Domingo, 11 de enero de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por José Natanson
Aunque cierto sentido común se obstina en pensar que la Argentina es un país incoherente y que todo pasado siempre fue mejor, las cosas no necesariamente suceden de esa manera. Todo ciclo político genera su mesías o su anticristo y muchas veces hay una astucia de la razón que guía estos partos dolorosos.
El gran emergente de la crisis alfonsinista fue Carlos Menem (Antonio Cafiero, con sus corbatas socialdemócratas, era demasiado parecido a Alfonsín en demasiados aspectos). Años después, el principal emergente del gran acuerdo político de los ’90 –el acuerdo alfonsinismo-menenismo simbolizado en el Pacto de Olivos– fue el Frepaso, con los liderazgos de Chacho Alvarez y Graciela Fernández Meijide, mientras que el recambio del menemismo fue la versión ampliada del Frepaso en la forma de la Alianza (Duhalde se parecía demasiado a Menem en demasiados aspectos).
La crisis del final de la convertibilidad generó dos grandes liderazgos en las personas de Elisa Carrió y Néstor Kirchner. Con sus altos y bajos, ambos se mantienen en el centro de la política desde hace al menos cinco años, y en este sentido hay que reconocer una cierta inteligencia histórica: no es casual que los elegidos hayan sido justamente ellos, la menos radical de los radicales y la única que se había atrevido a romper con el partido durante el delarruismo, y el menos menemista de los peronistas, el primero que comenzó a tomar distancia de Menem (las otras opciones no prosperaron no por las alucinaciones ópticas de Reutemann o por un defecto de carisma de De la Sota, sino porque se parecían demasiado a Menem en demasiados aspectos).
¿Quién será el emergente del ciclo kirchnerista? ¿Un pos-K amable estilo Daniel Scioli? ¿Un viejo dirigente peronista como Reutemann? ¿Una oposición confrontativa como la de Carrió o una más moderada como la de Cobos? ¿Un kirchnerista disidente a la Solá? ¿O acaso hay chances para un nuevo mandato de Néstor? Lo que ocurra en el 2011 dependerá en buena medida de lo que suceda en las elecciones de octubre, lo que en buena medida explica el renovado clima electoral que llegó con el verano.
La estrategia de Kirchner no puede ser más clara: jugar, en cada distrito, con los candidatos más competitivos, lo que casi siempre implica apelar al PJ y fortalecer al máximo la estructura partidaria (aunque a veces esto derive en movidas injustificables, como el apoyo al ex carapintada Aldo Rico, a la vez que termina de desalentar a los últimos nostálgicos de una transversalidad que no fue).
Como sea, la estrategia supone aceptar el papel de Jorge Busti en Entre Ríos y de Reutemann en Santa Fe, a quien los sondeos ubican en un cómodo primer lugar por sobre los dos posibles candidatos socialistas (Rubén Giustiniani y Miguel Lifschitz). Lo mismo en el resto de las provincias. En la Capital, el distrito más adverso al kirchnerismo, el panorama se complica, pues allí el peronismo funciona más como un lastre que como un salvavidas.
Aunque los comentaristas simples suelen quejarse del hipercentralismo K, lo cierto es que el plan electoral del oficialismo demuestra que la relación nación-provincias es una dinámica fluida y no un maligno cuadro congelado. Apremiado por la necesidad, Kirchner está obligado a federalizarse, a conceder márgenes de acción más amplios a gobernadores y jefes provinciales, cederles recursos y fortalecerlos con obras públicas. Se profundizaría así, por imperio de la necesidad, la tendencia a la “territorialización de la política”, identificada por Ernesto Calvo y Marcelo Escolar en La nueva política de partidos en la Argentina (Editorial Prometeo).
