¿Usted es menemista?

–No, Menem es el primer neustadista –dijo en los albores de los ’90, cuando despuntaba la aplicación de un modelo por el que venía bregando desde hacía años. Siempre recordé esa respuesta. Si hay algo en lo que era un “maestro” era en la capacidad para crear eslóganes. En una frase sintetizaba todo. Sus consignas eran dardos que se clavaban en el corazón y el cerebro de “Doña Rosa”. Dardos que envenenaron durante generaciones el pensamiento de millones.

Era cierto. Se podía decir que el entonces presidente se había convertido en el primer neustadista: el Estado elefantiásico, deficiente, corrupto frente al sector privado transparente, eficiente, innovador y, sobre todo, libre de políticos. El comunicador había logrado su objetivo de la mano de un peronista. Una de las paradojas de la Argentina.

Bernardo Neustadt, el hombre auspiciado por las “empresas a las que les interesa el país”, fue uno de los ideólogos más eficientes de ese Tiempo Nuevo. Las secuelas de ese tiempo eran explicadas como efectos no deseados –daños colaterales, podría decirse– por no haber aplicado a fondo el modelo. La sociedad dual se hizo realidad en un país que había hecho de la integración la marca distintiva de América latina.

Murió en el Día del Periodista, a los 83 años. Hace años que venía anunciando su retiro pero siempre estaba. Los medios eran su vida y, aunque ya decadente, seguía dominando como nadie esa habilidad para transformar en bandera de lucha lo peor del sentido común. Perteneció a una generación que convivió y fue representada por el Partido Militar. Por suerte, la derecha carece hoy de un comunicador tan eficiente.

Supo engendrar algunos delfines pero se le desviaron. Se transformaron en mercenarios del mejor postor. En eso el cambio lo había superado: su expertise como lobbysta del poder le había llevado décadas. Sus “chicos brillantes” superaron su fortuna en pocos años.

Mejor, lo dejamos ahí.