EL PAíS › OPINIóN

Educación y esquizofrenia

 Por Luis Bruschtein

La inclusión de la historia contemporánea en los libros de texto, o sea de los últimos 50 años de la Argentina, y sobre todo de los años de la dictadura militar, ha sido uno de los principales adelantos que se fueron dando en las aulas de todo el país desde los años ‘90. Por ejemplo, los dos últimos capítulos de Historia de la Argentina, siglos XVIII XIX y XX, de Estrada, para el Polimodal, son: “La democracia (1983-2000)” y “Las transformaciones económicas y sociales recientes” y en ambos casos incluyen desde el golpe de 1976 hasta las presidencias menemistas. En general, los libros de texto han incorporado estos momentos recientes de la historia argentina porque pueden explicar de una manera más directa la forma en que la historia genera movimientos en el presente y en el futuro.

El gobierno actual de la Ciudad de Buenos Aires no fue el promotor de este impulso transformador en la educación, pero lo heredó de varios de los gobiernos anteriores. Incluso dentro del Ministerio de Educación de la Ciudad hay actualmente un programa que se ocupa de llevar a Madres y Abuelas de Plaza de Mayo a las escuelas para que expliquen los motivos y objetivos de sus luchas.

Después de muchos años de planteos, de marchas y contramarchas, también se logró que el día del golpe, el 24 de marzo, se dedique en las escuelas a una reflexión sobre la dictadura. Y muchas de las autoridades escolares invitan a representantes de los organismos de derechos humanos a dar conferencias sobre este tema.

Así como se han logrado avances importantes en la Justicia, también en la educación se abrieron puertas y los chicos se familiarizan desde la primaria con estos temas. Este proceso de “transformación educativa” se realizó a partir de la conciencia bastante generalizada de que la escuela había favorecido las formas de convivencia autoritaria que campearon en la sociedad hasta el restablecimiento de la democracia.

Pero hace poco, Macri nombró en el Ministerio de Educación porteño al escritor Abel Posse, señalado como masserista. Y ahora, esta vez como asesor, a un hombre que fue protegido y militante del partido del general Bussi, uno de los represores más perversos de la dictadura. Resulta entonces que los chicos que asisten a las escuelas que dependen de ese ministerio aprenden a repudiar los crímenes horrendos que cometió Bussi y que el nuevo asesor de sus maestros justifica.

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