Viernes, 1 de junio de 2007 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Washington Uranga
En los pasillos de la Conferencia de Aparecida, uno de los invitados sintetizaba su opinión sobre el cierre del encuentro episcopal diciendo que la importancia de las declaraciones “no está en lo que se dice, sino en quiénes lo dicen”. Con estas palabras lo que se quiere significar es que tanto el “mensaje a los pueblos” como el documento final de la Conferencia no aportan grandes novedades respecto de la posición dogmática y pastoral de la Iglesia Católica en la región. Sin embargo, los grupos más progresistas del catolicismo –muchos de los cuales veían con pesimismo los resultados de la asamblea episcopal– consideran a primera vista positivo que el compromiso de la Iglesia Católica a favor de pobres y excluidos haya quedado ratificado y reafirmado. “No es otra cosa que ser fieles al Evangelio”, agregan otras voces que prefieren ubicar todo en un nivel de mucha prudencia. Esto también porque habrá que ver y analizar en detalle todos los textos, en particular el documento de conclusiones que, aunque fue aprobado por la asamblea, será sometido a una revisión por parte del Vaticano. En las dos conferencias anteriores (Puebla, México en 1979, y Santo Domingo, República Dominicana en 1992) el Vaticano fue mucho más allá de la corrección “de estilo” prometida, para sacar o introducir párrafos y conceptos enteros. Cuando se conozca la versión oficial se podrá comparar con lo inicialmente aprobado. El desarrollo de las comunicaciones también da la oportunidad de analizar los cambios, las idas y las venidas del texto, del que extraoficialmente se conocieron versiones parciales y borradores, algo que no pasó en ocasiones anteriores. Además de la ratificación de la opción por los pobres, el primer análisis también lleva a la confirmación de las posiciones tradicionales de la jerarquía católica en contra del aborto, en defensa de la familia y también de dura crítica a la corrupción y al enriquecimiento ilícito. El documento enviado a Roma para su corrección incluye algunas novedades en el lenguaje eclesiástico: advierte sobre el peligro de la “ideología de género” y del “neo populismo”. El llamado a la “gran misión continental” es, de alguna manera, el más claro reconocimiento de la Iglesia Católica a su pérdida de influencia en la región que, a pesar de todo, sigue siendo “la más católica del mundo”. Queda por ver cómo se instrumentará esta “misión” y cómo se traducirá la misma en materia de nuevas estrategias de acción de los católicos.
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