EL PAíS

Dos sorpresas

La partida de Kirchner y la masividad del dolor. La voz de los manifestantes, agradecimientos y política. Un abanico social y generacional. Peronismo y algo más. La vacancia a cubrir. Los peronistas federales, mirando. La Presidenta, de la fortaleza a los primeros mensajes.

 Por Mario Wainfeld

Dos sorpresas fundacionales se sucedieron desde el miércoles: la muerte del ex presidente Néstor Kirchner y la respuesta popular que la siguió. Ambas reconfiguran el escenario que existía el martes, cuyas vigas maestras subsisten y deben recordarse para empezar a imaginar lo que vendrá.

La pérdida de un líder que cambió la tendencia, hiperpresente e hiperkinético, golpea e interpela a su fuerza. El mensaje popular (identidad, pertenencia, compromiso político, apoyo decidido a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner) le insufla vigor, redefine su potencial, alerta a propios y ajenos.

La fortaleza de la Presidenta, quizá más previsible para quienes la conocen y saben de su temple militante, redondea los datos más salientes.

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El martes sus adversarios daban por sellada la derrota electoral del Frente para la Victoria (FpV) en las presidenciales de 2011. Un balance social colectivo, catalizado por la desaparición de Kirchner, reveló que esa profecía era simplista y lo sigue siendo ahora.

Una muchedumbre se volcó a las calles desde el primer instante, sin que mediara feriado nacional o suspensión de actividades. “No la convocamos nosotros, jamás nos hubiera salido tan bien”, autorretrata, ironiza, asume un importante dirigente oficialista. Cientos de miles dejaron sus asuntos cotidianos, pusieron el cuerpo y el alma. Conviene repensar un poco sobre su decisión consciente y su clamor, aun con la precariedad de la primera mirada.

Fueron, casi todos por la libre, a dar cuenta de su existencia y su dolor. A colocar ofrendas, a decir, de cien modos, “fuerza Cristina”. Algunos con el gesto, otros con la consigna, otros cantando o improvisando breves discursos, haciéndose dueños de la Casa Rosada.

“Fuerza Cristina” es una apelación política, significa algo bien diferente de un pésame. Es un reclamo y una promesa: hay que seguir y acá estamos.

La religiosidad peronista se plasmó en pequeños presentes, en la parva de cartas o mensajes dejados por personas de a pie, muchas de las cuales no son ni se piensan justicialistas. Pero la muchedumbre expresó una tonalidad más transversal que peronista, configurada por un abanico social y generacional amplio, en el que primaron los jóvenes. El sinfín de gente tuvo que ver más con quienes festejaron el Bicentenario que con un acto peronista clásico: los más humildes, los trabajadores que viven al día pero bien, personas de clase media. Sus explicaciones son ilustrativas. Se movilizaron porque “recuperamos el trabajo” o “la dignidad”. O porque “queremos militar, participar en política”. A menos de nueve años de la hecatombe de 2001, a algo más de siete de gobiernos kirchneristas, la Plaza, el espacio de la protesta o de la masacre delarruista, albergó a ciudadanos recuperados en su autoestima y en su afán de participar.

El martes, el FpV era la primera minoría, a buena distancia de la segunda. Sigue siéndolo, con mayor conciencia de sí misma y sabedora de que el espacio vacante no podrá ser llenado sólo por esa mujer a la que fueron a acompañar, a transfundirle energía y a indicarle un rumbo, el ya elegido.

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Cristina Fernández le pidió a la mayoría de sus ministros que no viajaran a Río Gallegos, que se quedaran para empezar a trabajar el lunes temprano. La acción de gobierno es el bastión del kirchnerismo y de ella dependerá una fracción relevante de su porvenir. Además, como sucedía el martes, tiene el desafío de mejorar su desempeño de las elecciones del año pasado. En buen romance: aumentar el aval de los sectores populares, recuperar terreno en los estamentos medios, crecer en varias provincias en las que naufragó o se quedó muy corto un año atrás: Capital, Buenos Aires, Córdoba, Entre Ríos, Santa Fe, Mendoza. Nada sencillo, ni imposible tampoco.

