Domingo, 6 de junio de 2010 | Hoy
EL PAíS › TRES JOVENES QUE RECUPERARON SU IDENTIDAD DESPUES DE 2006 RESPONDEN A LOS CUESTIONAMIENTOS AL BANCO NACIONAL DE DATOS GENETICOS
El abogado de Ernestina Herrera de Noble, Gabriel Cavallo, impugna el trabajo del BNDG a partir de 2006. Tres nietos recuperados después de esa fecha reivindican el funcionamiento de la institución que les permitió conocer sus orígenes.
Por Victoria Ginzberg
Francisco Madariaga supo en febrero de este año que su mamá estaba desaparecida. Pudo abrazar a su papá, que lo había buscado durante 32 años. Martín Amarilla se enteró quién era en noviembre de 2009, dos años después de que le sacaran sangre. Alejandro Sandoval recuperó su identidad en junio de 2006, y en su caso hubo que hacer dos allanamientos en su casa porque él se resistía a enfrentarse con la verdad. Si prospera el planteo del ex juez Gabriel Cavallo, nuevo defensor de Ernestina Herrera de Noble, que impugna el trabajo del Banco Nacional de Datos Genéticos desde 2006 a la fecha, sus orígenes y el de otras quince personas volverían a quedar cuestionados. “Resulta que nos chuparon treinta y pico de años y nos quieren meter en esta pelea. No lo merecemos. Yo me siento manoseado. Es faltarle el respeto a mucha gente. A mí, a mi mamá muerta, a las Abuelas”, se enoja Francisco.” Para nosotros, que ya recuperamos la identidad, el planteo es hasta ridículo, pero también están los que están por venir, los 400 nietos que faltan”, agrega Martín. Alejandro habla en nombre de todos cuando dice: “Acá lo que importa son los chicos: si se hace el análisis y resulta que son hijos de desaparecidos, tiramos la casa por la ventana porque significa recuperar a dos hermanos. No nos importa el monopolio, la política, no nos importa nada. Los estamos esperando, como a los 400 que faltan. Y les vamos a dar el tiempo que necesiten”.
Las historias de Alejandro, Martín y Francisco son únicas, pero hay aristas en las que se reconocen. Y tal vez sólo ellos y el resto de los jóvenes que pasaron por el trance de dudar si eran hijos de desaparecidos que fueron apropiados durante la última dictadura militar puedan asomarse a la idea de lo que les pasa por la cabeza a los hijos adoptivos de la dueña de Clarín. En el caso de Felipe y Marcela Noble Herrera ni siquiera está comprobado si están atravesados por el terrorismo de Estado. Pero esta duda inicial sólo podrá ser superada si se concretan los análisis de ADN que los abogados de Herrera de Noble lograron postergar durante más de ocho años.
Alejandro, Martín y Francisco fueron apropiados por agentes de inteligencia vinculados a la represión ilegal. Alrededor de treinta jóvenes restituidos crecieron, en cambio, con civiles que los adoptaron. En general, estas personas no fueron detenidas, ya sea porque fueron terceras de “buena fe” o porque los jueces decidieron no procesarlas.
La charla no empieza por el caso de los hermanos Noble Herrera. Los jóvenes quieren reivindicar sus orígenes, sus búsquedas y las de sus familias y el proceso que llevó a que los tres se encuentren a tomar unos mates en la sede de las Abuelas de Plaza de Mayo. Creen que a partir del cuestionamiento al BNDG que hacen los abogados de Clarín sus propias historias están siendo impugnadas.
El termo lo trae Martín. Alejando es el único de traje y corbata. Francisco es el último en llegar y los otros elogian su remera: fondo negro y en letras naranjas la leyenda “la identidad que florece es la que nace de la verdad”. Por momentos, las preguntas las hacen ellos. “¿Cómo te llevabas con tu apropiador? ¿Era violento?”, interroga Francisco a Martín. Eso sí, después dirá: “No preguntes más, periodista, sobre por qué tenía la certeza de ser hijo de desaparecidos. Eso se lleva adentro. Es difícil de explicar”.
