Martes, 9 de febrero de 2010 | Hoy
EL PAíS › EL EX BUSSISTA PABLO WALTER ES LA MANO DERECHA DEL MINISTRO DE EDUCACIóN ESTEBAN BULLRICH
En el gabinete educativo de Mauricio Macri apareció el ex legislador tucumano que supo defender al represor Antonio Bussi. Lo acompañan ex funcionarios que pilotearon las privatizaciones del menemismo y delegados de la Iglesia Católica.
Por Nora Veiras
“A los 24 años ingresé en la Northwestern’s University Kellog School of Management, destacada por las relaciones humanas y el trabajo en equipo”, cuenta el ministro de Educación porteño, Esteban Bullrich, en su blog. Este licenciado en Sistemas que debutó con la ventaja de suceder a Abel Parentini Posse empezó a mostrar que lo suyo es “formar equipo”. Puso a negociar con los gremios docentes a Pablo Walter, un ex diputado y senador de Fuerza Republicana, fogueado allá por el ’98 como defensor mediático del dictador Antonio Domingo Bussi. Colocó en el manejo directo de los recursos a Mario Enrique Terzano, un abogado que tuvo un paso fugaz por Educación en el primer menemismo y después desembarcó en distintas privatizaciones como Aguas Argentinas y Somisa. El dream team se completa con algún fallido empresario punto.com y con asesores bendecidos por el omnipresente Santiago de Estrada, el ala ultracatólica de PRO. El espíritu de Posse sigue impregnando el noveno piso de Alem al 200.
El ex embajador que fatigó micrófonos condenando el “trotskoleninismo” del gobierno nacional, denostó los juicios a los militares por delitos de lesa humanidad y consideró que el rock “estupidiza” a los jóvenes soportó apenas once días en el gabinete. La andanada de críticas lo dejó fuera de carrera. Bullrich llegó como antídoto del manifiesto oscurantismo. Con 41 años, un tardío interés por la política: recién en el 2001 empezó a militar en Recrear, el partido formado por Ricardo López Murphy. Prometía un perfil más aggiornado. Sus dichos son mesurados aunque en sus colaboradores más estrechos aparecen las mismas marcas de agua que en la concepción de su antecesor.
Descendiente de la tradicional familia de terratenientes, sobrino segundo de la ahora diputada por la Coalición Cívica Patricia Bullrich, el nuevo ministro egresó de la Universidad Caece y partió a los Estados Unidos. “Al finalizar mis estudios en el exterior, decidí dedicar mi tiempo al trabajo social antes de regresar a la Argentina. Dediqué dos meses enseñando matemáticas en un orfanato en Nicaragua a través de la Fundación Padre Fabretto”, escribe Bullrich en su sitio. La Usaid, la agencia internacional de ayuda del Departamento de Estado, asiste económicamente a la Fundación Fabretto, una de las ONG que se ocupan de trabajos sociales en América Central. En el 2008, el gobierno de Evo Morales echó de Bolivia a la Usaid por actuar como pantalla de la CIA en los intentos desestabilizadores de su gobierno, una acusación que se funda en declaraciones de ex funcionarios de la propia agencia de Inteligencia.
Mientras Bullrich estaba en el exterior, Walter, apenas un par de años mayor, aprendía a vender estanterías de metal en un negocio que le había montado el suegro en Tucumán. Egresado del Liceo Militar General Aráoz de Lamadrid, incursionaba por la entonces exitosa UCeDé –el partido del ingeniero Alvaro Alsogaray– y poco después caería seducido por otra fuerza ascendente en la provincia: el bussismo. Hizo buenas migas con el general, mejores con su hijo Ricardo y empezó su carrera. Fue concejal, diputado provincial, nacional y finalmente senador por el partido que fundó Bussi.
“Tenemos que terminar con todo este circo, con toda esta farsa, por el bien de esta provincia”, repetía Walter en el ’98 cuando el entonces gobernador Bussi era suspendido al comprobarse que había ocultado sus cuentas en el exterior en su declaración jurada. Con las leyes de impunidad vigentes en el país, el represor gozaba de sus derechos, había sido elegido gobernador y jamás pensó que la investigación del juez español Baltasar Garzón llegaría a rozarlo. En el marco de esa causa aparecieron las cuentas en el Crédit Suisse y empezó su decadencia definitiva. Walter fue entonces el encargado de admitir los ahorros no confesados y de justificarlos en que los había hecho para protegerse de la hiperinflación. Con 31 años estaba al frente de la Comisión de Presupuesto de la Legislatura tucumana. “Era una especie de Golden Boy de Bussi”, recuerdan en Tucumán.