Una percepción fuerte dejó esta semana: la presidenta Cristina fue reconocida y estimulada desde variadas banderías, pero su núcleo duro son las masas peronistas, que propagaron una señal de preferencia, captada por muchos. Será difícil disputarle “el peronismo” al FpV, más aún de lo que ya era el martes. El gobernador Daniel Scioli se apresuró a consignar que será fiel a la Presidenta. El diputado Felipe Solá se describió como “conmovido” y reconoció el mensaje. Es válido dudar de la sinceridad de dos dirigentes camaleónicos como Scioli y Solá, aunque es razonable advertir su perspicacia: enfrentar a la Presidenta desde el panperonismo se ha tornado más cuesta arriba. El Peronismo Federal, que cluequeaba huérfano de un referente firme, tuvo poco tiempo para alegrarse por la muerte de Kirchner.

Organizar a la dirigencia pejotista, de cualquier modo, es un desafío olímpico. Kirchner era insuperable en ese métier, actuando con una variedad de recursos que no se le reconocen, desde la presión hasta la persuasión, pasando por la contención o el dulce de las candidaturas.

En el elenco oficialista, nadie podrá relevarlo plenamente. Con el bagaje que cada uno acumuló, parece lógico que Julio De Vido (que perdió en un plazo cruelmente breve a un hijo y a su compañero de militancia de décadas) crezca en su rol político. Es interlocutor reconocido de empresarios, sindicalistas, dirigentes sociales, intendentes y gobernadores. Seguramente se meterá más en el “armado”.

El jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, conurbano él y con ambiciones propias, también es un prospecto de operador activo en ese terreno.

Las apetencias de los compañeros crecerán, tratando de rebasar el techo que les demarcaba Kirchner. La legitimidad que mostró la Presidenta hace suponer que, racionalmente, la dirigencia se inclinará a buscar más espacio dentro del FpV que aventurándose en los suburbios del pejotismo federal. Eso no simplifica los tantos, apenas define el ámbito esencial.

Los gobernadores insinuarán avances reclamando espacio en la “mesa” de decisiones y exacerbando sus ambiciones particulares. El sanjuanino José Luis Gioja primereó en esos amagues, no será el único.

Quienes desconocen o desprecian al peronismo identifican a sus masas como mononeuronales y a sus dirigentes como una jauría que se muerde con furia y sin motivo. Yerran en ambas calificaciones. Los dirigentes pueden ser despiadados pero no comen vidrio. Clamarán, apretarán pero lo pensarán muchas veces antes de abandonar el barco, cuando afuera hay desolación. Gobernadores e intendentes, en el mismo plan que el martes, amurallarán sus territorios antes que nada para pisar firme en la nacional, para la que tienen un piné limitado. Ladrarán, si a usted le gusta la imagen canina, pero no saltarán al vacío. Su lealtad es, en promedio, muy relativa. Su afán de colocarse cerca del fuego del poder, imbatible.

El secretario general de la CGT estaba el martes interesado en sustentar al Gobierno, incrementando su capital accionario en la “política”. Hugo Moyano lee que su liderazgo gremial está acollarado a la gobernabilidad y continuidad kirchnerista. Y asume que su legitimidad electoral personal es restringida, seguirá buscando mayor presencia, más candidatos a legisladores, eventualmente un hombre de su “palo” como aspirante a vicegobernador bonaerense.

La racionalidad global no equivale, para nada, a la urdimbre de acuerdos, a la autocontención, a manejar la coyuntura con clase. Los “armadores” de Cristina Fernández deberán, como puedan, remedar la muñeca de Kirchner. Sus perspectivas serán mayores si se mantienen los niveles de crecimiento, de empleo, de consumo, de control de las variables económicas gruesas, de que la alta inflación no se desmadre. La Presidenta tiene el timón en esas cuestiones, aunque quizá la coyuntura fuerce que vaya por la presidencia del PJ. Algunos de sus compañeros más fieles suponen que ese tránsito es inexorable, aunque la gestión le demande los mayores esfuerzos.