Pero, ¿será entonces una victoria kirchnerista? Será, si es, un triunfo pejotista, y con eso, por el momento, alcanza. Por otra parte, el éxito dependerá en buena medida de lo que suceda en la provincia de Buenos Aires. Kirchner duda sobre su candidatura –las encuestas que maneja la sitúan diez puntos por encima de la de Sergio Massa–, que reeditaría simétricamente la operación del 2005, cuando el presidente era él y la candidata fue Cristina. Las ventajas son evidentes: neutralizar la interna bonaerense, fragmentar a la oposición demorando el sí hasta el último momento, ocupar el centro de la escena. Una derrota, que en este momento parece difícil pero que nunca hay que descartar, sería un golpe durísimo, quizás letal, para un gobierno al que le quedarían dos años.
Si la prioridad de Kirchner es realinear al PJ detrás de sus mejores figuras, la oposición se encuentra tensionada entre el deber ser y el ser. Como apuntó Edgardo Mocca el domingo pasado en este diario, el coro mediático exige la unidad de la oposición, imperativo categórico que sus líderes no terminan de aceptar. Y no porque las diferencias ideológicas se lo impidan, sino porque, aunque el deber ser aconseje una cosa, la realidad indica otra: su prioridad no es vencer a Kirchner, sino derrotarse entre sí, único modo de garantizarse el liderazgo opositor y no un triunfo seguro, pero sí una chance, de cara a las presidenciales del 2011.
El razonamiento de Mocca puede complejizarse con dos argumentos. El primero es que el eventual triunfo de un líder opositor por sobre otro será más virtual que electoral. Carrió, si se lanza como candidata, lo hará en la Capital, por lo que no competirá con Cobos (en Mendoza) ni con Solá (en Buenos Aires). En este marco, que sea la líder de la Coalición Cívica o el vicepresidente o el ex gobernador quien emerja como el gran referente opositor dependerá de los votos que obtenga, pero también de la performance de sus aliados y de la capacidad para instalarse mediáticamente como el principal ganador de las elecciones.
El cálculo se complica todavía más si se tiene en cuenta el carácter definitorio de las elecciones en la provincia de Buenos Aires, que podrían cambiarlo todo. ¿Qué ocurriría si la cívica Margarita Stolbizer o el empresario Francisco De Narváez derrotan al PJ (¡al mismísimo Kirchner!) en los comicios bonaerenses? Aunque por ahora parece difícil, no hay que olvidar el resonante triunfo de Graciela Fernández Meijide sobre Chiche Duhalde en 1997, que anticipó el final de fiesta del menemismo. Si eso sucede, Stolbizer y De Narváez se convertirían instantáneamente en presidenciables, en competencia directa con las aspiraciones de sus jefes políticos, Carrió y Macri.
Y así llegamos a Mauricio. Entre los grandes líderes opositores (Carrió, Cobos, Solá), Macri es el único que tiene dos posibilidades: puede ser tanto candidato a presidente (y dejar su lugar a Gabriela Michetti) como aspirar a su reelección en la Capital, para lo cual cuenta con el argumento de que todavía quedan cosas por hacer, tanto más cierto cuanto más tiempo transcurre desde su asunción como jefe de gobierno. Macri debe jugar, por supuesto, y la lógica sugiere evitar el papelón de la última presidencial, cuando apoyó apáticamente a López Murphy, pero no está obligado a exponer su figura y es lo suficientemente joven como para esperar el 2015.
El resultado de las elecciones de octubre y la forma en la que configure el paisaje político posterior dependerán también del ambiente económico y político. La historia deja sus enseñanzas. En momentos de normalidad, tienden a prevalecer los liderazgos maduros, a menudo provenientes de distritos grandes, cuando no la continuidad del gobierno. En un contexto de estabilidad, así sea de estabilidad recesiva, suelen imponerse este tipo de opciones: es lo que ocurrió en 1999, con la disputa entre De la Rúa y Duhalde, dos líderes conocidos y provenientes de los grandes distritos, pero también lo que sucedió en 1995, con la reelección de Menem, y en el 2007, con la elección de Cristina.