Por esos años junto a Pablo Bahilo, quien después de un prolongado ostracismo recaló en el gabinete del gobernador José Alperovich, montó la disco Coyote, imán de la noche tucumana. Fue electo diputado y senador nacional. Con la diáspora bussista encontró refugio en Recrear. Fue el candidato a vicegobernador en los comicios de 2007 acompañando a Ernesto Padilla, quien había sido el representante legal de Bussi cuando tuvo que enfrentar el juicio político por los depósitos bancarios en Suiza, Alemania y Holanda. No fue exactamente exitosa la performance. Lo mismo le había pasado a su ya amigo Bullrich, quien compartiendo la fórmula presidencial con López Murphy había salido séptimo, con el 1,4 por ciento de los votos.
El emergente de la derecha era ahora Mauricio Macri. Bullrich y Walter se adaptaron de inmediato. Distanciado del Bulldog, apenas Macri asumió en la ciudad de Buenos Aires Bullrich ocupó interinamente el Ministerio de Desarrollo Social y lo llevó a Walter como su jefe de asesores. Ahora ya como ministro pleno de Educación, comparte con Walter cada una de las conversaciones con los diecisiete gremios docentes. “Es su alter ego”, repiten quienes los ven en acción.
El encumbramiento del ex legislador tucumano implicó la salida del frente de batalla de Andrés Ibarra. El ex gerente del club Boca Juniors sigue como secretario de Educación aunque apartado del trato con los gremios. Bullrich, con el amparo del jefe de Gabinete, Horacio Rodríguez Larreta, logró así lo que su antecesor Mariano Narodowski no había podido. La presencia de Ibarra fue el año pasado un ingrediente adicional de la irritación sindical.
La renuncia de Narodowski envuelto en el escándalo de las escuchas ilegales promovidas por Ciro James, un policía contratado en su ministerio, y la inefable designación de Posse, que tuvo la habilidad de lograr el mayor consenso posible en su contra, le permitieron a Bullrich poner algunas condiciones. “El espacio que dejó Ibarra lo va a ocupar Mario Terzano, obviamente traigo a mi equipo de trabajo”, le dijo el ministro a Página/12. Terzano es un abogado egresado de la Universidad Católica, posgraduado en Navarra, uno de los faros académicos del Opus Dei, que se desempeñó como subsecretario de Coordinación Económica del entonces ministro Antonio Salonia. Durante el menemismo integró los equipos de especialistas en el desguace del Estado que iban rotando en distintas carteras. En los últimos años representó al Nuevo Banco del Chaco y desde el mes pasado es el encargado de gestionar y administrar los recursos de la educación porteña.
Los hombres de la UCA, empezando por el ingeniero Mauricio Macri, pueblan los despachos porteños. En gestión privada sigue en pie Enrique Palmeyro, representante directo del arzobispado de Buenos Aires. Tiene en sus manos la asignación y control de los suculentos subsidios a la educación particular. Entre los asesores más cercanos a Bullrich empezaron a pulular varios egresados de la universidad que expandió su presencia a partir de los docks donados por Carlos Menem en Puerto Madero. La no apelación al fallo de primera instancia que habilitó el matrimonio gay en la ciudad le implicó a Macri un disgusto con el cardenal Jorge Bergoglio. La herida sigue abierta y el macrismo hace lo posible por lograr una cicatrización rápida. En las sombras, el veterano Santiago de Estrada, ex embajador de Menem en el Vaticano, sigue moviendo peones. Por las dudas, Bullrich ya dijo que él no compartía el criterio permisivo del jefe de Gobierno. Gabriel Sánchez Zinny, un empresario del software para escuelas, es otra de las nuevas caras que aconsejan al ministro.
El año escolar está en ciernes. Las negociaciones con los gremios recién empiezan. Walter, el ex niño mimado de Bussi, el general condenado por delitos de lesa humanidad, es el protagonista junto con Bullrich de ese tire y afloje. El resultado del convite definirá el crédito de su gestión. La impronta de su gabinete está clara. Sólo falta la grandilocuencia de Posse.
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