Domingo, 11 de enero de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Mientras Carlos Reutemann y otros dirigentes se anotan para el 2001, Néstor Kirchner dice que no se postulará a presidente. Los K piensan en las elecciones de este año y –a diferencia de otras– aparecen claramente volcadas al PJ. Más allá de los nombres, en las próximas presidenciales se discutirá un modelo de país.
Por Luis Bruschtein
Después del ’45, en una reunión entre militantes de Forja y el general Perón, los intelectuales le expresaron su preocupación para que el flamante presidente proyectara una imagen ideológica más clara. En ese momento, desde la embajada norteamericana acusaban a Perón de comunista y desde el Partido Comunista lo tildaban de fascista. Con su histrionismo, Perón ensayó una respuesta vibrante que iba a conformar a sus interlocutores pero sin aclarar lo que le pedían: “¡Los intelectuales siempre me piden ideología!”, bramó, para rematar con fervor: “¡pero yo no soy un ideólogo, yo soy un agitador de masas!”.
Los políticos, incluso Perón –que era uno de los que más decía–, tienen una forma de hacer política con lo que no dicen.
Esta semana que pasó, una media frase apenas formulada casi a regañadientes por el senador Carlos Reutemann provocó un revuelo en el avispero de la política. “Esta vez sí pensaría en ser presidente”, dijo con más puntos suspensivos que palabras. No dijo casi nada, solamente que lo iba a pensar, y generó una reacción como si ya fuera el candidato. Felipe Solá y Eduardo Duhalde resintieron el impacto y salieron a desafiarlo pensando en el 2011. Pero Reutemann lo dijo pensando en el 2009. Tiene como contrafigura provincial al socialista Hermes Binner, que también suena para el 2011. Los técnicos de la política dicen que es más votable un prospecto de presidente que un simple candidato a senador. Y por el revuelo que armó, así debe ser.
Para el 2011 aparecen anotados desde Elisa Carrió hasta Adolfo Rodríguez Saá, Mauricio Macri y el imprevisible Julio Cleto Cobos, pasando también por Daniel Scioli o Juan Carlos Romero. El que dice que no se anota era el más anotado de todos: Néstor Kirchner. En su entorno aseguran que el ex presidente repite que no se presentará como candidato al final del período de Cristina. A Reutemann le favorece decir que se presentará, aunque después no lo haga, y viceversa para Kirchner. Todos los demás se instalan, pero Kirchner se desinstala. Prefiere alejar de su imagen cualquier remolino relacionado con la disputa presidencial. Aunque también es cierto que una vez ya lo dijo, nadie le creyó y lo cumplió cuando el candidato fue “pingüina” en el 2007.
Las encuestas construyen ese discurso de dichos por decir y de silencios. Sin Binner de candidato en Santa Fe, Reutemann puede dar vuelta la elección en la provincia. Eso dicen las milagrosas encuestas. En la provincia de Buenos Aires los numeritos titilan como en Una mente brillante y le dan una diferencia grande al oficialismo, cualquiera sea el candidato de la oposición. Y la diferencia aumenta más cuando se juegan diferentes candidatos en cabeza de lista. En el kirchnerismo sueñan con “una lista de lujo”: Néstor Kirchner, Sergio Massa y Graciela Ocaña, y están convencidos de que con esa arrasan en el distrito bonaerense. En la revuelta Córdoba dividirán votos entre la lista que apadrine el intendente Daniel Giacomino y la del gobernador Juan Schiaretti, y todavía no encuentran la fórmula mágica que destrabe la opositora Capital (aunque piensan explorar el perfil clasemediero que ofrecería alguien como Héctor Timerman). Más allá de los posibles tragos amargos, si consiguen las performances soñadas en Buenos Aires y Santa Fe, habrán logrado dos años de relativa calma para lo que faltará de la gestión de Cristina Fernández.
