Domingo, 12 de julio de 2009 | Hoy
EL PAíS › TERRORISMO EN LA ALDEA GLOBAL, EL LIBRO ESCRITO POR EL COMISARIO JORGE PALACIOS
El jefe de la policía de Mauricio Macri cuenta de “los marxistas que sembraron la violencia” en la Argentina de los ’70, pero no dice una palabra de la represión ilegal. Tampoco del exterminio judío en su repaso de la Segunda Guerra Mundial.
Por Werner Pertot
“Nadie está libre de la amenaza terrorista, nadie está a salvo, no importa donde se encuentre”, sostiene Jorge “Fino” Palacios en su libro Terrorismo en la Aldea Global. En su obra, Palacios hace un racconto del terrorismo mundial y señala que antes de marzo de 1976 “la Argentina era el teatro de operaciones de los revolucionarios marxistas que sembraron violencia y terror en la ciudadanía”. De los centros clandestinos de detención, los desaparecidos, exiliados y presos políticos, ni una palabra. No es de extrañar: el relato que hace de la Segunda Guerra Mundial tampoco menciona el exterminio de seis millones de judíos. A continuación, una síntesis del pensamiento global del flamante jefe de la Policía Metropolitana, elegido por el jefe de Gobierno, Mauricio Macri.
Desde que se conoció su designación, Palacios fue cuestionado por los organismos de derechos humanos, los familiares de víctimas de la AMIA y los de la represión del 19 y 20 de diciembre. El ex comisario –que no se deja sacar fotos porque está disconforme con su figura– está imputado en la causa por encubrimiento del atentado a la mutual judía y estuvo procesado (luego fue sobreseído) por los hechos de diciembre de 2001. Néstor Kirchner lo pasó a retiro cuando se conoció la grabación de una conversación que tuvo con el represor Carlos Gallone –condenado por la masacre de Fátima, como se conoce el fusilamiento de 30 desaparecidos en la dictadura– y con Jorge Sargosky, luego sentenciado a seis años y medio de prisión en la causa por el secuestro de Axel Blumberg.
A los cuestionamientos sobre su idoneidad, la legisladora de Nueva Izquierda, Patricia Walsh, sumó el libro del comisario retirado. En su paso por la Legislatura, el ministro de Justicia y Seguridad, Guillermo Montenegro, aseguró que no leyó el libro. “Voy a tratar de leerlo, espero que no me cueste el cargo”, ironizó. El libro de Palacios fue publicado dos veces, aunque probablemente tuvo una sola tirada: lo editó en mayo de 2003 la editorial La Llave, que tiene como cliente a diversos círculos militares y policiales. Entre ellos, está la Editorial Policial, que publicó el mismo libro un mes después. El índice ya trasluce la visión geopolítica del flamante jefe de policía: allí, Europa es “un continente donde el accionar terrorista no ha sido erradicado”, Africa es “un continente con subsistencia de conflictos post coloniales y terrorismo” y América del Sur es “un subcontinente que sufrió más de dos décadas de guerrilla marxista”. En cambio, América del Norte y Centroamérica es “una región con una integración económica dificultosa, pero promisoria”.
Palacios empieza por los atentados del 11 de septiembre de 2001. Señala que el terrorismo internacional “pudo haberse extendido a una región como América del Sur en la década del ’70, pero sin perder el sentido `nacional’, ni tampoco los blancos de sus ataques, a pesar de la doctrina que esgrimían promoviendo la unificación política”.
El capítulo dedicado a la Argentina (“Guerrilla marxista en los ’60 y ’70”, se titula), muestra que, según Palacios, en el siglo XX no hubo dictaduras en este país, sino que “se alternaron militares y civiles en el poder”. Por ejemplo: “Desde 1966 hasta 1973, estuvo a cargo del país la Revolución Argentina (...) en su seno también hubo crisis y las Fuerzas Armadas levantaron el exilio de Juan Perón (sic), posibilitando su participación en los comicios”. En esa época, el Cordobazo fue producto de “elementos revolucionarios infiltrados en distintas ramas sindicales” y de la presencia de “Ernesto Guevara, que había tenido una estadía prolongada un tiempo antes, durante la cual preparó y adoctrinó militantes”. Palacios insiste en que “no puede dejar de mencionarse que Cuba asumió el fomento de la actividad subversiva” en la Argentina.
“Durante los 70, la Argentina fue escenario y víctima de grupos armados que adhirieron al marxismo-leninismo, los que llevaron el despliegue de su actividad hasta los primeros años de la década del 80, aunque con decrecimiento evidente de la misma”, detalla Palacios. Por supuesto, el ex comisario no explica a qué se debió ese “decrecimiento evidente” (de 30 mil personas desaparecidas). A la última dictadura, le dedica tres líneas: “La guerrilla no decrece y un nuevo movimiento militar toma el poder (Proceso de Reorganización Nacional), durante el cual el combate contra la guerrilla se intensificó”. No hay una sola alusión a la represión ilegal ni tampoco a las dictaduras, que son descriptas como una “circunstancia”: “Dichos grupos esgrimieron como justificación la circunstancia de hallarse el país bajo sucesivos gobiernos militares”, menciona al pasar.