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La foto de hoy muestra al peronismo hegemonizado por el FpV. En principio, el radicalismo es beneficiario de la deriva de una contienda entre tres a una elección polarizada entre dos. Habrá que ir midiendo si los torpes manejos de Julio Cobos no desbalancean la interna a favor del diputado Raúl Alfonsín. El vicepresidente superó todas las marcas de berretismo en estos días, sus correligionarios se le despegaron y se mostraron con mayor altura. A Alfonsín le sale mejor el estilo dialoguista con reconocimientos al adversario, porque conjuga con su personalidad y con su visión de la política. No así a Cobos, que asciende en base a traiciones.

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El jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, debe cavilar sobre su táctica recurrente: confiar en que las masas peronistas (o en su defecto, un conjunto de dirigentes) lo pasen a buscar por su coqueta vivienda. Desde el miércoles, se acentuó la marcada devaluación de los peronistas federales, quizá sea mal momento para subirse a su tren. La ciudadela porteña, por añadidura, está acechada. La diputada Gabriela Michetti no garantiza la reelección, el mecanismo del ballottage implica un escenario de incertidumbre.

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Los medios opositores, que ya vaticinaban el fin del kirchnerismo el martes, añadieron un tremendo argumento. Pintaron una Presidenta inhábil, carente de competencias y voluntad política. Jamás pensaron que Kirchner moriría como Perón y Evita, ahora apuestan a que Cristina sea Isabelita. No guardaron las formas ni el respeto y, lo que es peor para ellos, no están mirando con atención. El programa alternativo, la rendición que le proponen a la Presidenta, será rechazada. La carne podrida se sazona con especias, para disimular su olor: las consabidas apelaciones a los “consensos” y “grandes acuerdos” cuyas letras chicas y grandes serían redactadas por “todos”... menos por la primera minoría que, por añadidura, gobierna.

La firmeza de Cristina es tan grande como la de Néstor; sus convicciones, muy semejantes. Como se entreveía el martes, podrá ganar o perder en 2011, pero lo hará en consonancia con lo que vino haciendo, exaltado por una apabullante masa ciudadana.

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Obtener un tercer mandato consecutivo, en elecciones libres, era una proeza (pero no una utopía irrealizable) el martes tanto como ahora. El panorama político es distinto, la desaparición de un líder debilita a los propios en tanto desordena a sus adversarios. Sobre todo si éstos son maniqueos y monocausalistas.

Algo sucedió en estos días de sorpresa, dolor y pasión popular. De nuevo se dirá que la Argentina y el peronismo son insondables, irracionales, tan emocionales cuan necios. Marco Aurelio García, el intelectual brasileño asesor de Lula da Silva que tanto conoce y ama nuestro país, siempre asevera que la adhesión popular al primer peronismo es sencilla de explicar. Fue el único movimiento popular de la región que implantó algo bastante parecido a un perdurable Estado de bienestar. Los apoyos son, en esencia, razón instrumental. El mismo presidente Lula completó la reflexión, mientras lloraba a su “compañero” de construcción de la unidad de este Sur. Kirchner, corroboró, sacó a la Argentina de la crisis profunda de principios de siglo.

Con ese capital comprobado, afrontando pérdidas personales y políticas formidables, Cristina Fernández de Kirchner tratará de ir por la proeza. Algunos números de la economía, de la intención de voto, de imagen le dan sustento. Lo demás dependerá de su obrar, de su equipo de gobierno, de sus armadores, de sus aliados. De sus antagonistas políticos y corporativos. Y también de los que le pidieron “fuerza” mientras se la transmitían.

El partido todavía se está jugando, como el martes, aunque “el 10” ya es mito, memoria y bandera.

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Imagen: Pablo Piovano
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