A diferencia de otras elecciones, el kirchnerismo aparece en éstas claramente volcado al PJ. Se olvidan viejas confrontaciones y se abre la tranquera para el sueñero presidencial del 2011. Hay profusión de presidenciables sin que ninguno tenga el perfil de los Kirchner, salvo, claro, ellos mismos. Las encuestas, el humor social y los medios que generan ese humor buscan el tono neutro, la media palabra, el discurso sarasa, que extrañamente han fracasado siempre en la historia de este país. De alguna manera, es el saldo anímico de la durísima confrontación por la Resolución 125 a nivel de las capas medias urbanas. En los sectores humildes, esta disquisición, si existe, no tiene alternativa. La oposición no tiene candidatos que disputen con fuerza en ese plano o en el de las capas medias bajas.
La fotografía –por lo menos hasta las elecciones– muestra al PJ con el protagonismo de las viejas épocas y a Kirchner dispuesto a jugar en ese marco sin prejuicios ni prevenciones: sin inventos ni imposiciones, en cada lugar va el que tenga más votos. Para llegar al 2011, la prioridad es hacer una buena elección en el 2009. La urgencia no está en el 2011 sino en los dos años que le anteceden. No está en los candidatos sino en llegar bien al final del cuatrienio, y se hará potenciando el aparato partidario sin intención de confrontar para modificarlo.
Para el kirchnerismo no PJ esa fotografía, en cuyo fondo despunta la ñata de Aldo Rico, produce cierto resquemor y la inquietud de que la foto siga congelada hasta el 2011. Es un sector al que le resultaría muy difícil encajar con cualquiera de los potenciales candidatos o supuestos herederos de estos ocho años. Y si la jugada se cierra en el PJ, el espacio que le quedaría al progresismo encogería como camiseta china.
Pero una foto es eso: un momento congelado. En este caso es la resultante de la relación de fuerzas que dejó el conflicto con los productores rurales. Nadie puede precisar la fluidez de los años que se vienen, aunque, si son como el que pasó, no habrá fotografía que aguante. Claro que también es difícil adivinar en qué sentido será esa movilidad. La fotografía puede mejorar, pero también empeorar. En política, lo único seguro es ponerse al costado.
Los analistas mediáticos predicen para después del 2009 dos años de tranquilidad, con el Gobierno más a la defensiva. Con cálculos diferentes a los del kirchnerismo, esperan que las elecciones no les sean favorables y estiman que solamente tendrán capacidad para manejar los efectos de la crisis global, con un clima hostil y con menos recaudación para tomar medidas progresivas. Existe cierto aire apocalíptico en estas predicciones, pero aun así, tanto Néstor Kirchner en su gobierno, como Cristina Fernández en el suyo, han demostrado que frente a situaciones adversas, en vez de quedarse quietos reaccionan en forma hiperkinética, como demostró la ametralladora anunciativa de fin de año.
El lanzamiento del plan de estímulo para la venta de heladeras y autos cero kilómetro fue la línea de largada más visible de esa ráfaga de anuncios que, sumados al leve, pero sostenido, aumento en la bolsa, hicieron que el humor de bolsillo empiece el año más tranquilo que como lo terminó. Paradójicamente, los medios se empeñan en pintar escenarios más dramáticos. Se dijo, por ejemplo, que la temporada empezó en la costa con sólo el 50 por ciento de reservas, algo que contrasta con las colas que exhiben los restoranes y los cines y teatros de Mar del Plata, incluso más largas que en otras temporadas. Y lo mismo en Córdoba. A medida que enero se adentra en el año, los productores rurales calientan motores y se preparan para un año electoral, respaldados otra vez por una campaña mediática que los presenta igual que antes como las grandes víctimas de las políticas económicas.
