministra de Exteriores es la preferida del público, con el 22 por ciento en los sondeos, por encima de los demás dirigentes. Y conviene recordar que Livni no esconde su apetito por convertirse en primera ministra de Israel.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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