EL PAíS › HOMENAJE AL SEMANARIO NUEVA PRESENCIA POR SUS DENUNCIAS DURANTE LA DICTADURA

Más que presencia, resistencia

Hoy a las 17, en el sitio en el que funcionó la redacción, se realizará el acto sobre la publicación que dirigió Herman Schiller y en la que se hablaba de desaparecidos y derechos humanos. El homenaje fue votado por unanimidad en la Legislatura.

 Por Alejandra Dandan

“Fue muy gradual la radicalización del periódico; al principio hablábamos de derechos humanos en general y de Latinoamérica, pero paulatinamente empezamos a hablar de los desaparecidos. La realidad era clara, nuestro objetivo era llenar un vacío del que no se ocupaban los medios, sin ser suicidas íbamos informando de a poco.”

Herman Schiller dirigía Nueva Presencia. El semanario había nacido el 9 de julio de 1977, en plena dictadura argentina, y fue uno de los pocos medios gráficos que denunciaron públicamente al terrorismo de Estado y el primero que criticó a su vez a las instituciones tradicionales judías por los silencios y el papel de Israel en Medio Oriente. Llegó a vender 25 mil ejemplares por semana, salió durante una década y se sostuvo con avisos de pequeños comerciantes de la comunidad judía, muchos de los cuales, muertos de miedo, tiraban la publicación antes de volver a sus casas. Con el correr de los años, sus posturas le valieron dos atentados y la quiebra. Quienes estuvieron cerca le rendirán homenaje. Hoy a las 17, en Castelli 330/334, donde funcionó la redacción, hablarán Osvaldo Bayer, David Viñas, Nora Cortiñas (de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora), Laura Ginsberg (de Apemia), Oscar Kuperman (de la Coordinadora de Trabajadores Ocupados y Desocupados) y Andrés Cascioli (ex director de la revista Humor). Estarán también el propio Schiller y Miguel Talento, diputado de la ciudad y autor del homenaje aprobado por unanimidad en la Legislatura.

Los antecedentes de Nueva Presencia aparecen mucho antes de su creación. En 1919, cuenta Schiller, durante la Semana Trágica y en medio de la persecución y matanza de obreros, la policía entró en la redacción Di Presse, un diario en idioma yiddish fundado un año antes por una cooperativa por trabajadores gráficos judíos comprometidos con las peleas del movimiento obrero. En esa ocasión, secuestraron y torturaron a Pedro “Pinie” Wald, un periodista socialista a quien acusaron de presentarse como el presidente del “Soviet argentino”, el gran fantasma ruso, a dos años de la revolución. En 1977, Eva, la hija de Wald –que también estará en el acto del martes– y su esposo llamaron a Schiller: “Querían hacer un periódico yiddish en castellano recogiendo esa tradición. El camino era parecido pero distinto. No era la continuidad de la redacción sino de la participación judía en el campo popular, una línea que hoy parece de otro planeta, cuando los judíos tenían una enorme participación en los gremios de artesanos y obreros, en el origen del movimiento obrero”.

El contexto del 9 de julio de 1977 era diferente. Schiller era el único rentado de una publicación que estaba sostenida principalmente por los avisos pequeños. El trabajaba 20 horas al día, la redacción no insumía gastos y salía con notas de colaboradores, exiliados o militantes de los organismos de derechos humanos. Pero ésa fue una de sus grandes claves. Escribían Emilio Mignone, Nora Cortiñas y Hebe de Bonafini. También Julio Raffo, el ex rector de la universidad de Lomas que estaba en el exilio, y Graciela Geuna, una ex detenida política, exiliada en Suiza. Cierta vez, ella le mandó un esbozo de La Perla, el centro clandestino de detención más importante del interior del país, que estaba localizado en la provincia de Córdoba, y se publicó. En sus páginas apareció por primera vez, dice Schiller, el nombre de las Madres de Plaza de Mayo. En 1978, Schiller le hizo una entrevista al rabino Marshall Meyer, que más tarde fue la clave de una alianza para dar batalla no solo contra la dictadura argentina sino también en una pelea contra la dirigencia judía ortodoxa y el desempeño de Israel en Medio Oriente. En 1981, llegaron los atentados, con dos bombas en la imprenta de Pompeya.

–¿Fueron las únicas presiones? –pregunta Página/12.

–Al principio éramos muy cautos –dice Schiller–, pero en 1979, 1980 y 1981 era constante la relación con los organismos de derechos humanos, el Cels y Madres. Y publicábamos las cosas. Los kioscos nos aceptaban porque es cierto, estábamos mimetizados con la comunidad judía, no le daban pelota al contenido, tampoco se vendía en todas partes.

–¿Los amenazaron con cerrar?

–No tenía tanto miedo a la dictadura argentina sino de la presión terrible de la comunidad judía. Era absolutamente dura y estaba escandalizada de la publicación. Nos llamaban terroristas, infiltrados. Y uno sabía qué le podía pasar, sabía que podía terminarse en cualquier momento no tanto por la dictadura sino por la derecha judía. Y eso se potenció cuando empezamos a hablar de los temas de Medio Oriente, porque nos criticaban por una postura anti Israel, pero no era una postura anti Israel sino anti terrorismo de Estado.

Luego de diez años, Nueva Presencia quebró. Pasó de 25 mil ejemplares a 8 mil con el correr del tiempo. Muchos avisadores se retiraron, presionados, dice Schiller, por la dirigencia de la DAIA. El último que sacó el aviso fue Hebraica. El día que llamó su secretaria le respondieron que la DAIA les pedía que no publicaran más. Schiller está convencido de que igual Nueva Presencia pudo haber seguido, pero todo terminó con la hiperinflación. El lugar físico ahora es un negocio de ropa, cuyos dueños no quieren ni ceder espacio para colocar una placa. Schiller consiguió permiso, en cambio, en el edificio de al lado, donde aún viven viejos vecinos honrados por la decisión. Igualmente el ciclo parecía terminado. “Nació para un momento y luego terminó.”

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Herman Schiller fue el director de Nueva Presencia, que comenzó a salir en plena dictadura.
Imagen: Pablo Piovano
 
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