El comisario también se detiene sobre la caída de Fernando de la Rúa:
“El presidente debió dejar el poder en diciembre de 2001, en un marco de reclamos de la ciudadanía y desórdenes producidos por grupos violentos”, dice. ¿Por qué aparecen “grupos violentos” en el marco de un libro sobre terrorismo? “Porque para Palacios, los grupos violentos están relacionados con el terrorismo”, concluyó Patricia Walsh, cuando le leyó estos párrafos a un inmutable Montenegro. La definición de Palacios del terrorismo en la introducción de su libro no ahorra dudas: “Es el ejercicio organizado, metódico, intencional e ilegítimo de la violencia y/o la amenaza de su utilización, con propósitos políticos, sociales, ideológicos o religiosos, dirigido indistintamente a objetivos civiles o estatales”.
Uruguay. “Tuvo una expresión terrorista con Tupamaros (...) hasta que las fuerzas de seguridad uruguayas lograron su desarticulación en 1972.” No arriesga hipótesis sobre cómo lograron esa “desarticulación”: parece no haber existido ni el terrorismo de Estado en Uruguay, ni el Plan Cóndor.
Chile. No hay una sola línea sobre la dictadura de Augusto Pinochet, que derrocó el gobierno democrático de Salvador Allende. Palacios hace una escueta referencia a que “en diciembre de 1996, se produce una fuga de cuatro miembros del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (...) detenidos en una cárcel especialmente construida para delincuentes terroristas”. Un dato curioso: “Delincuentes Terroristas” es una jerga que usó la dictadura argentina para referirse a los presos políticos.
Perú. Buenas noticias. Palacios está al tanto de que Alberto Fujimori “desempeñó su poder de manera autocrática, con disolución del Parlamento y suspensión de las garantías constitucionales”. Lástima que lo que sigue es una extensa descripción de Sendero Luminoso y no agrega nada sobre las violaciones a los derechos humanos, como el emblemático caso Barrios Altos.
Guatemala. “A fines de los ’60, surge la Unidad Revolucionaria Guatemalteca, de ideología marxista. Después de lustros de violencia y pérdidas de cientos de vidas (en los noventa) cesa el accionar terrorista en el país.” Se le escaparon los 200 mil muertos y desaparecidos del genocidio en Guatemala. Según datos de la ONU, más del 93 por ciento de las víctimas eran de las comunidades mayas y fueron exterminados a manos de las fuerzas de seguridad de ese país.
El Salvador. Palacios se centra en el Frente Farabundo Martí que “se identificó con el marxismo” y “desató una etapa de violencia que costó cerca de 80 mil muertos”. Nuevamente, no hay alusiones a la represión estatal y mucho menos al asesinato del arzobispo Oscar Romero.
Nicaragua. Con la revolución sandinista “se convierte en una base de entrenamiento de guerrilleros” hasta que “el sandinismo fue derrotado en las elecciones de 1990”. ¿Alguien oyó hablar de los contras, financiados por Estados Unidos? Palacios, no.
Colombia. Si bien Palacios se concentra en las FARC, dedica un breve párrafo también a los paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). En su interpretación, los campesinos les pagan a los paramilitares para que los defiendan (y no para que no los maten) y existió solamente “una especie de alianza táctica con las Fuerzas Armadas que combaten a la guerrilla”.
Sudáfrica. “Debilitamiento de la policía”, se titula el capítulo posterior a la caída del Apartheid. Palacios considera que, con la llegada de Nelson Mandela, “las fuerzas policiales atravesaron un período de crisis y persecución, porque el nuevo gobierno dirigió una investigación sobre ellas”. “La serie de acusaciones contra la policía empuja a su jefe a la renuncia. (...) A la par, los índices delictivos se incrementaron en toda Sudáfrica”, escribió el jefe de Policía porteño.
Argelia. Ni violaciones a los derechos humanos, ni escuadrones de la muerte. Allí lo que realmente pasó es que “renacieron los motivos nacionalistas y antagonismos y rebeliones sumieron al país en un conflicto interno, que se extendió por ocho años, hasta que en 1962 un plebiscito determinó la independencia”. Franz Fanon tendría algo para decir sobre esto.
“Ahora el terrorismo es una cuestión de todo el mundo”, sostiene Palacios y por eso su libro abarca el globo entero. En su relato de la historia europea –que ocupa tres páginas– el genocidio nazi es escamoteado. Solamente menciona que el final de la Primera Guerra Mundial “generó nuevos esquemas, en general fueron autoritarios, como se vio en Alemania e Italia, junto a la nueva amenaza del comunismo”. Adolf Hitler no tendrá lugar en el libro y Francisco Franco aparece sólo para que se eludan 50 años en el apartado sobre la historia de España.
En suma, en un libro de 397 páginas que tiene la pretensión de contar la historia universal del terrorismo, Palacios omite, por dar sólo algunos ejemplos:
- La Shoá, durante el nazismo y el fascismo.
- Medio siglo de dictadura franquista en España.
- Todas las dictaduras militares en América latina.
- La base militar en Guantánamo.
Y dicen que el diablo está en los detalles.
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