Martín dice que dudaba desde el nacimiento. Que su adopción era una certeza. Pero nadie se lo confirmaba. Como sus apropiadores eran grandes, creía que tal vez eran sus abuelos biológicos y que le ocultaban la muerte de sus verdaderos padres. En 2007 fue a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi) y se sacó sangre para saber si era hijo de desaparecidos. El resultado fue negativo. Le dijeron que existía la posibilidad de que efectivamente fuera hijo de desaparecidos pero que por algún motivo su caso no estuviera entre las muestras del Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG). El prefirió hacer borrón y cuenta nueva. Dos años después, recibió un llamado telefónico. Le pidieron que se presentara en la Conadi. Una sobreviviente de Campo de Mayo había asegurado que la desaparecida Marcela Molfino había dado a luz a un niño mientras estaba secuestrada en ese centro clandestino. Pero el dato no figuraba en Abuelas. El caso no había sido denunciado nunca antes. Otros dos testimonios sumaron coincidencias y, así, la sangre que Martín había dejado en el Banco se cruzó con muestras que fueron solicitadas a las familias de Marcela Molfino y Guillermo Amarilla. “Cuando secuestran a mi vieja nadie sabía que ella estaba embarazada. Algunos piensan que quedó embarazada en cautiverio, porque ella y mi papá estuvieron un tiempo detenidos juntos en la ESMA. Otros piensan que estaba de una o dos semanas cuando se la llevaron. Pero son conjeturas. Cuando la secuestraron, hubo un tiroteo y la hirieron. Muchos pensaban que había muerto al poquito tiempo. Menos iban a pensar que estaba embarazada.”
Su apropiador se llamaba Jorge García de la Paz y era auxiliar contable del Batallón 601, pero a Martín le daba vergüenza y en la escuela decía que era empleado, oficinista. Murió cuando Martín tenía 14 años:
“El vínculo era extraño, era alcohólico. Por momentos estaba todo bien y por momentos era un infierno. Conmigo no era violento. Me preguntaba si era feliz. La violencia pasaba por otro lado, la mentira ya es un acto de violencia. Con ella (su apropiadora) sí era violento, no llegaba a pegarle, pero estaba al límite. Yo sentía la necesidad de contenerla.”
“A mí me tocó un tipo bastante más jodido –arranca Francisco–, tenía una relación violenta. Tenía una agencia de seguridad, yo fui a trabajar ahí en el último tiempo y eran amenazas de muerte, peleas constantes. El jamás me iba a decir la verdad. Mi meta era hacer quebrar a la mujer y el dos de febrero lo logro, me dice que no soy su hijo. El 3 vine a Abuelas, el 4 me saqué sangre y el 17 de febrero me dicen... Ahora él está en Marcos Paz con sus amigos.” El es Víctor Alejandro Gallo, también agente de inteligencia del Ejército, que fue detenido por la jueza Sandra Arroyo Salgado.
Francisco no quiere que nadie le saque el mérito de haber encontrado a su papá (Abel Madariaga, secretario de Abuelas de Plaza de Mayo), de recuperar la historia de su mamá, Silvia Quintela, que lo parió en Campo de Mayo, y de haber mandado al ex carapintada Gallo a prisión. Nadie. Y menos el ex juez Cavallo: “Mi apropiador estuvo vinculado a la causa AMIA, le alquiló ametralladoras antiaéreas al Gordo Valor, tiene la Masacre de Benavídez y yo lo metí preso. Yo vine a Abuelas. Y esto que hacen tira para atrás toda mi lucha y la de todos nosotros”. Encontrar su identidad fue, para Francisco, poner nombre y apellidos, hacer historia con la certeza que siempre llevó adentro, aunque admite que de chico recibió algunos mensajes. “Cuando el padre de Gallo estaba viejo y se estaba por morir, tenía demencia senil. El me decía ‘zurdito, puto, maricón, sacate el arito’. Todos decían ‘está loco’... y después me entero de todo. ¡El viejo me estaba diciendo la verdad! ¡Estaba buenísimo!”
Alejandro escucha y dice que los admira. El jamás tuvo dudas. Tenía una linda y apacible vida. El año pasado, durante el juicio a su apropiador, Víctor Rei, él fue testigo por la defensa. “Yo defendía lo que conocía, tuve una buena crianza, una buena educación y me pasó todo lo contrario que a ellos dos. A Amarilla le daba vergüenza decir que su padre era militar y yo me mudé cuando me enteré que podía ser hijo de desaparecidos, me daba vergüenza, nunca había escuchado qué era un desaparecido, qué era una Abuela de Plaza de Mayo”, cuenta Alejandro.
Su vida cambió un buen día en que un mensajero le tocó la puerta con una citación de la jueza María Servini de Cubría. Cuando fue a Comodoro Py para ver de qué se trataba, se encontró con el secretario letrado Ricardo Parodi Lascano, que le dijo que podía ser hijo de desaparecidos y le pidió 240 mil pesos para “perder el expediente” (el funcionario judicial fue denunciado por Alejandro Sandoval y dejó su cargo). Rei fue a prisión y desde allí lo llamaba para que se negara a sacarse sangre. “Tenés que cuidar a Alicia (su apropiadora), si te hacés el análisis la van a meter a ella en cana”, le decía.