En cambio, en momentos de crisis o pos-crisis priman opciones más exóticas, a menudo encarnadas por líderes ubicados en los márgenes del sistema, muchas veces pertenecientes a provincias alejadas del puerto: Menem en la crisis hiperinflacionaria de 1989, Kirchner y Carrió en la crisis devaluatoria del 2003 y Adolfo Rodríguez Sáa –jefe político de lo que Jorge Asís define como “el Estado libre asociado de San Luis”– en esa misma ocasión. ¿Por qué fueron Rodríguez Sáa y Kirchner y no Ruckauf o De la Sota los candidatos peronistas del 2003? No sólo por las condiciones personales de cada uno, sino también por la lógica profunda del proceso histórico: en una crisis, los políticos conocidos y los gobernadores de los grandes distritos suelen verse afectados de manera mucho más directa que los caudillos de provincias periféricas o los semi-outsiders. En momentos de inestabilidad hay que mirar más allá de la Pampa Húmeda para encontrar el recambio.
Desde esta perspectiva, lo que ocurra en las elecciones dependerá de la astucia táctica de los principales actores, de su habilidad para formar alianzas y anticipar escenarios, pero también del impacto de la crisis mundial y de la inteligencia del Gobierno para enfrentarla. Y del clima político. En política, como en un buen licuado de banana con leche, las proporciones lo son todo, y la política argentina ha vivido un año tan desproporcionadamente polarizado que cabe preguntarse cómo será el 2009: en unos pocos meses, Carrió comparó a Kirchner con Ceausescu, aseguró que el Gobierno es una dictadura y que la única diferencia con Hitler son los campos de concentración, frente a un oficialismo que habló de comandos civiles como si alguien se propusiera bombardear la Plaza de Mayo y que comparó a Machinea con Pinochet, bajo los cacareos de los analistas finos que acusa de “obediencia debida” a los legisladores oficialistas que votan... los proyectos oficialistas.
Como todo ciclo histórico, el kirchnerista tarde o temprano deberá concluir. Muchos apuestan a que será en el 2011, de acuerdo con los tiempos institucionales, aunque, atendiendo a la historia, no hay que descartar ni una continuidad reeleccionista ni una crisis abrupta.
En cualquier caso, la perspectiva sintoniza con algunos signos de agotamiento de la nueva izquierda latinoamericana. En algunos países, como Ecuador o Paraguay, los gobiernos de izquierda apenas comienzan sus mandatos, pero en otros, en los que ya han pasado varios años, el futuro se perfila más complicado. A la derrota de Chávez en el referendo constitucional del año pasado hay que sumar los casos, más pertinentes para la comparación con la Argentina, de Brasil y de Chile. En el primero, Lula no logra imponer a su candidata, Dilma Roussef, como eventual sucesora, y las encuestas favorecen a José Serra, gobernador de San Pablo y referente del ala más moderada y cercana al PT de la oposición. En Chile, luego de la renuncia de José Miguel Insulza a su candidatura, la Concertación llevará como candidato al ex presidente democristiano Eduardo Frei.
No es casual que el candidato brasileño con más chances sea el opositor ideológicamente más cercano al gobierno y que el postulante chileno sea el oficialista más moderado de todos, en una lógica de aterrizaje suave que podría reeditarse en la Argentina. ¿Serán Reutemann o Scioli el Frei argentino? Todavía es pronto para saberlo. Con su agudeza habitual, Rosendo Fraga escribió que, en política, quien pierde el futuro pierde el presente, pero que quien no tiene presente ya perdió el futuro. Por eso, aunque se votan cosas diferentes y aunque cada proceso electoral asumirá sus propias características, las elecciones del 2009 y el 2011 deben analizarse conjuntamente, como el nuevo tramo de un ciclo, el kirchnerista, cuyo balance exige una serenidad ausente en un clima político demasiado tenso como preparar un licuado de banana con leche.
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