Rusia comenzó el contraataque. El Kremlin anunció ayer que suspendía toda la cooperación en materia de seguridad con el Reino Unido. La medida busca ser una respuesta a la expulsión de cuatro diplomáticos rusos que ordenó a principios de esta semana el primer ministro británico, Gordon Brown. Moscú no descartaba ayer nuevas represalias, aumentando así la tensión que existe entre los dos gobiernos desde que el presidente Vladimir Putin se negó a extraditar al principal sospechoso de haber asesinado en Londres al ex espía de la KGB Alexandr Litvinenko. El espía envenenado era uno de los principales enemigos públicos del Kremlin.

El viceministro de Exteriores, Alexandr Grushko, explicó ayer que la cooperación bilateral se había vuelto muy difícil después de la expulsión de los diplomáticos rusos. “La situación actual dificulta o incluso imposibilita la colaboración de los órganos de orden público en aquellos ámbitos que afectan los intereses de seguridad de los ciudadanos”, señaló. Según el diario londinense The Daily Mail, que a su vez citó fuentes de inteligencia británica, los diplomáticos en cuestión serían agentes de alto rango de los servicios de inteligencia del Kremlin. Mientras los analistas británicos no dudaron en calificar como contundente la decisión de Brown, no estaban tan seguros de la tan prometida represalia rusa. La mayor parte de la cooperación en temas de seguridad entre las dos naciones se canaliza a través de la OTAN o de acuerdos multilaterales que comprometen a otros países europeos.

Desde Rusia, incluso, los analistas descartaban que el distanciamiento entre los dos gobiernos pudiera alcanzar a las relaciones económicas bilaterales. Durante el gobierno de Tony Blair, Londres y Moscú sellaron numerosos acuerdos de inversión y de promoción en el ámbito energético, y en la actualidad el Reino Unido es uno de los principales inversores extranjeros en la antigua nación soviética. “Limitaciones con efectos en el clima de inversión no tienen sentido”, tranquilizó el ministro de Medio Ambiente ruso, Yuri Trutnev.

Aunque el Kremlin no ha querido revelar sus próximos pasos, el viceministro Grushko garantizó ayer que se tendrán en cuenta los intereses de los ciudadanos comunes, tales como los turistas, los estudiantes que realizan intercambios y los empresarios. Ni las declaraciones más pensadas y medidas del Kremlin ni su relativamente tenue represalia hizo que Londres bajara el tono del enfrentamiento. “Ninguna represalia de parte de Rusia está justificada”, fue la primera reacción que tuvo el Ministerio de Relaciones Exteriores británico.

El premier laborista se niega a aceptar las explicaciones del Kremlin, que sostiene que su Constitución nacional le prohíbe extraditar a ciudadanos rusos. Londres le había pedido hace semanas al gobierno ruso que entregara al ex agente de la KGB Andrei Lugovoi. El espía es el principal sospechoso del asesinato de su ex compañero, quien desde hacía años se había exiliado en Londres escapando, según él, de las amenazas del gobierno de Putin –otro ex miembro de la KGB–. Las investigaciones de Scotland Yard llegaron a la conclusión de que Lugovoi es la única persona que podría haber infectado a su ex compañero de intrigas con Polonio 210, una sustancia radiactiva.

El caso de Litvinenko ganó fama inmediata en todo el mundo. Como salido de una novela de espías de la Guerra Fría, el asesinato del declarado enemigo del Kremlin puso bajo la lupa el creciente número de ex espías de la KGB que actualmente controlan puestos claves en el aparato estatal moscovita. Pero lo que a Londres le molesta más es que dejó en evidencia la capacidad de actuar que todavía mantienen los servicios de inteligencia rusos fuera de sus fronteras y, especialmente, dentro de Europa. La investigación de Scotland Yard se llegó a expandir hasta países como Italia y Alemania.