Es interesante que este sector se vaya convirtiendo en la base social militante de un modelo económico alternativo mucho más cercano a los paradigmas de los ’90, aunque ya no con el sector financiero en el rol central, sino con el sector exportador como hegemónico. Poco a poco se va delineando un discurso cada vez más claro. “Es un error limitar las exportaciones para proteger el mercado interno, hay que exportar todo lo que se pueda y con los dólares genuinos que se obtengan se subvenciona la comida para los pobres.” Fue un discurso que asomó la puntita durante el lockout, se fue amplificando con los medios y cada vez más se convierte en la lógica de la oposición que respalda los reclamos de los ruralistas. Es un discurso que atrae también al sector más concentrado de la industria y seduce por espejismos culturales a otra porción de pequeños y medianos empresarios y clases medias que han sido las más favorecidas por el desarrollo del mercado interno.
Aunque se discutan nombres, rótulos partidarios o denuncias en los medios, el trasfondo de la disputa electoral será la puja entre estos dos modelos. Más allá de la discusión de temas distributivos y republicanos, confrontarían así un proyecto que sostiene, desde un mercado interno fuerte, la dinámica exportadora, y otro que prioriza la exportación sobre el mercado interno, al estilo de Uruguay o de los países asiáticos. Ambos son capitalistas y tienden a la concentración. Sin embargo, el modelo exportador es para pocas personas y agudiza las desigualdades. El mercado interno, en cambio, genera fuentes de trabajo y plantea un escenario que permite –porque también lo necesita– la valorización del trabajo. Cuanto más chicos son los países, es más difícil hablar del mercado interno. Y al revés, como en el caso de Brasil, la potencia del mercado interno se convierte sin discusión en el verdadero dinamizador de la exportación. Para las escalas de producción del mundo globalizado, Argentina es un caso intermedio, o sea que todo tiene que ser mucho más discutido aunque la experiencia histórica haya demostrado que los procesos de mayor democratización económica y distribución del ingreso se dieron cuando funcionó el mercado interno.
Cuando Alfonsín decía, en la campaña de 1983, que con la democracia se come, se educa y se trabaja, tenía parte de razón. La historia demostró que no es así en forma automática, pero sí en cuanto a que la democracia –y no la dictadura– genera las condiciones que permiten empujar para que se resuelvan esas necesidades. Con el mercado interno pasa algo parecido. Tiene una mecánica per se que mejora las condiciones de vida, pero la tensión entre el capital y el trabajo se mantiene y dirime en una puja constante. Y lo mismo entre los grandes y los pequeños empresarios. El que tiene más plata tiene más resto para aguantar y crecer. En esas tensiones, las políticas públicas son las que van definiendo el rumbo. Tampoco en este caso los resultados son automáticos.
Por supuesto que hay otras opciones. Sin embargo, la disputa central no se dará en los próximos años entre dos que defienden el mercado interno, pero diferenciándose en que uno es más distributivo que otro. La puja central pondrá en juego el papel del mercado interno en el proceso económico. No se trata de una crisis de fin de ciclo como en el 2001 y, por lo tanto, los cambios no son tan drásticos, sino más bien graduales, pero la discusión entre esos modelos contrapuestos será, con mayor o menor claridad, también el trasfondo que motorice las confluencias electorales. La poderosa irrupción del sector empresarial del campo con el lockout de mediados de año puso en evidencia que el modelo que se comenzó a aplicar en el 2003 no estaba tan asentado como para que el debate discurriera solamente sobre los aspectos distributivos o republicanos. Estos temas han sido los que más han ocupado a los políticos, mientras los medios y sectores del poder económico comenzaban la campaña para un cambio más de fondo.
Otra medida de esta semana, como el freno que puso la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia a la intención de Telecom Italia –ahora bajo control de Telefónica de España– de quedarse con Telecom Argentina, es una intervención pública antimonopólica muy fuerte y poco común en la historia de los gobiernos argentinos, tradicionalmente sensibles a las presiones de grandes corporaciones de la importancia de Telefónica. La decide un gobierno ya francamente recostado en sus alianzas del PJ, entre los que figura en un segundísimo plano, pero con un fuerte contenido simbólico, Aldo Rico. No son factores que se ponen en una balanza, ni siquiera son las dos caras de un gobierno. Así es el proceso mismo, con esa complejidad y multiplicidad de lecturas superpuestas.
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