Viernes, 16 de julio de 2010 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Martín Granovsky
Un obispo anunció que se descargaría “la guerra de Dios”. Hablaba del matrimonio igualitario y no hacía falta ninguna guerra, pero así son las cosas: parece que sumando las palabras “guerra” y “Dios” se obtiene una especie de afrodisíaco para legionarios impotentes.
Ahora, entonces, hay un problema. Diputados dio media sanción a la ley inspirada por Lucifer. En la madrugada de ayer, el Senado le dio la otra media sanción por 33 votos a favor de la libertad, la igualdad, la fraternidad y la justicia contra 27 votos de los oscuros. Y Cristina vuelve de China, promulga y listo. ¿O sea que Dios perdió una guerra? Complicado.
Visita Buenos Aires Baltasar Garzón, un señor que sabe mucho de guerra santa. No investigó sólo a Pinochet, la ETA, los narcos gallegos y los parapoliciales de España. También a los fundamentalistas. Incluso los estudió en uno de sus libros, Cuento de Navidad. Allí los define por un objetivo: quieren “imponer un Estado teocrático sobre la Tierra”. La forma de lograr esa meta sería la guerra santa, que en el caso de los extremistas musulmanes se llama “jihad”.
Aún la Justicia no sabe quién puso la bomba en la AMIA. Garzón, que hoy participará del acto central por el atentado del ’94, dijo ayer que “los Estados no pueden darse el lujo de que la acción judicial, evidentemente manipulada en su momento, lleve a una pérdida de derecho”.
En España descubrieron en un mes a los responsables de la masacre fundamentalista de Atocha. Como aquí la manipulación mencionada por el juez español impidió un resultado cierto, no hay más que sospechas. Una de ellas, que la Argentina haya sido blanco de la jihad islámica.
Un destino feo: también el Estado terrorista fue bendecido como instrumento de guerra santa por la jerarquía de la Iglesia Católica. Es otro tema que Garzón conoce bien. Cuando en 2008 presentó otro de sus libros, El alma de los verdugos, dijo que la mayoría de los obispos “obviamente estaba en sintonía con el estamento militar en la lucha contra el comunismo y la eliminación de las malas hierbas que, según ellos, perturbaban la pureza cristiana de Argentina”.
Garzón está bajo proceso del Tribunal Supremo de España. Fue suspendido como magistrado justo cuando profundizaba las investigaciones sobre crímenes masivos cometidos por Francisco Franco, que gobernó como Caudillo de España por la Gracia de Dios y también libró una guerra santa en nombre de lo que allá conocen como nacionalcatolicismo. Es el integrismo argentino. El de los vicarios castrenses Adolfo Tortolo o Victorio Bonamín, ya muertos. El del vicario desplazado Antonio Baseotto, partidario de una guerra santa que arrojase al mar al ex ministro de Salud Ginés González García. O el integrismo de Christian von Wernich, el capellán de Ramón Camps que cumple prisión por siete muertes y 34 casos de tortura. Colaboraba usando su condición de prelado para obtener información.
De modo que España y la Argentina tienen experiencia en santas guerras. Las sufrieron. Por eso huelen el humo bien de lejos. Estos días pasó por la Argentina, fósforos en mano, Benigno Blanco Rodríguez, ex secretario de Estado de José María Aznar y presidente del Foro Español de la Familia. Llamó a movilizarse como en España y criticó lo que llama “laicismo sonriente”, es decir, “la nueva intransigencia totalitaria de los presuntamente transigentes”. O sea: “Los modernos sistemas democráticos para decidir quién gobierna, son un tesoro moral inapreciable y de más calidad moral que cualquier dictadura. Ahora bien, lo anterior no implica que todo lo que se decida por los procedimientos democráticos sea justo y bueno, pues eso dependerá de la intrínseca racionalidad de lo decidido, no del procedimiento seguido para adoptar la decisión”.
Según Blanco, “hay un consenso sobre lo posible que es a lo que se llega en cada situación o época; pero si ese consenso posible no es el óptimo moral, hay que seguir trabajando para lograr un consenso sobre lo mejor”.
Un embrollo. Los partidarios de la separación entre la Iglesia y el Estado –parcial en la Argentina, porque el Estado sostiene el culto católico, a pesar de que la jerarquía castigue incluso con el hambre a los curas díscolos– vienen a ser los laicistas. Pero resulta que los laicistas, aunque sean democráticos, son totalitarios. Sonríen de puro fallutos.
¿La “guerra de Dios” será contra la sonrisa? Si es así, avísenle a Garzón que se quede serio. Bastantes problemas tiene ya en España.
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