Viernes, 9 de marzo de 2007 | Hoy
EL PAíS › EL GOBIERNO ANALIZA LA COMPRA DE SHELL CON VENEZUELA
Desde el riñón de Chávez prometían anoche que la visita presidencial tendrá una sorpresa extra. La idea del gobierno argentino de comprar en sociedad la petrolera Shell sonaba como una posibilidad concreta.
Por Martín Piqué
La frase del diplomático pasó inadvertida. O casi. El ministro consejero de la Embajada de Venezuela, Fabián David Arráez, dijo el miércoles que durante la visita de Hugo Chávez al país “podría haber una sorpresa”. La agenda del venezolano incluye una reunión con Néstor Kirchner en Olivos, una visita a la ESMA, otra a una planta de SanCor y el publicitado acto en Ferro. En el encuentro con el Presidente, Chávez firmará más acuerdos para avanzar en la asociación de las estatales Pdvsa y Enarsa. Lo que se sabe es que los convenios en materia de hidrocarburos tienen que ver con la compañía Rutilex Hidrocarburos SA, Rhasa. En febrero, la sociedad Pdvsa-Enarsa alquiló los activos de Rhasa por un año, aunque con opción a compra en enero de 2008. La novedad se anunció desde Puerto Ordaz, con Chávez y Kirchner inaugurando un pozo conjunto en la Faja del Orinoco. Sin embargo, en aquel viaje a Venezuela se barajaron otras alternativas, nuevas inversiones conjuntas. Con extrema discreción, argentinos y venezolanos hablaron de la posibilidad de comprar la red de refinación y comercialización de Shell en la Argentina. Un viejo sueño de Kirchner ¿Será la sorpresa con la que empezaba esta nota?
El proyecto de adquirir los activos argentinos de la petrolera angloholandesa no es nuevo. Fue un secreto a voces desde mayo de 2004 y en agosto de ese año el propio Chávez llegó a admitir que su país “estaba interesado” en la compra de Shell. La idea entusiasmaba al Gobierno, que la imaginaba como una forma de darle sentido a la recién creada Enarsa (no tenía pozos para extraer ni surtidores para vender). Sin embargo, aunque la operación era tomada como un hecho consumado por los diarios, nunca llegó a concretarse. Curiosamente, Shell decidió permanecer en el mercado argentino, al mismo tiempo que se retiraba de América latina: a fines de 2005 vendió sus activos en Paraguay, Uruguay, Ecuador, Colombia. Incluso habían circulado versiones sobre la intención de los mandos globales de Shell de retirarse de la región para concentrarse en Africa y Asia.
La negativa de la petrolera a vender sus activos despertó obvias lecturas políticas. En Caracas y Buenos Aires la decisión fue tomada como una señal de disgusto dirigida a la Casa Rosada. Lo que siguió después pareció confirmar esas interpretaciones. En marzo de 2005, Shell aumentó sus combustibles y Kirchner convocó a un boicot en su contra. Más tarde, en momentos en que el Gobierno intentaba evitar una escalada inflacionaria, la angloholandesa sacó a la venta un gasoil mucho más caro que el resto. El producto terminó fuera del mercado por presiones oficiales. El contrapunto continuó con una multa de 23 millones por desabastecimiento de gasoil. Pese a que hubo sospechas de que no fue la única que dejó de suministrar en forma regular, Shell fue la única petrolera que recibió ese apercibimiento.
Los antecedentes lo prueban: la relación entre la administración de Kirchner y Shell es por lo menos conflictiva. En los planes de la Rosada, hubiera sido ideal que sus activos pasaran a manos del tándem PDVSA-Enarsa. Y el momento ideal se presentó hace tres años. La multinacional atravesaba una crisis de credibilidad en los mercados. Se había demostrado que había declarado tener 20 por ciento más reservas de crudo de lo que en realidad tenía. Como acto reflejo, Shell comenzó a vender la mayoría de sus activos en América latina: una oportunidad que supo aprovechar la brasileña Petrobras para expandirse por la región. A pesar de la ola, en ese momento el Gobierno no pudo conseguir su objetivo de convertir a Enarsa en algo más que una sigla. La frustración no terminó de desanimar a los ocupantes de la Rosada. Habría que esperar una segunda vuelta.
De Puerto Ordaz a Teherán
Aunque los diarios dejaron de hablar del tema, el Gobierno sigue soñando con la alternativa de comprar la petrolera en tándem con Venezuela. El primer indicio de que el plan Shell no estaba archivado se pudo comprobar a mediados de febrero. En Planificación estaban preparando el viaje de Kirchner a Venezuela y una delegación de funcionarios debía alistar el terreno para la visita. El presidente de Enarsa, Exequiel Espinoza, recibió entonces una orden que debía transmitir a su contraparte venezolana. Le pidieron que volviera a lanzar sobre la mesa de negociación la oferta de comprar los activos de Shell en la Argentina. En Caracas entendieron que sería un anuncio de alto impacto en un año electoral.
El contexto económico parece ser favorable. Sobre todo por la millonaria inversión que Repsol y Shell acordaron con Irán a principios de febrero. A pesar del boicot contra el país islámico lanzado por los Estados Unidos, las dos multinacionales invertirán unos 10 mil millones de dólares para explotar un campo de gas y suministrar gas natural licuado a Europa, India, China, Corea, Japón y Taiwan. Para concretar la inversión, la angloholandesa y la española se asociarán con la estatal iraní NIOC (National Iranian Oil Company). El anuncio conmovió al mundo empresario porque implica un negocio fenomenal con uno de los miembros del supuesto Eje del Mal inventado por George Bush. Y también sorprendió en la Rosada.
Pocos días después de que se anunciara ese convenio, el ex piquetero Luis D’Elía llegó a Teherán acompañado por el cura Luis Farinello y el dirigente Mario Cafiero. En la capital iraní se encontraron con el diputado venezolano Adel El Zabayar Samara, descendiente de árabes, chavista del MVR y miembro de la comisión de Energía y Minas de su país. El bolivariano comentó con la delegación argentina las novedades en materia de hidrocarburos. Se habló de la inversión de Shell y Repsol con Irán y también de la compra conjunta de los activos de la filial argentina de la compañía angloholandesa. La lectura que circula en Caracas y Buenos Aires se puede resumir en una frase: la hipótesis de que Shell privilegie sus futuros ingresos en materia de gas y, como contrapartida, venda sus refinerías y gasolineras argentinas.
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