Martes, 2 de septiembre de 2008 | Hoy
A los 74 años, lejos de la política, el ex decano de Medicina dirige una facultad en una universidad privada. Critica la actualidad de la UBA y dice que le debe su fama a Shuberoff. Justifica su relación con Menem y reivindica su gestión en la Oficina de Etica.
Por Javier Lorca
Es muy posible que la saga de las polémicas vernáculas no le reserve un párrafo en sus capítulos más lucidos, pero sería injusto que omitiese siquiera una nota marginal dedicada a Luis Nicolás Ferreira, protagonista de estridentes controversias en los ’90. En su foja de servicios se destacan dos logros, siempre aliados a descomedidas declaraciones. Uno fue haber conseguido eludir, como director de la Oficina de Etica Pública del menemismo, toda investigación sobre corrupción en casos como el de IBM-Banco Nación, la venta ilegal de armas a Croacia y Ecuador, las jubilaciones de privilegio o los sobresueldos dentro del Poder Ejecutivo. Pero ni esos ingentes esfuerzos consiguieron destronar su gran logro, el que le valió la fama: haber instaurado, como decano de la Facultad de Medicina (UBA) y contra la voluntad del entonces rector Oscar Shuberoff, un régimen de ingreso selectivo para los estudiantes, el famoso CPI, hace tiempo fenecido. “Todavía a veces me paran por la calle para saludarme. Y eso en cierto modo se lo debo a Shuberoff. Si no me hubiera peleado tanto con él, la gente no me hubiera conocido tanto”, admite ahora, a los 74 años.
Nunca fue un destacado cultor del arte de la cautela, pero hoy, abuelo de cinco nietos, luce menos inmoderado. Aunque no reniega de ellas, tampoco repite frases como aquellas que solía pronunciar: “La homosexualidad es una enfermedad, hay que ayudarlos y tratarlos”; “A un chico que está por poner los dedos en el enchufe se le puede hablar, pero si le toma los dedos y se los aprieta un poquito o si le pega... va a entender mejor”. O aquella otra en que hizo valer su experiencia de flebólogo, ante una visita al país de Lady Di: “Es espectacular, me sorprendió que no usara medias, claro que no tiene várices”.
Alejado de la función pública que cultivó hasta hace una década, Ferreira se refugia desde entonces en la actividad académica. Después de jubilarse en la UBA, donde enseñó anatomía, se mudó de la universidad pública a la privada. Ejerce como decano de la Facultad de Ciencias de la Salud, en la UCES, donde se ufana de haber construido “un gran prestigio”. “Me traje a los mejores profesores de la UBA”, confiesa su secreto.
Cuando no está en su despacho del 6º piso de Paraguay 1239, ni jugando al tenis en el Darling Club –como desde hace treinta años–, se dedica a las exigencias de la Federación Panamericana de Facultades y Escuelas de Medicina, que él mismo preside: hoy martes, casualmente, debe de estar cruzando el río Moldava sobre el Puente Carlos, en Praga, en los intervalos de un congreso de la Asociación Europea de Educación Médica.
“Sigo trabajando en lo mismo, en la educación de los médicos, pero ahora sin problemas políticos. Acá se trabaja tranquilo de la mañana a la noche. Nadie se mete en la vida académica”, dice. Ya sin contacto con la esfera que solía frecuentar bajo el gobierno de Carlos Menem, Ferreira se permite recuperar el discurso antipolítico que sostuvo en sus años dorados en la UBA, cuando denostaba al ciclo de ingreso –el CBC– como “un semillero político” y a los militantes de Franja Morada como “unos pendejos que no dejan de molestar”.
Los aprendices del radicalismo solían retribuir sus atenciones comparándolo con el Pingüino, por su parecido con el villano de Batman. Si entonces refunfuñaba ante la comparación con el personaje encarnado por Danny DeVito, hoy seguramente despotricaría contra cualquier confusión kirchnerista. “No voy a defender ni culpar a ningún gobernante, porque no soy político. Pero un gobierno no puede estar mirando para atrás.” Sin embargo, inmediatamente pregunta: “Los que están ahora en el gobierno, ¿dónde estaban en los ’90? Yo estaba en la Casa Rosada y los veía..., le estaban chupando las medias a Menem”.
De su paso por la Oficina de Etica –dice– no extraña nada. Fue poco más de un año y medio, de abril del ’98 a diciembre del ’99, en el que apenas gestionó alguna denuncia menor por corrupción, pese a que oportunidades no le faltaron. Todavía él reivindica el desarrollo del código de ética para funcionarios. “No tuve ninguna presión política, de vez en cuando... Y me decían que era menemista, pero nunca fui peronista. Al contrario, en 1954 yo era ayudante de cátedra en la facultad y, como no me afilié, porque era radical, me dejaron en la calle”, se despacha. ¿Alguna autocrítica sobre su rol en el menemismo? Nada de eso. “Estuve con Menem porque cada vez que le pedí ayuda, me la dio.”
Ferreira fue –y de esa ayuda habla– la proa menemista en la universidad pública. Si hasta contó con un fallo de la Corte Suprema a favor del CPI, oxígeno para su lucha contra el mayor de los males, el Ciclo Básico Común –dicho sea de paso, Ferreira llegó a pedir la prohibición de un libro de Louis Althusser, que se usaba en el CBC, porque el autor había estrangulado a su esposa–. Con padrinazgo oficial, fue decano entre 1990 y 1998. “Fui el único decano de Medicina de la UBA reelegido en el cargo, en toda la historia de la facultad. Soy el único, nunca lo dije porque no me gusta mandarme la parte.”
¿Extraña algo de la UBA? “Se extrañan las sesiones del Consejo Superior, eran extraordinarias. Había mucha política, pero los debates eran lindos... En las votaciones siempre perdíamos, pero después, cuando quería un buen médico, Shuberoff venía a pedírmelo a mí.”
El nombre del ex rector radical reaparece una y otra vez en los recuerdos de Ferreira, como el resabio de una vieja obsesión tamizada por el paso del tiempo y por alguna forma de la hidalguía, la épica que esgrimían los viejos duelistas para hacer un culto del honor. “Jamás nos injuriamos. Si nos encontramos por la calle, nos saludamos afectuosamente”, dice, amistoso. Y elogia: “Era un habilísimo político. Si me preguntan, creo que Shuberoff le hizo mal a la UBA. Pero los que están hoy le están haciendo mucho peor”.
Luis Ferreira hubiera preferido que el actual rector fuera el decano de Derecho, Atilio Alterini, el candidato que parte de la comunidad académica rechazó en 2006 por su pasado como funcionario de la última dictadura. “Fue una lástima que lo voltearan, Alterini hubiera sido un extraordinario rector.” Aunque tiene buena prensa, la coherencia raramente es una virtud: en la restauración democrática, en una de sus primeras actividades públicas, Ferreira fue uno de los profesores que lideró la defensa de la estabilidad de los docentes designados por la dictadura; él mismo había alcanzado la titularidad de cátedra en 1982.
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