Servini de Cubría ordenó un allanamiento, pero Rei fue alertado y le avisó a Alejandro, que ahora relata: “Preparamos el lugar, agarramos el cepillo de dientes de él y se lo pasamos por la boca al perro, el peine también. Los policías que vinieron, en ese entonces lo hacían policías, se sentaron a tomar mate y nos pedían ‘dame el cepillo de dientes’, ‘tomá el del perro’, ‘un peine’, ‘tomá el del perro’. Me pidieron una prenda y cuando voy a agarrar algo del lavarropas, me dicen `dame esa que está limpia`. También se llevaron sábanas y toallas limpias. Cuando llega a las manos de Servini y ve cómo estaban las cosas, dio una nueva orden y ahí vinieron a las tres de la mañana, ya vinieron con testigos, todo bien, hicieron lo que tenían que hacer. A mí me molestó que vinieran a las tres de la mañana. Si agarro y te pido tu media, a vos te va a molestar... es molesto que te saquen tus cosas, pero si vas al trasfondo de por qué te hacen esto, una vez que pasa el vivo, que te enfriaste, decís ‘tienen razón’. Es que no te querés hacer el análisis de sangre para saber una realidad porque estás defendiendo a una persona que por suerte y por desgracia te dio una buena vida. Pero atrás de todo eso hay una lucha de más de treinta años de gente que quiere saber dónde están sus nietos. Vos sos mamá, te roban a tu hijo, vos querés saber dónde está”.
Alejandro asegura que, a él, el clic le hizo cuando terminó el juicio contra Rei. Su apropiador y su familia lo responsabilizaron por la condena a 16 años que recibió. Agradece que la Justicia se llevara sin preguntar sus prendas –las sucias– al Banco Nacional de Datos Genéticos, porque fue la forma de saber la verdad sin sentir culpa. “Lo dije el año pasado cuando la Corte Suprema avaló los allanamientos, para mí es lo mejor que hay, a mí me sacó la mochila.” Entre los varios planteos que hizo Rei en el proceso judicial, también figuró la impugnación a los análisis de ADN de Alejandro. Para despejar toda duda, el examen se repitió, esta vez, a través de una muestra de sangre, pero el resultado no varió.
“Es un proceso. A uno le puede llevar un día, a otro, un año, y capaz que a otro le lleva una vida. Está el caso de Matías Reggiardo Tolosa, a quien considero un hermano. El salió en la tele diciendo que no quería saber nada, etc. Pero Matías estuvo el otro día acá, vino a hablar con Estela. Las Abuelas no publicitan esas cosas, porque las Abuelas no le dicen a nadie ‘tenés que hablar’. Marcela y Felipe deben querer a esa mujer. No lo discutimos. Pero ellos conocen una historia y es probable que no sea la verdad”, dice Alejandro.
Marcela y Felipe. Alejandro, Martín y Francisco quisieran preservarlos. Quisieran sentarse a tomar un café con ellos y preguntarles cómo están y no mencionar la causa judicial. Pero también se preguntan, porque lo saben, cómo se aguantan vivir sin un “contexto”, no saber a quién se parecen, de dónde vienen algunos de sus deseos. “Es un presente continuo que no te lleva a ninguna parte. Es la mentira constante”, aseguran. Alejandro está convencido de que “no hay nada más lindo que saber la verdad, aunque te puede doler”. “Hablan de vejación –agrega–, vejación es la que sufrieron nuestros viejos.” Los tres se irritan cuando cuestionan a las Abuelas. “Sin ellas, sin el Banco Nacional de Datos Genéticos, nosotros no sabríamos nada”, se hace oír Martín. Se enojan porque los abogados de Clarín actúan como si los análisis se fraguaran con el único objetivo de ganar una pelea política: “A las Abuelas no les interesa cualquier chico, una abuela quiere a su nieto. Y si el análisis da y desconfían, que se lo repitan en cualquier parte del mundo”, coinciden. “A mí me llevó diez años llegar acá –cuenta Francisco–. El proceso lo hice antes y lo sufrí. Pobrecito el que tiene que vivir un minuto lo que viví yo. Ellos hablan con bronca del procedimiento, pero a mí me pasaron un montón de cosas y hasta que no conocí a mi familia, a mis tíos, a mis primas, no me puse en ese lugar: la puta..., me sacaron a toda esta gente que era mía, que me quiere, que haga lo que haga va a estar. Había un montón de gente, pero un montón, que ni me podía imaginar, esperándome. Estos chicos no son libres. Ellos no están hablando. No sé lo que están pasando y tampoco los cuestiono. Pero si los querés, dejalos que conozcan su verdad.”
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